Era yo el único en conocer el secreto de Joceline. Yo, y el cajón repleto de cartas, de esas cartas a medio escribir, que estaba leyendo: aclaraban muchas sombras.
Volveré a colocar en su caja estos renglones borroneados, sin revelar esas frases echadas al azar, que ella no se había atrevido a mandar y que tampoco había podido dejar de escribir.
Hemos nacido ambos en esta casa, en ella hemos crecido juntos y luego, dejé esta ciudad. He regresado con las sienes canosas… Interrogué a sus padres, dos ancianitos arrugados y tristes.
- ¿Y Joceline?
Bajaron la cabeza.
- Se fue…
- ¿Adónde?
Mi pregunta se hundió en el silencio.
¿Para qué preguntar?... Mi voz despertaba ecos. Los rostros marchitos regresaban a su sombra. Tomé la llave de su habitación, que ahora iba a ser la mía: la habitación de cuyos recuerdos ella había escapado… Recorría con la mirada todas las cosas. Antaño, las flores sonreían en los floreros , estaba su mirada grave, sus manos que venían a mí…
Joceline, mi amiga de la infancia. Su rostro me atisba en esta en esta pieza cuyo moblaje me recibe como a un viejo amigo. Le he visto inclinarse sobre este escritorio, con el mechón que cubría su frente, cerrar este cajón cuya llave tenía yo en mi poder. He vivido anos junto a ella, inconscientemente, sin comprender su pena, bromeando con respecto al cartero:
- ¿No hay cartas?
- Mañana, tal vez, me contestaba con un dejo de melancolía.
Por la ventaja abierta se veían techos agrupados y el cubierto de nubes. La queja del viento no alcanzaba a estas paredes. Yo podía poblar a mi antojo el silencio. Repetía su nombre, así como ella debía haber repetido el otro, el que cubría estas páginas con su queja emocionante…
“Para que decirle cuan largos son mis días, La espera de sus noticias me deprime terriblemente. ¡Escriba! ¡Escriba!...”
Esta palabra se encontraba en cada página, suplicando, reprochando. Corrían fechas las frases eran cada vez mas apremiantes, mas desesperadas… Y la noche, caía sobre sus lágrimas. La larga noche, donde la ausencia de sueño multiplicaba las horas.
Mis manos fatigadas desparraman, una por una, estas hojas sobre las cuales había vertido tanta tristeza. Su pequeño fantasma está aquí, junto a mí o tal vez delante de esa ventana, esperando siempre…Evoca una breve felicidad, una despedida y el prolongado silencio… Mas tarde, ella comprendió que no había sido para él, mas que un alto en el camino y sin embargo, seguía esperando…
A través de las estaciones, su esperanza vacilaba. Había sido en una tarde como esta, en la que los últimos rayos de luz se deslizaban como a desgano. Ella había dejado caer su pluma y su última queja, que no tenía otra esperanza que su propio eco.
“No hay que recoger sueños, me dijo Ud. un día, teniendo mi rostro entre sus manos antes de que el tren se lo llevara. Me voy, yo también. Sé que ahora que no volverá y esta carta se quedara aquí, entre las otras que no he tenido el coraje de hacer desaparecer…”
Volví a cerrar el cajón. Largos fueron los días de espera, y los meses y los años…
Joceline, mi buena amiga, te encuentras probablemente en algún lugar, vieja y cansada. Mas yo no puedo imaginarte sino como una adolescente, que espera el cartero en la luz del crepúsculo.
|