Siempre había algo que le impedía decir lo que sentía. Un sueño, un suspiro, un latido, una mariposa revoloteando en el estómago, un dolor amargo, un pequeño temor y un gran miedo. Sus palabras se silenciaban, su corazón hablaba, pero no era oído. Cuando estaba a su lado, los poemas que le había escrito se transformaban en papel en blanco, en palabras sin sentido, frases incoherentes, versos sin rima; y entonces callaba. Y era ahí, en ese momento, en esa soledad acompañada, que su silencio hablaba por ella, decía todo lo que sentía, pero aún así, su voz no era oída. Y así, entre palabras dichas sin ser escuchadas y golpeteos ruidosos sin ser sentidos, pasaba el tiempo y el amor aumentaba. Y mientras su amor iba creciendo, su vida se consumía, se gastaba, se apagaba. Se decía que, tal vez, con el paso del tiempo, en algún momento, su corazón hablaría a través de sus labios y le confesaría en voz alta todo lo que sentía, todo lo que reprimía y todo lo que guardaba. El tiempo no era su enemigo, tampoco su aliado; sin embargo, ella lo veía con los ojos de siempre, con esos ojos cegados de amor que le impedían ver todos los inviernos que habían pasado y que ella se había perdido; no veía tampoco su reflejo en el espejo que muy seguramente le habría mostrado lo más parecido a un desamor jamás olvidado. Cada día que pasaba, guardaba la esperanza de tomar la decisión y de contarle todo, lo que sentía, lo que sufría, lo que latía y lo que escribía; pero no se decidía. El momento, para ella, no había llegado. Esperaba, sólo esperaba, y era la única que lo hacía. Guardaba en el silencio eterno de su corazón las palabras que iba a pronunciar el día que llegara el momento que tanto hubo de esperar. Pero una mañana al despertar, decidió contarlo todo y mostrarle todo su amor. Y fue así que su voz por fin habló, su corazón se liberó y esa pared invisible se resquebrajó. Tomó un papel en blanco, un lápiz ya gastado, y su voz y su corazón expresaron a través de sus dedos esas palabras impronunciables que crearon el más bello poema de amor. Sólo dos palabras fueron suficientes, sólo dos palabras que resumían un sentimiento que gastaba una vida mientras él aumentaba cada día. Esas palabras fueron suficientes para acallar las voces que querían escapar desde hacía ya mucho tiempo, fueron suficientes para liberarse, para vivir y sentir un último suspiro, un último golpeteo. Esas dos palabras escritas sobre un papel en blanco, fueron suficientes para morir. Los inviernos se reflejaban en su cabello blanco que vestía su cabeza acomodada sobre una mesa, y junto a ella, su mano sosteniendo un lápiz gastado y una hoja de papel, y sobre la hoja dos palabras escritas en letra legible, el poema que jamás fue leído. Sobre el papel, sostenido por la mano rígida que lo escribió, yace un “Te Amo”.