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Paco Vejer, además de ser camionero, travesti y de Puertollano, era un fanático adorador de Marilyn Monroe. Sus compañeros de profesión, alguno de los cuales llegó a disfrutar de sus mamadas, hacían chascarrillos sobre su obsesión. “Joder, la Marilyn esa estaba buena, pero llenar la cabina del camión con sus fotos es de estar trastonao” “Seguro que se la está cascando todo el tiempo con la rubia esa” y se reían sin recordar la lengua de Paco lamiéndoles su glande, sin reparar en el sutil parecido de aquella putilla rubia de la otra noche con la actriz americana.

Pero claro, quién le iba a reconocer al jodido de noche, iluminado por las farolas de estaciones de servicio y con semejante peluca. Brillaba tanto esa pelambrera que a veces conseguía clientes tan sólo porque se quedaban agilipollados con su resplandor. Afortunadamente, porque los calcetines bajo el sujetador hacían pensar en tumores fuera de control o en un Gremlin tras una ducha, y las piernas algo rechonchas en que quizás, gastarse los diez euros, no había sido tan buena idea. Después a él le vendrían los remordimientos. Lo de prostituirse no lo hacía por gusto. En verdad, con el camión sacaba más que de sobra para vivir. No. Él trataba de intuir cómo había sido la vida de Norma Jeane y creía saber le fue necesario pasar malas rachas antes de triunfar como una estrella. Paco podía ser travesti, pero no gilipollas, y estaba seguro que él jamás triunfaría como una estrella. Sin embargo, atravesar el mismo calvario que ella, permitirse algún capricho de lencería o incluso, dormir desnudo sólo con unas gotas de Chanel nº 5 en la cabina del tráiler le iban aproximando a palpar su eternidad.

Fue un día, en el monovolumen familiar de un cliente que regresaba de un viaje de negocios cuando escuchó algo que le cambiaría la vida. “Sabes, me recuerdas a ella”, le dijo el tipo mientras se aflojaba la corbata. “Sé dónde vive”. Paco por un momento perdió el ritmo. “Aún se conserva bien. Aparenta cincuenta. Resplandece lozanía”. “¿Dónde?” dijo en un registro de voz que recorrió todas las tonalidades. “¿Dónde vive?”, fue capaz de repetir en un falsete esta vez contenido y plano. “Si me dejas que te la chupe”. Paco se apartó sobresaltado, como si de repente le fueran a violar. “Pero…” dijo aún intimidado. La verdad es que sin contar su actividad remunerada fuera de horario laboral y si pasamos por alto un extraño beso ambivalente que dio a su mejor amigo a los catorce años, jamás había tenido contacto sexual con nadie por lo que no estaba preparado para semejante propuesta. “No” dijo de manera firme con voz femenina. “¿Qué?” “Te he dicho que no” insistió ultrajado, igualmente con voz femenina. “Pero quiero que me digas dónde vive Marilyn”. “¿Qué?” volvió a repetir el tipo del monovolumen familiar al que de repente le entraba un divertido tic de apretarse el nudo de la corbata. “¡Que me digas dónde está Marilyn!” gritó esta ocasión con voz grave, ronca, en un rugido previo a soltarle una hostia al tipo del monovolumen familiar que de repente comenzó a chillar “!Estás loca! ¡Eres una furcia loca!” Pero la zona de descanso a las afueras de la ciudad estaba demasiado solitaria y los coches pasaban por la autopista aledaña demasiado rápido como para que nadie le oyera. “Que me digas, dónde, está, Marylin” repitió Paco mientras sujetaba al tipo del monovolumen familiar por la corbata que estaba ya hecha un asco. Bien fuera por una respuesta instintiva por proteger la corbata, bien fuera por la sorprendente transmutación de la cosa rubia que había subido a su coche, el tipo echó mano de la porra extensible de acero que tenía para ocasiones excepcionales y el muy gilipollas, de un viaje, destrozó el espejo retrovisor. Paco, que sería travesti, no gilipollas, pero sí camionero, y por tanto, acostumbrado a cargar pesos, encontró fuera de lugar aquella reacción y tras arrebatarle la porrita, le destrozó la cabeza al tipo del monovolumen familiar sin tan siquiera importarle que su peluca rubio platino yaciera pisoteada llena de sangre.

