Breve historia en 256 palabras.
Cuando Don Jenífaro Retuerto bajó aquel día a la calle no obtuvo contestación alguna de su portero al saludar. Pensó que no le había oído y siguió el camino de su oficina. Al entrar al despacho la diligente Marisol que se deshacía en atenciones hacia su persona tampoco reparó demasiado en él. No le quiso dar mucha importancia al hecho y se introdujo en su cubil. A diferencia de lo que había venido siendo habitual hasta la fecha, nadie entró durante toda la mañana a despachar la más insignificante gestión. El teléfono sí sonó, como todos los días, lo que de alguna manera le tranquilizó. Estaba ya a punto de recobrar el humor cuando observó que desde la ventana los limpiacristales de aquel moderno edificio no tuvieron la menor deferencia hacia él, lo que tampoco era habitual.
Cuando quiso darse cuenta de la razón ya era demasiado tarde pero lo explicaba todo. Estuvo riéndose solo durante un buen rato, tímidamente primero, y a mandíbula batiente después. Y es que había olvidado ponerse el peluquín aquella mañana.
(Cuando empecé a escribir aquel relato no sabía de qué iba a tratar, ni cómo se iba a desarrollar la trama, si es que existía; el único parámetro que barajada era su extensión. Terminaría en el instante mismo en que el cuenta palabras marcara la cifra de la entitulación).