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“LA PROFE FILO”


Filomena Ruiz era el nombre de la maestra. Los alumnos comúnmente les decían “La profe Filó”, mote que al principio molestara a la virtual educadora; pero con el discurrir del tiempo se fue apropiando de ella y, ya no sólo sus alumnos les llamaban de este modo, sino todos los moradores del sector, incluyendo a su propia familia.

Filomena ó “Filó” gozaba del respeto de sus alumnos. Este respeto fue ganado por la manera peculiar de tratar a sus alumnos y su forma apropiada de explicar sus lecciones de gramática, las matemáticas, cuco de los alumnos, en sus labios era canción recitada en la cuna, siendo asimilada por la mayoría de los estudiantes. La hora de sociales transcurría en tertulias amenas entre alumnos y maestra y, ¿qué decir de las ciencias naturales? Pasatiempo fugaz de entretención de principiantes.

Filomena Ruiz era una mujer de poca virtud física, rolliza, con una panza que sobresalía por encima de la mesa donde depositaba sus libros de textos, una vara de guásuma que mandaba a cortar con un alumno desde que llegaba a la escuela para amedrentar a sus alumnos, así como una gran cantidad de dulce y fruslerías para merendar durante la clase. Su cara rechoncha llena de grasa guarecían dos ojos vivaces y su trasero era tan grande que casi no podía sostenerse de pies pasando todo el día en una silla que mandó hacer exclusivamente para ella donde plinio el carpintero.

Un día, estando en la clase de zoología ocurrió lo imprevisto, ella había pedido a sus alumnos, traer “algunos animales del medio” para motivar la clase de zoología y hacerla más entretenida.

Los estudiantes ese día llegaron temprano como de costumbre, en las manos sus cuadernos y un bulto. Algunos trajeron vasijas de vidrio como fue el caso de Carlos que trajo un pote de aceituna conteniendo una colonia de hormigas negras (Boba), Alfredo tenía en su mano una caja de fósforo “La Estrella” conteniendo en su interior un grillo y una pequeña esperanza verde, Andrea sostenía entre ambas manos una caja de zapatos cuyo contenido era una larga culebra verde, Laura un jarro de salsa “Victorina” repleto de lombrices. La maestra iba recibiendo uno por uno su pedimento arrellanada sobre su silla, los observaba y los depositaba a un lado sobre la mesa.

La clase transcurría entre risas y aplausos, cada uno hacía un comentario al llegar donde estaba sentada la maestra, ora una anécdota relatando como cazara su presa, ora un simple chiste. Por los ojos asustadizos de la maestra circularon lagartos, chinches, cucarachas, chicharras, sapos asustados, peces en acuarios improvisados, gusanos, etc. La profe Filó a rato mandaba a callar a sus alumnos que se encontraban altamente motivados, convirtiendo el salón de clases en un verdadero zoológico, la algarabía llegaba hasta las calles siendo muchos los transeúntes que se arrimaban a las puertas de la escuela para disfrutar de lo que allí acontecía.

Leo era un niño osado y valiente. Niño travieso que de cualquier oportunidad sacaba provecho para hacer de la suya. En varias oportunidades la maestra lo había echado del aula rogándole que; de no venir acompañado por uno de sus padre no lo recibiría. Eso no tardaba en ocurrir, Leo, sostenido por una de sus orejas por las manos de su padre Miguel, irrumpía furioso en el aula después de pedir permiso hasta llegar donde estaba sentada la arrogante educadora. Después de amonestarlo en presencia de sus compañeros, lo ponía de castigo de rodillas en medio del patio de la escuela, dejándolo sin recreo durante una semana. Leo una y otra vez juraba vengarse de ella mientras cumplía su castigo.

Alguna vez escuchó decir de labios de ella “Es el único animal en el mundo que le tengo miedo, miedo hasta de morirme”. “No quiero verlo ni en sombra”. Por eso el día que la profe Filó asignara la clase de “Los animales del medio”, sintió muy cerca la hora de su venganza, corriendo de inmediato a capturar sus presas. Llegó a su casa, puso sus cuadernos sobre la mesa y de inmediato salió en persecución de su objetivo. Revisó todos los lugares de la cuadra de su casa; la cañada, árboles tumbados, el granero, en fin; todos los lugares que él consideraba era su paradero.

