Islas en el mar
Fantasía antropológica.
De la creación.
Dicen que el dios Aroba permaneció durante mucho tiempo dentro de su concha. Era una concha redonda, que giraba en medio del espacio, en la oscuridad.
Entonces no había tierra, ni sol, ni luna, ni estrellas, ni hombres, ni peces, ni bestias, ni dioses. Luego Aroba se cansó, aunque hay quien dice que su concha se agrietó por accidente obligando a Aroba a salir al exterior. Sea como sea, el caso es que salió fuera de su concha. Entonces se puso de pie sobre su concha y gritó: “¿Quién está ahí?”. No obtuvo respuesta, pues no había nadie ni nada para contestar. Aroba se enfureció entonces y, en un arrebato, separó las dos partes de su concha, creando el mar y el cielo. Volvió a gritar entonces: “¿Quién está ahí?” Las únicas respuestas esta vez fueron el silbido del viento y el rumor del mar. Aún mas enfurecido que antes, gritó de nuevo: “¿QUIÉN HAY AHÍ PARA ADORARME?” Rabioso, siguió gritando, andando de un lado al otro de las grandes aguas que entonces cubrían el mundo. Tanto se sulfuró que, al fin, reventó como una calabaza cuando se estrella contra una roca aunque hay quien dice que se desgarró a sí mismo. La conciencia de Aroba quedó entonces atrapada en la tierra que domina el volcán del mismo nombre. Ahora, esa es la casa de Aroba. Y los pedazos de su propio cuerpo cayeron dispersos por todo el mar. Pedazos que se sumergieron bajo las aguas.
Aroba, en el momento de desgarrarse o quizás estallar, perdió toda su fuerza espiritual, su mana. De ese mana nacieron los tres Dioses Primeros: Tulaké, dios del tiempo y mantenedor del mundo; Puloa, diosa del mar y madre de todo lo que alberga y Kava, diosa del cielo y madre de los vientos.
Puloa y Kava cayeron pronto rendidas, completamente enamoradas, a los pies de Tulaké. Así comenzó en el mundo el Amor, que ambas profesaban a Tulaké y el Odio, que desde el principio empezaron a profesarse la una a la otra. Kava y Puloa han peleado desde entonces por el amor de Tulaké, que nunca pudo dar preferencia a ninguna. Así, cuando Puloa creó a los peces, como regalo para Tulaké, Kava creó los pájaros. Puloa creó el arco-iris, Kava las estrellas, Puloa las algas y las plantas, Kava la lluvia que fertiliza la tierra… Las fases de la luna son parte de su interminable combate: Kava construye la luna como regalo para Tulaké, y Puloa, que no se ve capaz de igualarla, se emplea en destruirla cada vez que su rival la ha terminado. De vez en cuando, la interminable disputa entre las dos diosas degenera en pelea abierta: entonces llegan el tifón y el maremoto.
Tulaké tuvo varios hijos con Kava y con Puloa. Son los llamados Dioses Nuevos, que se casaron entre ellos y así llegó la descendencia de los dioses-piedra. Nunca se ha sabido si de los dioses nuevos o de los dioses-piedra, pues nadie ha conseguido sacárselo, está Tama-eiki, el principal de los dioses, a quien todos deben respeto y adoración.
De la aparición del sexo
Los Dioses Nuevos al principio no tenían ninguna diferencia de sexo. Al contrario que sus padres, no eran ni varones ni hembras. Hasta que en cierta ocasión alguien se preguntó por qué tenían que ser diferentes de sus padres. Y así fueron a preguntarle a Tulaké. Este intentó convencerles que iban a ser más felices tal como eran, aunque lo cierto es que su parlamento careció de convicción. Más aún cuando él mismo era indudablemente un varón. Sabía que les estaba negando a sus propios hijos algo a lo que tenían derecho.
Así que al fin Tulaké mandó a todos que subieran a una canoa y se trasladaran a Ua, no dijo para qué. En Ua no había nada que no fueran basuras en inmundicias, pero nadie osó desobedecer al padre de todos y salieron de Aroba en una canoa. Cuando todos hubieron puesto pie en Ua, la Araña Primordial1, por orden de Tulaké, tejió una telaraña que impedía salir a los dioses. Estos desesperaban de escapar cuando Tulaké habló desde fuera y les señaló dos instrumentos musicales que había hecho aparecer en el suelo: una flauta travesera y una matraca. Dijo Tulaké: “Tocad cada uno un instrumento, el que más os guste. Y así os parecereís a vuestras madres o a mí. La araña os dejará salir según lo vayaís haciendo.”
