1 UN DIFICIL TRANCE PASADO POR AGUAS
Para ellos nosotras ya éramos un estorbo. Desviaron el micro de la ruta principal y dejaron que bajáramos en un desvío, en medio del campo y bajo una lluvia torrencial. . Desesperadas corrimos hacia un viejo edificio, nos agolpamos en la entrada y una a una fuimos pasando a través de una puerta que por entreabierta y trabada parecía querer hacernos la situación más difícil todavía. Detrás también aprovechó un perro escapando de los espantosos truenos que asustaban a cualquiera por ahí. Rápidamente debimos inspeccionar nosotras mismas ese gran salón vacío, seguramente estábamos en un antiguo club rural abandonado, y allí no había nadie que nos pudiera asistir en ese dramático trance. Cuando tratábamos de mantener la calma juntándonos en un pequeño círculo, nos sobresaltó la cabeza del segundo chofer asomándose escurriendo agua por ese resquicio de la entrada diciéndonos secamente: “Todo está bajo control” sin siquiera echarle un vistazo a ese inquietante y desconocido lugar. Y nos rogó que confiáramos en él, que las cosas en el micro se iban a arreglar de la mejor manera, y que todo saldría bien.
Finalmente nos pidió que esperáramos y que no saliéramos de ahí (como si se nos pudiera ocurrir semejante idea) pero igualmente se lo aseguró cerrando con toda su fuerza esa herrumbrada puerta que nos había dejado pasar como más compasión humana.
Afuera era un diluvio mientras el ómnibus permanecía en el mismo lugar. Nuestros familiares, nuestros hijos, nuestros esposos habían quedado ahí, y nosotras prácticamente abandonadas a nuestra suerte sin ninguna explicación de por medio. Trascurridos una eterna media hora, vimos con desesperación cómo nuestro micro arrancaba, y tras la espesa lluvia se alejaba retomando la misma ruta pero en sentido contrario al que veníamos. Enseguida se nos vino a la cabeza esas cuatro horas desesperantes que vivimos a bordo, y no creímos que ahora sería más llevadera ahí. Solo rogábamos que no sucediera lo peor de lo peor, digamos que sobre llovido, mojado...
Oscurecía y la lluvia había cesado. Empapadas de arriba abajo y con mucho frío nos sentamos en el único lugar disponible, el piso. Una al lado de otra, espaldas contra la pared, piernas juntas pero extendidas, y con la vista puesta en el sucio ventanal que apenas nos dejaba ver cómo chorreaban los vidrios. El reflejo de las luces de los coches en la carretera iluminaba esporádicamente nuestros patéticos rostros, mientras que el perro nos sorteaba una a una husmeándonos las piernas para echarse al final de la fila y compartir nuestra angustiosa espera como alguien más… . De pronto, cuando un sueño pesado parecía vencernos, el sonido de una sirena nos sacudió a todas. Corrimos al ventanal y vimos como fantasmal el regreso del micro que escoltado por un patrullero se detenía bien cerca al edificio. Rápidamente bajó el chofer junto a un agente policial y los dos llegaron corriendo hasta la entrada. Sin miramientos el oficial abrió de una patada la puerta atrancada, al momento que desde la oscuridad absoluta creíamos estar viendo una película de terror. Con la luz de una linterna nos iluminaron, posiblemente por el sufrimiento reflejado en nuestras caras el policía apuró una decisión; cruzó el salón, y con otra patada voladora tumbó la puerta que daba a un largo pasillo y marcando el camino con el haz de luz, nos ordenó –“Síganme todas”- Nos encolumnamos detrás de él como en una procesión hacia nuestra salvación, y allá, al final la encontramos; bajo la tenue luz que amenazaba con apagarse del todo, en un descascarado cartelito aún podía leerse: “Baños”. Entramos en tropel y sin discriminar a cuál precisamente... Mientras aliviábamos nuestras ansiedades y mayores temores, a través de la puerta el chofer nos informaba que lamentablemente los sanitarios del ómnibus no se habían podido arreglar en el pueblo cercano, y que recién se solucionaría este problema cuando llegáramos a nuestro destino final. En ese momento sobraban las explicaciones...
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