Ese día, igual que los demás, llegó con una funda plástica agarrada por la parte superior. Sus compañeros desfilaban frente a su maestra, él moría de risa por dentro al pensar en ella atarugada en su silla huyendo despavorida por toda el aula, “Me la pagará” se decía en silencio. La profe seguía llamando a los alumnos y él gozaba en silencio al saber que muy pronto llegaría la hora anhelada por él de ajustar cuentas con la educadora. “……número 17”, respiró profundo, el corazón se le aceleró queriéndosele salir del tórax, sus manos sudorosas, su frente perlada de un sudor frío, “… número 18”, chilló la maestra desde su silla, Leo apretó con más fuerzas la funda, poniéndose de un salto de pie al lado de su asiento, los alumnos seguían circulando hasta donde arrellanada se encontraba la maestra, “….número 19”, el muchacho nervioso se mantuvo de pie, sufría, sus ojos fijos y su cuerpo perplejo denotaba la ansiedad que lo consumía por dentro, “….número…..” no la dejó concluir, se abalanzó zanquilargo con la funda en la mano. Le entregó la funda abierta. Los animales se precipitaron sobre el cuello de la maestra, otros cayeron sobre la mesa chillando de alegría al obtener la apreciada libertad. La profe “Filó´´ cayó al suelo cuan largo era exhalando un grito apagado de su garganta “Ayyyyyyyyyyyyy……………..”. En su caída arrastro silla y mesa. Los alumnos corrieron por toda el aula al recibir el impacto del grito de la maestra y el correr despavorido de los animales sin poder encontrar la salida. Laura reaccionó al instante gritando, “¡Son ratones!”, la maestra al escuchar el clamor de Laura se propuso abandonar la habitación lo más rápido posible, en su intento aplastó uno de los ratones, éste chilló “Chiiiiiiiiiiiii ” bajo su pies al recibir sobre su lomo el peso descomunal de la maestra. Filomena saltó como si tuviera resortes debajo de sus zapatos atropellando en su salto a uno de sus discípulos, rodó por el suelo, ¡Una, dos, tres veces! Antes de lograr su cometido, siendo objeto de la risa de sus alumnos quienes coreaban “¡Calma, calma, profe Filó!” ¡Son ratones! ¡Son ratones! ¡Son ratones! Más aumentaba su terror al oír pronunciar este nombre. De una zancada traspuso la puerta con sus manos crispadas, los ojos desorbitados y el corazón trotando acelerado.

Poco a poco se fue serenando, orejona y nerviosa, todo lo que se movía a su alrededor creía era ratones. Respiró profundamente, luego pausadamente para ir reponiendo paulatinamente el oxigeno gastado de sus pulmones. Luego, terminado el alboroto, bajo el silencio sepulcral de sus alumnos avergonzados, la profe “Filó” se dirigió a ellos: “A terminado la clase por el día de hoy…. con animales del medio…. mañana, mañana--- jadeaba…. Mañana con, con…. Continuaremos”.

La profe “Filó” continuó dando sus clases demostrativas por muchos años, siempre en medio de su clase, contaba a sus alumnos ésta anécdota llena de risa, siendo felicitada por sus alumnos con aplausos, por su valentía al contarlo.

JOSE NICANOR DE LA ROSA.






Texto agregado el 01-03-2014, y leído por 358 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
01-03-2014 encontró una veta de oro nini con sus cuentos... saludos atanasio
01-03-2014 Me encantó tu anécdota de la profe Filo.Muy bien narrada y entretenida.UN ABRAZO. gafer
01-03-2014 Ese chico ya lo sabía bien, es proverbial el terror de las mujeres a los ratones. Mi esposa ni los nombra; " Por aquí me parece que anduvo un roedor" me dice. Muy didáctica y amena tu narración ***** hgiordan
01-03-2014 buen relato*****. elisatab
 
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