Luego, Tulaké se marchó. Los dioses pasaron largo tiempo contemplando los dos instrumentos. No sabemos cuánto tiempo pasó hasta que Lanu, dejándose fascinar por la boquilla de la flauta travesera se decidió a intentar tocarla. Apenas hubo sacado la primera nota, se transformó en una mujer. Su hermano Ronu, abrumado porque ella, como ya se la podía calificar, hubiera sido más valiente, tomó la matraca por el mango y la hizo sonar con fuerza. Así adquirió el cuerpo y la apariencia de un hombre. Luego, los dos hermanos se acercaron a la red. La Araña Primordial la retiró, dejándoles salir. Por turnos fueron pasando todos: los Dioses Nuevos, los dioses-piedra, las criaturas del inframundo. Todos pasaron y tocaron uno de los instrumentos y la araña les dejó salir convertidos ya en hombres y mujeres.
Al final quedaron solo dos: uno era Tama-eiki, el otro Itué. Ambos dudaban frente a ambos instrumentos. Tama-eiki no sabía decidirse. Odiaba tener que sacrificar la fuerza por la agilidad o la belleza por la habilidad. En cuanto a Itué, era el único a quien el parlamento inicial de Tulaké había convencido. Ambos se quedaron mucho tiempo dudando hasta que llegó la noche y les encontró sentados aún frente a los instrumentos. Deliberaron ambos, pero sin llegar a ninguna conclusión.
La araña los apremiaba, pero no pensaba dejarles salir. Al final, Tama-eiki se acercó a la flauta travesera. La sopesó. La blandió. Pero no llegó a soplar por ella y la dejó de nuevo en el suelo. Luego tomó la matraca y la alzó con indecisión. Entonces, accidentalmente, la matraca sonó. Fue apenas una nota, pero bastó. Tama-eiki se transformó así en un hombre joven y apuesto. Iba a salir de la telaraña, pero entonces recordó a Itué.
-Vamos, Itué. Solo quedas tú.
-No puedo, Tama-eiki. Yo ya soy feliz así. Vete tú…
-No quiero dejarte aquí, solo. Venga, haz un esfuerzo…
Tama-eiki unió la acción a la palabra y le alargó la flauta dulce. Itué, vacilante, ya había tomado la matraca. Pero no quiso rechazar lo que le ofrecía Tama-eiki. Al final se puso la flauta en la boca arreglándoselas para mantener la matraca agarrada. Sopló y movió la mano al mismo tiempo. Y ambos instrumentos sonaron a la vez. No fueron sonidos armoniosos ni apenas agradables, pero la Araña Primordial los dio por válidos, pues deshizo la tela y se volvió al cielo.
Itué había quedado en algo intermedio. Parecía un hombre, pero podía pasar por una mujer. Tama-eiki sugirió ir a ver a Tulaké para que lo arreglara, pero a Itué le gustaba su aspecto y Tama-eiki lo encontró atractivo. Pasaron la noche juntos hasta que el resto de dioses ya transformados vinieron a buscarlos con la canoa al día siguiente.
Desde entonces, Itué es el dios y diosa del amor y del deseo. Pues es el único que puede ponerse en el lugar de ambas partes. Cuando Tama-eiki creó al hombre, fue el primero al que le mostró su obra. Itué regaló entonces el ñame a los hombres. Se dice que si se le hubiera ocurrido a Itué quizás no habría hombres y mujeres, pues Tama-eiki para entonces había perdido la costumbre de pensar de otra manera que no fuera la sexuada.
De la creación del hombre y el surgimiento de las islas
En cierta ocasión Tama-eiki se entretuvo cortando madera y se dedicó a hacer pequeñas figuras con ella. Primero cogió un tronco y trató de crear las figuras de dos hombres. Como le sobraba algo de madera, creó una tercera también de hombre.
