P E Q U E Ñ A N U B E
Erase una vez una niña, de pelo muy largo y rubio como el oro, que vivía en un castillo alejado, a cuyo interior sólo se podía acceder si los guardias que lo custodiaban lo permitían, pues su trabajo consistía en cuidar que nadie en el mundo le hiciera ningún mal.
Lania, que así se llamaba la niña no era muy feliz. Nada le faltaba, tenía cuanto quería y sus padres y criados sólo vivían para satisfacer el menor de sus caprichos, pero a pesar de todo su vida era muy aburrida. A diario paseaba por los jardines de palacio supervisada siempre, reduciéndose sus horas de juego a distraerse con los innumerables juguetes que tenía a su disposición, acompañada por algún sirviente, siempre adulto.
Una vez al año los reyes hacían regalos al pueblo, y ella disfrutaba asomada al gran balcón desde donde se divisaba el gran tumulto de la gente que se agolpaba para recibir los juguetes destinados a us hijos. Pero ésto ocurría una vez al año y, desde luego, duraba muy poco tiempo, para desconsuelo de Lania.
Todas las mañanas al levantarse tenía por costumbre mirar a través de los cristales de su ventana para ver la luz del sol y oir cantar a los pájaros, mientras se desperezaba. Este era el único momento del día en el que se consideraba dichosa.
De repente, su mirada reparó en una pequeña nube, muy blanca, que estaba posada en el suelo. Era una nube con rizos en todo su alrededor -¡Qué bonita! Pensó Lania. Y decidió, ante un impulso irresistible, que debía verla de cerca, tocarla, por lo que sin que nadie se diera cuenta se encaramó a la ventana y con mucho cuidado bajó hasta el jardín, acercándose a la nube.
-¡Hola, nube! Soy Lania. ¿Quién eres tú? ¿Cómo te llamas?.
La nube, sorprendida le contestó:
-Soy una nube mágica y mi nombre es ése, Nube. Así es como todos me llaman. Pero dime, ¿Eres feliz?Noto tu mirada algo triste y desencantada.
La niña le contestó que su vida era muy aburrida, aunque no había nada en el mundo que ella no tuviera, porque sus padres todo se lo concedían; tenia caballos, muñecas, muchos juguetes. Pero... Lania se cansaba de jugar; no era damasiado divertido.
-¿No tienes amigos? Preguntó la nube. -¡Si supieras cuántas cosas bellas existen que tú puede que no conozcas!
Lania, muy intrigada, pensó qué cosas serían aquéllas que ella no conocía y así le preguntó: -¡Qué cosas son?-¿Puedo saberlo?
- Sí, puedes. Dijo la nube. -Pero para ello debes abandonar tu castillo y venir conmigo. No te preocupes, nada malo podrá sucederte estando a mi lado.
-¿Como evitaré que mi familia se preocupe cuando no me encuentre?
-Puedes estar tranquila - le dijo la nube - yo haré que duerman profundamente hasta tu vuelta.
Y así, Lania se acurrucó en el interior y en ese mismo momento todas las personas que habitaban el castillo quedaron profundamente dormidas.-¿A dónde vamos? Preguntó Lania.
-Dentro de muy poco llegaremos a un maravilloso lugar donde todo es alegría. Te gustará.
-¿Qué cosas podré ver que ahora no tenga? (Nuevamente preguntó Lania)
-Tendrás niños a tu alrededor- (Contestó Nube)
-Nunca he jugado con ninguo, pero los he visto cuando vienen a palacio. ¿Y los niños de que me hablas tienen tantos juguetes como yo? -Preguntó.
- Lo verás. Contestó Nube. Y sin más conversación siguieron viajando hasta que llegaron a un lugar muy verde, donde la nube se posó, invitando a salir de ella a Lania.
Allí les estaban esperando un batallón de nubes de distintos colores y tamaños, que daban vueltas sin cesar alrededor de un sin fin de niños que corrían y gritaban incesantemente.
Las nubes invitaban a Lania a que se uniera a ellos, y Lania así lo hizo.
La condujeron hacia un jardín inmenso donde mas niños jugaban y reían sin parar.
No podía creerlo. Nunca vió nada igual. Aquéllos niños no tenían muñecas, ni caballitos, ni trenes. Nada. Sólo corrían, saltaban y chillaban de una manera que ella desconocía. ¿Cómo podían divertirse?
Vió como se acercaban a ella varios de ellos, invitándola a participar en sus juegos y sin pensarlo dos veces les siguió, aunque pensó un poco triste que ella no podría hacer lo mismo; ¡No sabría! A pesar de todo lo hizo, se unió a la chiquillada y pronto fue una más en el grupo.
Nunca pensó que aquéllo fuera tan divertido. Allí no había cuidadores, ni guardias y el jardín no tenía límites.
Se divirtió muchísimo y no encontraba el momento para dejar de jugar y hasta pasadas varias horas no penso en nada más.
¿Como podía ser que ella no hubiera conocido semejante felicidad?. Le pareció que todo lo anterior había sido un sueño y que ahora vivía la realidad.
Pidió un papel y lápiz y decidió tomar buena nota de todo lo que allí encontró para contarlo a sus padres. Ellos tal vez consiguieran comprarle todo ésto.
En cada conocía un nuevo juego y hacía un nuevo amigo. Ya eran tantos y tantas las cosas, que no le cabían en el papel. Aprendió a querer mucho a sus amigos y a jugar sin necesidad de tener juguetes, Aprendió a pintar y a ofrecer a los demás su amistad y su cariño. Y también aprendió que eso que estaba viviendo no podrían comprarlo sus padres por mucho dinero que empleasen en ello, porque la amistad y el cariño no se compra, sólo se recibe y se da.
Sin darse cuenta el tiempo pasó y llegó el día en que la nube la invitó de nuevo a entrar en ella y con mucha pena al tener que abandonar a sus amigos, llorando, partieron hacia su casa.
Cuando llegaron todo estaba tranquilo; todos dormían -Nube, nunca te olvidaré ¿volverás? Preguntó Lania. -No. Le contestó Nube. -Ya no te hago falta. Has conocido el mundo de los niños. Espero que en adelante recuerdes que una vez estuviste allí y disfrutaste de la felicidad. Cuéntales a tus padres todo lo que has visto, y ellos, que son las personas que más te quieren, te ayudarán a encontrar amigos.
Al día siguiente, cuando ya todos hubieron despertado, Lania habló a sus padres de lo que vió y vivió. Los reyes escucharon con mucha atención lo que su hija les contaba. En resalidad pensaron que todo aquello había sido un sueño de la niña, pero comprendieron que en su afán por protegerla, siempre la privaron de lo mejor que los niños poseen, que es el mundo de los niños.
Y, a partir de entonces, permitieron que su hijita tuviera muchos amigos con los que jugar, y dejaron que los jardines de Palacio estuvieran siempre llenos de risas y felicidad para bien de su querida princesita.
Desde ese momento Lania nunca más estuvo sóla y fue para siempre feliz. Sus padres también lo fueron, ya que su hijita corría y reía continuamente, no necesitando para ello los juguetes, muchos de ellos inútiles, que desde entonces quedaron guardados en una sala de Palacio.
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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