Tenía rasgos muy femeninos, la típica piel de las abuelas; suave y blanca como la leche y unas arrugas fundidas suavemente en su cara.
Lo que me llamó la atención de Alicia fue su mirada, penetrante, inquieta, ausente, esa que pide a gritos atención.
Fernando, sentado a mi lado, observaba y estudiaba mi reacción.
¿Por qué me eligió a mí.?
Algunas fantasías se acercan a la realidad pero son difíciles de cumplir: “Interpretar el papel del cantante más famoso de la historia”, nada menos.
- Mi esposa sufre de problemas de memoria, después de cuarenta años de casado es triste visitarla y que no sepa quién soy -empezó con tristeza Fernando – Sé que mi pedido es insólito, pero quiero cumplirle el sueño de su vida; lo único que la mantiene viva es la música de Carlos, quién te dice provoque alguna reacción, no sé, verla reir, cualquier cosa es mejor que entrar aquí hoy, mañana y todos los días y sentir su ausencia.
El deseo de Fernando era complicado, pero la decisión estaba tomada, mi amistad con él y dotes de actuación me permitían intentar cumplir con semejante locura.
Esa noche, con la complicidad de una enfermera, ingresé al asilo de ancianos. Me acompañó hasta la habitación de Alicia con nuestros pasos callados y la ayuda de una linterna. Se despidió mirando con asombro el absurdo maquillaje, mi viejo sombrero y la ropa tanguera disimulada bajo el sobretodo.
Entré en silencio, me concentré en el personaje y preparé mis atuendos: Prendí el grabador.
Alicia despertó de sus sueños con las melodías de Volver, del más grande, Carlos Gardel,
- ¿Quién sos? – preguntó
- El morocho del abasto.
La penumbra de la habitación y las notas suaves inspiraron al cantor, me acosté junto a ella tarareando al compás de la canción:
“Sentir
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra”
Los sonidos se acabaron, tanteó mi sombrero, acarició mi cara. Un suspiro la silenció.
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