EXTRADICIÓN FRUSTRADA
Los años en el ejército y su participación activa en la guerra de abril lo habían dotado de la capacidad, experiencia y, la paciencia suficiente para soportar hora y hora parapetado, tirado de barriga sobre el piso de la azotea del edificio donde se encontraba al asecho, sin alterar un solo músculo de su cuerpo. Mantenía el fusil automático apoyado en el hombro de la mano derecha, sosteniéndolo firme y con precisión con la izquierda, montado sobre el bípode donde descansaba. El dedo índice de su mano derecha cautelosamente curvado, rozaba con suavidad las texturas del gatillo de la mortífera arma. Su vista fija a través de la mira telescópica esperando el momento preciso para realizar el disparo y lograr hacer puntería en el blanco. En esta posición soportaba la inclemencia de la alta temperatura sofocante de mediodía, producto de los candentes rayos solares de final de la estación de verano en el trópico. El mal olor a ratas muertas en el lugar, miasma, tufo de microorganismos descompuestos, el olor de la brisa cargada de salinidad, yodo, sulfuro de dimetilo (DMS) procedente de las aguas descompuestas del mar adyacente, el ruido perturbador proveniente de los motores de los vehículos que transitaban por el lugar agitaban su pulso y los latidos de su corazón, el silbato de las bocinas de los barcos al atracar en el muelle del embarcadero; pero ante todo, la preocupación que asediaba su cerebro pensando en la difícil condición humana en que había quedado su hijo menor interno en el hospital producto de desgaste físico y el debilitamiento progresivo de su cerebro, convertido en una escoria social por su adicción y el consumo de estupefacientes, inducido por aquel ¡maldito! Traficante extranjero que había pasado toneladas de cocaína por el país, a las vistas de todo el mundo, menos por las autoridades encargadas de velar para que esto no suceda, al ser sobornados, comprados por él, con el pago de altos peajes en dólares, perneando la sociedad con este flagelo del ¡demonio! tronchando el ideal y el futuro de los jóvenes. Finalmente fue hecho prisionero; pero los mal llamados a hacer justicia juzgándolo en el país, pretendían extraditarlo fuera de la nación para ser juzgado allí por los desmanes cometidos.
El hombre con el dorso de su mano izquierda trataba de secar el sudor que perlaba su frente, corría por su cara quitándole por momento la visión. Mojaba el piso de la terraza al gotear copiosamente donde se hallaba tumbado boca abajo en posición de apretar el gatillo en cualquier momento. Sus músculos rígidos, consumidos por la indignación interior que lo asfixiaba. La garganta reseca, tenso por las más de diez horas que llevaba allí, casi sin pestañear, en expectativa, colocado en la misma posición sin ingerir el preciado líquido ni probar bocado.
De vez en cuando levantaba la cabeza, miraba desde lo alto en el escondite donde se hallaba. Intranquilo, observaba a través de la mira telescópica encuadrada en el objetivo donde pretendía ver aparecer en cualquier momento la comitiva militar que sacaría por la puerta trasera del palacio de justicia al prisionero con su pecho protegido por un chaleco y un casco anti-balas puesto en la cabeza, reguardado por varios militares cuidando su vida de cualquier persona que intentara agredirlo antes de ser introducido en el vehículo blindado estacionado a varios metros de allí, para ser trasladado a la prisión donde esperaría recluido en cautiverio el día y la hora que sería extraditado a los Estados Unidos de Norte-américa.
Tendido encima del techo de la décima segunda planta del edificio, a una distancia aproximada de mil trescientas yardas del lugar que lo separaba de donde esperaba impaciente que apareciera el convicto de la justicia. Los nervios desgarrados por la larga espera, la sed, hambre, el cansancio. Los minutos le parecieron horas, con su mente quería adelantar el tiempo. Una paloma se sentó cerca de donde estaba colocado el fusil preparado para disparar. Siseó con sus labios para espantarla, haciendo el ave un fuerte ruido al batir sus alas cuando intentó levantar el vuelo, permaneciendo en el mismo lugar, escudriñando galantemente con sus ojos asustados al hombre acostado sin moverse sobre el piso.
