Cierta vez hubo un derramamiento de sangre en casa. Desde allí quedé huérfano.
Tenía diecisiete en aquel tiempo. No supe qué hacer cuando volví y vi a mis padres muertos en su habitación matrimonial.
La tristeza tenía mi cuerpo y mente tomada. Mi desesperación era total. Sobre todo cuando encontré al asesino en el baño. No lo maté, pero le golpeé la cabeza contra el espejo.
Aún así, partiré por el inicio de todo.
La verdad es que aquel día no se podía hacer nada sin morir de frío en el intento. Una nevazón azotaba la ciudad y debimos mantenernos encerrados.
Soy hijo único en una familia algo hostil. Nací por accidente.
Aún así, no tengo mayores problemas con tratar de creer que ellos me quieren. No me prestaron jamás mucha atención. Solamente soy un descuido de ambos y, como tal, nunca me tomaron mucho en cuenta. Estoy seguro que de ser por ellos, me hubieran abortado. Aún así, el dinero no faltaba… solo el amor. Quizás fue por eso que mi corazón se volvió igual de frío que la nieve amontonada en el techo de la casa.
Mi memoria está borrosa desde que mis padres me intentaron despertar hasta el momento aquel en que descubrí al asesino.
Estuve soñando con una estatua, eso lo recuerdo. La estatua y yo manteníamos la mirada fija en los ojos del otro. Sentía que estaba perdido en su mirada. A ratos escuchaba gritos, -que se me hacían familiares- pero yo seguía soñando con la estatua.
La estatua se hallaba impasible y yo le sostenía la mirada.
De un momento a otro, la estatua perdió el aire de impasividad y serenidad que tenía. Sentía cada vez más hostilidad en su mirada, aunque no hubiera cambiado en nada físicamente… tenía miedo.
Los gritos cesaron de un momento a otro tras gritar con debilidad mi nombre.
Fue entonces que desperté en el piso del baño. Tiritando, miré hacia la habitación de mis padres y encontré sus cuerpos tirados ya sin vida en el suelo sobre un charco de sangre. Asustado, corrí al baño y encontré al asesino.
Lo encontré en el espejo.