Noche calurosa.
Las consecuencias del calor del sol todavía permanecían siendo las diez cincuenta y siete de la noche, en realidad las once, pues quién hoy en día tiene tiempo para dar la hora exacta. En tanto una gota ebria recorre mi rostro, arrancado desde los cabellos deslizándose sobre mi frente en dirección a la oreja derecha, lo que indica mi leve inclinación de la cabeza. Pero ella no se detiene, en cambio avanza por los contornos de una ceja que se encuentran esforzadas por contener los parpados. De pronto pareciera apurarse y descender rápidamente hasta llegar al cuello donde es aplastada por una mano que se desliza hacia la nuca, apretándola, acariciándola, por momentos estrangulándola por otros mimándola hasta que de pronto ya no esta y otra gota brota inmediatamente de los poros con el mismo destino.
Motivado por la necesidad de saber y controlar todo le pregunto al que se encuentra a mi lado ¿qué observa? A lo que me responde -nada-
¿Pero cómo una persona puede detenerte a observar tanto la nada? Siendo que hay tanto delante de él. No verá la enredadera que trepa lentamente sobre la pared de ladrillos al fondo, el césped crecido por la abundante lluvia de la semana, la pelota de plástico abandonada y con hambre de aire, esas plantas florecidas que otorgan el titulo de jardín al patio, seguramente insectos viajando ciegos, otros volando en busca de sangre. Y en el cielo, las estrellas que alumbran o las otras estrellas más tímidas y vergonzosas ante nuestra mirada escondidas detrás de las escasas nubes, por cierto, que bien vendría una lluvia para aplacar este intenso calor.
¡La nada! ¿Cómo que nada? No ve la luz que titila como falso astro lleno de pasajeros. ¡O más allá! las constelaciones, la vía láctea, otros planetas otras vidas tal vez.
-¿Cómo que nada? ¿Qué es eso?
Muchas cosas -responde- tantas como las desees, todo depende.
No entiendo lo que me quiere decir, cómo es que nada puede llegar a ser todo si esto fuera así todo sería nada.
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