Luego, tomando otro tronco, creó tres figuras de mujeres a modo de compañeras de las otras figuras. Viendo lo bien que le habían quedado, decidió infundirles aliento. Así nacieron los tres primeros hombres: Llamó Konay y Konju a los que había querido hacer primero y Komo a quien había hecho con la madera que sobró. Dejó que ellos dieran nombres a sus esposas, nombres que no nos han llegado.
A Tama-eiki le gustó su trabajo, y se entretenía viéndolos en medio de sus actividades. Pero ocurrió que se iban multiplicando. La tierra de Aroba que era la única que existía, pronto se quedó pequeña. La única otra tierra que había en mitad del mar era Ua, que no era sino un montón de inmundicias acumuladas frente a Aroba. La promiscuidad excesiva no era buena, pues traía a sus creaciones violencia y caos innecesarios. Pero Tama-eiki no quería desprenderse de su obra, de la que se sentía orgulloso.
Entonces Tama-eiki se puso a buscar. Viajó por el mar hasta que encontró un pequeño atolón donde se acumulaban los peces. Aparte de Aroba, era la única tierra emergida que nunca había visto. Entonces, preguntó al Rey Tiburón, que se hallaba cerca acechando a los peces: ¿De dónde ha venido esta tierra?, el Rey tiburón le contestó:
-Es un pedazo de la carne de Aroba, como las otras que siguen bajo el mar.
-¿Y cómo es que está en la superficie?
-Hay un viejo, Fusi, que las pesca con su anzuelo y las hace salir del mar.
Tama-eiki no preguntó mas, pues no conviene deberle mucho al Rey Tiburón. Pero se hizo el propósito de buscar a Fusi. Recorrió el océano y fue encontrando nuevas tierras. Seguro de que era la obra de Fusi, fue siguiendo el rastro hasta que llegó a una gran isla. Desembarcó en ella y se le acercó una mujer. ¿Quién eres?¿Por qué has venido? preguntó la mujer.
-¿Vive aquí Fusi? He venido a pedirle un anzuelo
-Mi esposo ha salido de pesca. Pero no tardará mucho. Puedes esperarlo.
A Tama-eiki le gustó la mujer de Fusi y se empleó en seducirla. No le costó mucho, pues era un joven fuerte y guapo, muy distinto al viejo y malhumorado Fusi. Al final, la mujer le instruyó así: Cuando le pidas el anzuelo, te dirá que elijas entre los que tiene: no escojas ningún anzuelo de los buenos y brillantes. Con ellos no pescarías ninguna tierra. Elige, en cambio, el más sucio y en aparente mal estado. Es el anzuelo para pescar tierras.
Por fin regresó Fusi a su morada. Tama-eiki le pidió entonces el anzuelo para pescar. El viejo Fusi le señaló varios de ellos colgados y le dijo que eligiera él mismo. Tama-eiki fue directo al más viejo y estropeado.
-¿Por qué no eliges un anzuelo bueno? -preguntó Fusi.
-Sería abusar de tu hospitalidad. Con éste me conformo.
Pero Fusi se dio cuenta de lo que había pasado e iba a castigar a su esposa. Tama-eiki le calmó: consiguió que Fusi reconociera que parte de la culpa era suya, pues no podía satisfacer a su esposa tanto como hubiera querido, Tama-eiki prometió a cambio que le devolvería el anzuelo una vez hubiera terminado con él. Fusi aceptó, pero una vez se enteró de para qué lo quería puso una condición: los hombres tendrían que respetar y recordar para siempre el nombre de Fusi, a quién debían estar agradecidos. Tama-eiki aceptó. Y es por eso que siempre alabaremos el nombre del viejo pescador Fusi. También por eso se permite, si el marido está de acuerdo, que una mujer tenga más de un hombre.
Tama-eiki tuvo que dar muchas vueltas, hasta dar con muchos pedazos del cuerpo de Aroba que andaban dispersos por el Oceáno. Tarea que le llevaría años.
Sin embargo, la primera de las tierras que surgieron sobre el mar no comenzó así. La tierra de Aroba estuvo emergida desde el principio, igual que la de Ua. También están las tierras, muy pocas, que hizo emerger Fusi. Pero la mayor parte de las que conocemos fueron obra de Tama-eiki, que fue viajando de un lado al otro, buscando pedazos de Aroba que subir a la superficie y enviando a los hombres que se multiplicaban a las nuevas tierras que iba sacando.
Hasta aquí la primera saga. |