Cortan el alma como hierro oxidado, sin conciencia,
dividiendo cuidadosamente cada molécula del rostro,
separando todo en un orden lógico que dañe más allá de la piel,
el rostro se desgaja y se esparce como cenizas de viejas batallas,
y aun así, siguen llamando desde la puerta que conduce
al olvido; a donde esperan agazapados.

Cuanta memoria hay para un solo corazón que no sabe olvidar,
cuanta desdicha lo ha tocado, cuanta nostalgia de viejos tiempos lo ha despertado y solo aquel sabor diáfano que se queda en los labios
lo hace proseguir como maquina sin sentimientos,
aunque sus pasos ya no marchen y se encorven por caminos
de piedra maltratada por el sol inclemente, aunque las liturgias
de la vida ya no pasen y solo se queden.

Cuantas palabras hay que decir para dejar morir
a aquellas que no saben de muerte, que se quedan y se esculpen
así mismas en lo más profundo de nuestro ser, ¿Cuántas noches?
¿Cuántos días? Y sobre todo ¿Cuántos caminos hay que andar?