Los camioneros recorren las autopistas como Lawrence de Arabia hacía con el desierto. Se duchan en sitios donde nadie se presta atención. Cenan en solitarias mesas de restaurantes aislados. Recorren cientos de kilómetros siendo tan sólo vistos de refilón a través del espejo por algún conductor que les adelante. Paco, de esta manera, dos días más tarde estaba entregando su carga en un país centroeuropeo. Esos dos días le sirvieron para pensar. “¿Qué he hecho?” se atormentaba. “Me podría haber llevado hasta ella” no paraba de repetir. Antes de abandonar el monovolumen familiar lo registró todo en busca de alguna pista que indicara el paradero de Marilyn. Recogió todos los tickets de gasolina, mapas, folletos, cualquier cosa que tuviera escrita una dirección y durante varios meses se gastó todos los ahorros recorriendo aquella maraña de puntos inconexos que trajo consigo. Circuló con su camión por ciudades provocando atascos, por carreteras de montaña a punto de despeñarse o despeñar a quienes se cruzaban con él, por aldeas cuyas casas vibraban al paso de aquel mastodonte. Recorrió tantos kilómetros poseído por la inextinguible sed de encontrar a su adorada Marilyn que no se dio cuenta que el tráiler se estaba deshaciendo. Algunos pilotos colgaban tras roces con fachadas, trozos de lona ondeaban al viento por culpa de alguna rama, incluso una rueda estaba a punto de reventar amenazando con dar al traste aquella búsqueda.

Paco sería travesti, pero no asesino, por tanto no reparó en todas las huellas que dejó tras el homicidio y a ver, para detener un camión a punto de deshacerse conducido por un tipo con cara de chiflado con una peluca ensangrentada en el asiento de copiloto no hace falta ser Sherlock Holmes. De esta manera Paco, acabó entre rejas. Sólo lamentaba no poder seguir buscando.

La vida se le hizo dura, aunque a veces le dejaban ponerse la peluca. El psicólogo de la cárcel le ofrecía en todas las sesiones si quería ser trasladado a un módulo especial, o incluso a uno de mujeres “especiales” le llegó a decir. Pero él siempre contestaba que no. Que cuando abusaban de él en la ducha al grito de “vamos a follarnos a Marilyn” en cierto modo se sentía como ella, sola, incomprendida, humillada. No se sabe si fue un alma caritativa, o un hijoputa que quisiera matarle por un plato de comida, el caso es que una mañana le encontraron muerto en la celda con una sobredosis de barbitúricos. Pero Paco sabía que estaba predestinado para morir así y nada pudo borrar su sonrisa.

Texto agregado el 25-02-2014, y leído por 362 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
06-04-2014 joder muy guay, se me erizó el cogotillo y el cuero cabelludo con el final, un saludo de nuevo, chao centeno
02-04-2014 A si me gusta amigo, directo y sin pelos en la lengua..... mis estrellas.***** kasiquenoquiero
11-03-2014 Cuento complicado de escribir, porque busca el esperpento pero sin caer en el ridículo y mantiene perfecto el equilibrio. Dura historia la de Paco, original el desarrollo y previsible pero inevitable el final. walas
07-03-2014 Triste historia donde el personaje principal pierde el juicio por su obsesión a su ídola. la imita hasta sus últimos días. una historia triste y atrapadora. pithusa
26-02-2014 Llevar el personaje y la obsesión más allá de lo comprensible (o mentalmente sano), tiene sus consecuencias. Es un relato duro, fuerte, sin "edulcorantes" ni eufemismos, más allá de unos ligeros toques de humor incisivo, casi cínico. Muy bueno. Ikalinen
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