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“Tú y tu gusto por las formas fálicas” dijo Tulio.
“¿Qué quieres que te diga? – respondió Octavio – ¡si en verdad me vale verga!”
Tulio muy centrado como siempre, enérgico y malhumorado a la vez no tuvo más remedio que responderle a su no tan amigo, pero compañero al fin, que haga lo que le venga en gana, pero que lo haga rápido.

Tulio Vásquez de las Casas: estudiante de derecho, profundo admirador de la alegría de vivir según sus más amigos; muchacho de buenas costumbres, creyente de lo sobrenatural que emerge de un dizque tercer ojo; amigo de los seres de ultratumba, víctima de los dolores de una garganta mal herida por el abuso del cigarrillo, el alcohol y de una risa tan amarga como el tereré; conocedor de los temas precisos para una buena tertulia y católico sólo en las fiestas de navidad realizaba sus prácticas obligatorias para graduarse de abogado en alguna universidad de alguna ciudad que alguna vez fue coronada con algunas coronas por algún rey de algún país que alguna vez conquistó algún gran imperio de algún nuevo continente.

Tulio mandó a Octavio a terminar de archivar los últimos documentos necesarios para enseñar como defensa en aquel gran juicio. Pensaba que esa era la oportunidad perfecta para demostrar a quién habría de demostrar sus facultades como un excelente hombre de leyes. Quería exponer y asombrar con sus habilidades para la recolección de información vital, su análisis y su nivel de deducción. Quería ganarse desde ya la admiración de aquellos con los que tendría que cruzarse por más de una vez por los pasillos del Palacio de Justicia, ya no como un simple practicante de leyes, sino como un abogado.

Vio de reojo la partida de Octavio de aquel despacho. Miró de reojo pues quería hacerse de una fama de incansable trabajador y de apasionado, incapaz de distraerse ni por el estallido de una bomba. Quería hacerse de esa fama inclusive con Octavio, practicante también de derecho, pero mucho más joven e inexperto que Tulio. Era conciente que uno mismo no se puede engañar. Por esa razón permitióse un descanso mental, llevado a la práctica como una simple recostada en la silla giratoria. Se echó hacía atrás, giró la silla hacía la ventana contigua al escritorio, y así, descansando la mente y tal vez los rígidos músculos pensó: “Este juicio de mierda ya me tiene harto, pero falta poco para dejar de ser la última rueda del coche” De pronto se esbozó una sonrisa en su rostro, pues dijo a sí mismo que Octavio y no él, era ahora la última rueda del coche. Pero en fin, seguía siendo parte del equipo que tiene voz, más no voto en un estudio de abogados prestigioso como el suyo, que llevaba más de cuatro apellidos. Al parecer mientras más apellidos tiene un estudio de abogados más prestigioso ha de ser. Posiblemente los abogados piensan que sus estudios deben llevar apellidos tan largos como los clásicos apellidos aristocráticos del Perú de antaño, algo así como “Estudio Riva Agüero y Sánchez Boquete Álvarez Calderón Diez Canseco”.

Medio echado en la silla que le hacía descansar la espalda, el cuello, las nalgas y sobretodo la mente, Tulio se llevó ambas manos a la nuca, creando entre las dos una especie de almohada. Cerró los ojos y expiró fuertemente, como queriendo expulsar su cansancio mediante aquel ademán. Evidentemente no logró nada. Abrió los ojos, privó de descanso a su cabeza pues usó las manos para sacarse los lentes y para frotarse los somnolientos ojos que no dejaban de leer y mirar desde hacía varios días. Pronto dormiré como un Lirón, pensó. Luego, sin pensar, ni razonar miró hacia la calle por la ventana al mismo tiempo que devolvía sus lentes a su sitio habitual. Miró los autos parados esperando el cambio de luz del semáforo, miró a los transeúntes, los edificios, los kioscos. Algo le llamó la atención, y se incorporó. Vio una turba de seis muchachos que andaban por la calle bromeándose entre ellos. Una nueva sonrisa se dibujó en su rostro pues se dio cuenta que hace unos años el había estado en esa misma situación. Se preguntaba qué harán esos muchachos. ¿Irán al cine, a jugar fútbol, a visitar amigas? Seguro se van a fumar un porrito, se dijo. Es la hora perfecta, las 6:30 p.m. ¡Qué envidia carajo, y yo encorbatado en una oficina trabajando como lo hace la gente mayor! Los vio alejarse. Luego volvió a la posición en la que había estado. Semi echado en la silla con las manos en la nuca. Cerró los ojos y empezó un repaso personal producto de la melancolía causada por esos seis muchachos.