En ese preciso momento el ex-militar alzó la cabeza por enésima vez para mirar hacia el lugar donde esperaba que apareciera su objetivo. Asustada la paloma con su movimiento voló y fue a sentarse más allá donde otras de ella se encontraban picoteando sobre el piso.
El francotirador aguzó la vista a través de la mira telescópica del fusil, observando un gran tumulto que se había formado a la salida del palacio judicial, lo que obligó a poner tenso todo su cuerpo, esperando cauteloso que se asomara por la salida el objetivo esperado.
El corazón se le aceleró de mala manera. Su cuerpo empapado de sudor mojaba su camisa por completo pudiendo exprimirse. El dedo curvado presionó el gatillo escuchándose un leve sonido al girar que, lastimó el cerebro del hombre al escucharlo. Contuvo la respiración, conteniendo al mismo tiempo el movimiento del dedo sobre el gatillo, esperando ver asomarse por el hueco a los flanqueadores delanteros de la comitiva.
Una gota de sudor golpeó el piso. Al caer, el hombre percibió un gran alboroto cuando la secreción tocó el suelo por el silencio que existía. Hasta pudo escuchar los latidos de su corazón y sentir circular la sangre por los vasos sanguíneos al dilatarse, presionando por salir de su curso, buscando encontrar una salida al exterior de su cuerpo al no poder aguantar la presión sanguínea que ejercía al frenar la respiración, esperando casi sin respirar que apareciera en la mira el blanco ansiado que hacía un tiempo había elaborado, fijándolo en su memoria como un tatuaje que no podía sacar de ella, mucho ante de tomar la nefasta decisión de ejecutarla.
El cuerpo del hombre parecía que se iba a derretir. Trató de mantener la cordura; pero era imposible. La lente telescópica del fusil se empañaba con su respiración, lo que obligaba a limpiarlo, reteniéndola forzosamente, intranquilizándolo grandemente al mirar muy de cerca las figuras borrosas, de mantenerse así, podría fallar al realizar el disparo por el temblor de su pulso.
Quiso cambiar de posición, conteniendo el impulso en el último momento al ver aparecer por el hueco a los militares que franqueaban al prisionero. Esperó con el dedo curvado presionando fuertemente el gatillo del fusil que en algún momento sintió que se calentaba quemando el dedo.
Lo vio rodeado de militares fuertemente armado, desplazándose malamente. Sus piernas y manos estaban aprisionadas por una cadena metálica que apenas las movía. Fijó la vista en la lente. Esta era la ¡oportunidad! que había esperado hacía más de diez interminables horas. No podía fallar. El cuerpo lo tenía entumido. Ya no sentía bombear su corazón. No escuchaba nada a su alrededor. No percibía nada. Todos sus sentidos estaban puestos sobre el blanco. El silencio a su alrededor lo decía todo. Llenándose de terror apretó con rabia el fusil, aferrado a él con su mano izquierda haciéndole daño a su hombro derecho al ejercer con ella sobre él una fuerte presión. No podía contenerse. Mantuvo el dedo índice curvado sobre el gatillo caliente de su fusil M-16. Visualizó a través de la mira el punto como blanco que por meses había fijado en su cerebro. Escuchó el ruido inconfundible cuando al accionar el gatillo liberó el martillo golpeando el casquillo del proyectil 5,56 mm, luego en fracción de milésimas de segundos se escuchó la explosión al salir el plomo rabiosamente buscando la garganta del convicto, al mismo tiempo el aletear de palomas al volar al escuchar el fogonazo del disparo. La bala pasó limpiamente entre los dos guarda-espaldas delanteros a escasas fracción de milésimas de ellos sin rozarlos, penetrando por encima de la glotis del prisionero destrozándole el hueso de la barbilla. Le arrancó de la cabeza el casco protector al recibir el fuerte impacto al explosionar dentro de su cabeza, regando por todo el recinto y sobre los cuerpos de los militares y personas aledañas, partes de la materia encefálica al brotar en regadera por todo el lugar. El cuerpo cayó boca-arriba fulminado sin vida sobre la acera, a poco metro de la calle trasera del palacio de justicia.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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