Este cuento ha participado en el Reto literatura fantástica. No recibiendo voto alguno.
Lo que me llena de satisfacción. Espero que este mensaje te anime a participar en dicho reto, donde puedes agudizar el ingenio.
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La rata bromista.
El último hombre sobre la Tierra estaba solo en una habitación. De repente, sonó una llamada a la puerta... No respondió, quedó tan quieto como una estatua. Volvió a oírse una nueva llamada. No hubo respuesta. Con gran estruendo la puerta se vino abajo, apareció un individuo con vestimenta militar, llevaba una mochila, casco, arma automática al hombro, botas altas, llevando mascarilla anti-gas. La visibilidad no era muy buena. El último hombre estaba sentado a la mesa, no se inmutó. Ni siquiera se movió a lo que desconcertó al militar. Se acercó con mucha desconfianza, no sería la primera ni la última vez, que tuviera una desagradable sorpresa. Muchos de sus compañeros murieron por culpa de la confianza. No bastaba un exhaustiva experiencia militar, para esta guerra que llevó a la humanidad a destruirse. Llevaba varios meses deambulando por todo el país, no dando con humano alguno. Por fin parecía que ahora encontraría compañero o compañera, pero ante todo seguridad. Su experiencia militar podía más que su curiosidad, y eso le salvo varias veces la vida. Sus compañeros más confiados, hace ya tiempo que murieron a manos de criaturas creadas por la radiación nuclear. Decidió que lo mejor sería ganarse la confianza de aquella persona, que aunque no parecía peligrosa por lo visto tampoco se fiaba de nadie, no soltando palabra alguna. Empezó ha hablar a cierta distancia con esa voz característica. Al llevar mascarilla, sonaba algo ahuecada, pero él pensaba que lo bastante audible para hacerse entender.
—Sabes, entiendo que no quieras hablar.
—Nunca hay que dar pistas al enemigo.
—Pero, entiendo que puede que seamos los dos únicos supervivientes.
—Deberíamos de unir nuestras fuerzas para sobrevivir.
No recibió respuesta alguna, pero en la penumbra creó ver un movimiento. Por la mente del militar mil dudas aparecieron como una estampida. Su respiración se aceleró, la adrenalina entró a raudales llegando a tensar todos sus músculos, sudaba copiosamente, su corazón galopaba como un caballo a toda carrera. Raros ruidos delataban movimientos por parte del último hombre. El militar fue arrastrándose por el sucio suelo hasta rodear al otro. La penumbra le ayudó en su maniobra, la sorpresa era su arma fundamental, ahora, o nunca. Se abalanzó sobre el último hombre.
En una ciudad en ruinas contaminada por la radiación nuclear, se dejó oír un terrible grito de angustia. En la habitación de dónde provino tal alarido, un soldado lloraba de desesperación. Luchaba de rabia contra los despojos de un cadáver, que ya hacía tiempo que le sorprendió la muerte mientras estaba sentado. Una rata asomó por el ojo de la pelada calavera, miró al militar con curiosidad. — ¿Tú eres el bromista? Pequeño diablillo —Le preguntó en tono burlón —Tú que lo recorres todo, ¿no habrás visto algún humano? —El animal incrédulo hizo un movimiento con su cabecita, como dando a entender: “Y a mí que me cuentas, bastante tengo con sobrevivir” Raudo escapó perdiéndose por la ratonera más cercana. Entre lo que antes fueron edificios, restos de chatarra, desperdicios e inmundicias de todas clases, sigue su infructuosa búsqueda de cualquier rastro humano. “El último hombre”.
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