¿Cómo pasan los años verdad Tulio?, se dijo. Sin querer has dejado de ser ese adolescente quisquilloso y ansioso por el fin de semana. Dejaste el ocio de los años maravillosos, el arte de no hacer nada más que perder el tiempo, el ansía por la llegada del verano y la partida de la primavera, que será siempre tu peor enemiga. Te has convertido en un seudo profesional a tus 23 años, te has trazado las metas a lograr, has soñado con el éxito, la gloria y los aplausos por alguna hazaña en algún juzgado, con el reconocimiento de la ciudadanía, con una entrevista en vivo y en directo con el entrevistador en boga. Hasta le dijiste a un amigo que soñabas con un premio Nóbel, claro que tu amigo sabía exactamente la mención que te otorgarían los encargados del premio: el premio Nóbel a la terquedad. Sin darte cuenta te has hundido en más deberes de los que podías aguantar, en más trámites que un pequeño empresario. Te has vuelto parte del cáncer llamado burocracia, has visto la corrupción a menos de un metro con todo su asco y reproche, y la has aceptado.

Tulio se sentía parado frente a un espejo escuchando lo que su reflejo le decía. De monaguillo de colegio católico (para los profesores por lo menos) has pasado a ser el hombre que jamás imaginaste. Cambiaste mucho, pero cambiaste nada a la vez. Sigues siendo el mismo por dentro, fiel a tus raíces, a tus instintos, a tus odios, miedos, alegrías, malhumores, necesidades y contradicciones. Conociste la marihuana y te volviste un experto en la ciencia del desmoñar y rolear. Odiaste el amor hasta que te llegó, sin siquiera buscarlo, pues eras conciente que esas cosas llegan cuando tienen que llegar y se van cuándo menos uno se lo espera. Porque en el amor el hombre siempre espera el momento en que lo van a dejar y las mujeres crean las situaciones precisas para que los hombres intenten sus estrategias caviladas desde un primer momento. Archivadas en su cerebro como si fuese un catálogo de lo que hacer y no hacer en precisas circunstancias. Te llegó y lo tomaste, está vez para tu asombro lo tomaste. ¿Cambio de rumbo, nueva vida, nuevas responsabilidades? Ni idea tuviste de por qué esta vez si aceptaste el amor, ni siquiera te molestaste en concluir la razón. Por ese lado te sientes feliz y tranquilo, pero qué pasó con la vida. ¿Creciste? Que pena, pero así es la vida. Extrañas los viejos tiempos, a los amigos. Extrañas ir a la playa los fines de semana, los partidos de fútbol, los temas de adolescentes inexpertos, extrañas las ganas de cambiar al mundo. ¡Hasta quisiste ser marino! Los años maravillosos, ¿qué otra cosa pueden haber sido?

El sonidote la puerta lo sacó de su letargo al abrirse, y se dejó ver descansando y ajeno a sus obligaciones por Octavio. Inmediatamente se incorporó y miró el escritorio, de izquierda a derecha, de arriba a bajo, cómo buscando desesperadamente los asuntos que atendía hacía unos minutos.

- ¿Y esa cara de loco? Preguntó Octavio
- …
- ¿Has llorado?
- ¿Llorado?, para nada. Respondió Tulio.
- Tienes los ojos llorosos ¿te pasa algo? preguntó Octavio
- ¡Que no hombre! Es que me sobé los ojos por el cansancio.
- Lo que tú digas Tulio.

Octavio le extendió los documentos archivados y listos para ser usados en el juicio. Se disculpó con Tulio para ir al baño. Dio media vuelta, cerró la puerta y se marchó. En ese momento Tulio se paró, miró una vez más por la ventana, nuevamente usó las manos; con una se retiró los lentes y con la otra se secó las lágrimas. Los años maravillosos, se dijo. No volverán, pero estarán ahí, en la memoria de los amigos. Se puso los lentes nuevamente, miró el marco de la ventana y sin pensarlo dos veces se paró en ella.

Ahí estaba Tulio, parado en el marco de la ventana, con las manos agarrando las partes laterales, balanceándose. Examinaba la distancia que había desde ese octavo pisto hasta la acera, allá abajo. ¿Por qué no? Se preguntó. Al mismo tiempo que se balanceaba con mayor ímpetu. Dio un respiro, cerró los ojos y se lanzó. Tumbó la silla que seguía junto a la ventana, y calló de nalgas en el suelo de aquel despacho. Emitió una serie de improperios a la silla, como si está fuera capas de entenderlos y resentirse. Se incorporó, cogió los archivos que le había dejado Octavio. Tomó el saco que estaba colgado y salió apresurado de aquel despacho. Fue rumbo al juzgado. Aquella primavera sería la oportunidad perfecta para demostrar a quién habría de demostrar sus facultades como un excelente hombre de leyes.

Texto agregado el 24-08-2004, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-08-2004 Me ha gustado mucho. He disfrutado en el camino que trazas por las añoranzas de lo que pudo ser. El final es extraordinario. juanrojo
 
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