Cuando mi mujer y yo vivíamos en Londres la democracia orgánica llegaba a su fín en España. El Consulado de Bulgaria en Londres nos concedió un visado especial que no aparecía en el pasaporte pues teníamos prohibido visitar paises comunistas _ aclaro que no solo mi mujer y yo sino todos los españoles_. Compramos un “package holiday” y nos fuimos en el mes de julio a pasar catorce días de vacaciones con un grupo de ingleses a un” resort” preparado exclusivamente para turistas.
Llevábamos ya varios días en el hotel a pié de playa y decidimos ir por nuestra cuenta a conocer el pueblo. Montamos en un autobús Pegaso y justo al lado de mi asiento había un letrero: “Carrocerias Pegerto Caride Orense “.
Nos sentimos sorprendidos y orgullosos de ser de orensanos. No le conocía personalmente pero sabía que era el máximo representante del protestantismo en aquella ciudad. Llegamos a un precioso y tranquilo pueblo marinero parecido a los nuestros de las Rías Gallegas en los años 50.
Estaban en Fiestas y había por todos los sitios banderas , adornos y enormes carteles que no teníamos ni idea de lo que decían. Mas tarde me enteré que ponía exactamente” Veinticinco años de paz”. Los que son de mi edad seguro que recuerdan el mismo eslogan en nuestras calles españolas.
Nos sentamos en una terraza cerca del Puerto y al poco tiempo se nos acercó el tonto del pueblo quien después de varias sonrisas correspondidas, se sentó en nuestra mesa y pidió su consumición mientras nos miraba riéndose, justo como se ríe un tonto.
Hablaba y hablaba y diciendo constamente “ capitalisti ” a lo que yo correspodia contestando también tontamente “comunisti” y así una y otra vez hasta que me cansé y opté por no hacerle ni puñetero caso.
Para nuestra sorpresa se acercó un hombre, le saludó, nos saludó también a nosotros y también se sentó en nuestra mesa. Cuando se enteró que éramos “spañolisti”, se puso a hacer grandes aspavientos de alegría. Mi mujer con la sensatez que a mí siempre me faltó, ya me pidió en ese momento que regresáramos al hotel. Cuando quise obedecerla y pedí la cuenta aparecieron dos hombres más, que también se sentaron en nuestra mesa y ordenaron al camarero mas bebidas para todos.
Había un hombre al que todos trataban con mas respeto; era muy gordo, mas que yo ahora y muy alto, mas que yo siempre.
Al poco rato ya de noche _ ( en los países comunistas de Europa anochece muy pronto, este dato no lo saben explotar bien los de Intereconomia )_ se fue la luz lo que me trajo a la memoria épocas de mi niñez en España. Se oyeron aplausos y sin llegar a gritos de todos los rincones salían voces muy altas festejando la oscuridad. Lo mismo que en el colegio de la Guardia cuando se iba la luz.
Al poco rato, en nuestra mesa, comenzamos a cantar. Yo sabía la canción de los remeros del Volga y ellos, en compensación, cantaron Granada. Y así estuvimos una hora larga bebiendo y cantando mientras nuestros ojos se acostumbraban a la oscuridad. Mi mujer muy perspicaz y previendo lo que estaba a punto de ocurrir me insistía en que volviéramos al hotel. Al final se puso muy nerviosa y yo también, pues a cada intento que hacíamos por levantarnos, el gordo y alto nos sentaba de nuevo en la silla, lo que ya me tenía mosca.
- Eres tonto me decía mi mujer con toda razón; estamos a miles de kilometros de nuestra tierra, no tenemos embajada ni consulado ni nadie a quién acudir.
-Tranquila, que estos países son muy tranquilos decía yo sin creérmelo. Hasta entonces no lo había pensado; probablemente por culpa de los vapores del vino, empezaba a ver todo negro. Cogí fuerzas de donde no las tenía y nos levantamos de forma brusca; les dije adiós con muy poca educación y nos dirigimos hacia una parada de taxis que no estaba lejos, ante la sorpresa y supongo que protesta de todos que hablaban y gesticulaban cosas rarísimas. Cuando llegamos al taxi, mi mujer iba a punto de romper a llorar.
- Eres un inconsciente y yo convencido de serlo me hacía el fuerte tratando de infundir un ánimo que ya no tenía.
Nuestra sorpresa fue enorme cuando el gordo y alto se subió también a nuestro taxi sentándose en el asiento delantero. Creí desfallecer.
Le doy orden al taxista ( me salió una ridícula voz de tiple ) de llevarnos a nuestro hotel que para mí era, en ese momento, mi embajada, mi consulado, mi refugio y mi hogar. Ya no estaba seguro de llegar allí. De hecho, estaba convencido que allí ya no volvíamos. El taxi tomó dirección contraria. No le dije nada a mi mujer pero yo que no soy bueno en orientación sí me había fijado que cuando veníamos en el autobús el mar estaba a nuestra derecha y ahora que debería estar a nuestra izquierda, seguía viéndolo a la derecha. Como dicen en Sudamérica paniqueé.
Del miedo que me invadía empezaba a sentir como chocaba rodilla con rodilla y sudando y tratando de aparentar una tranquilidad que no tenía.Mi mujer me echaba en cara mi imprudencia. Y lo peor de todo es que yo sabía que tenia toda razón pero ya era tarde.
Pero volvamos a la historia. El taxi subió por una pequeña colina muy oscura llena de casas individuales que, en aquellas circunstancias, me parecían de lo mas tenebrosas. Después supe que era el barrio mejor del pueblo y las casas eran dachas. Paró delante de una de ellas y el gordo y alto nos dijo algo que solo él y el taxista entendían.
Un aprovechado que quiso ir a su casa gratis, me agarré a un pensamiento optimista, cuando de pronto abrió nuestra puerta y nos invitó a bajar. Yo ya no podía mas y ya no podía seguir fingiendo una tranquilidad que no tenía . Exploté aterrorizado y dí un grito esta vez de tenor al taxista _ mi mujer dice que la asusté mas que el gordo y alto_ y le nombré de nuevo el hotel. Para nuestra sorpresa después de unas palabras con el gordo alto que se encogió de hombros, el taxista comenzó nuestro esperado viaje al hotel.
Nos quedamos mirándonos uno al otro nos abrazamos y prometiendo a mi mujer que nunca mas sería un confiado con extraños.
Al día siguiente, ya en el hotel, en el desayuno y todavía desconcertados con la mutua promesa de no contar a nadie nuestra experiencia , vino la guía del grupo y nos preguntó si eramos los españoles que habían estado en el pueblo.
” Son las fiestas del pueblo y estuvieron ustedes con el camarada alcalde quien al ver que ustedes eran españoles les quiso invitar a asistir en el Ayuntamiento a un mitin que viene a dar un español que viene desde Moscú y se llama camarada Santiago Carrillo”.
Nota final. A mi siquiatra no fue necesario, pero a vosotros os juro que esta historia es totalmente cierta.
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