Cuando miro al cielo, veo cientos de estrellas brillar, una luz agradable invade mi rostro. Esa luna que se asoma rauda por el horizonte Inevitablemente viene a mi mente un pensamiento pútrido, como un enemigo listo para golpearme con su espada y su escudo. La luna no es nada más que un ser frío, iluminada pocas veces por la luz que al parecer viene del sol. Aquél sol es egoísta, que sólo entrega míseros rayos de luz que permiten no morir de hambre aquella superficie tan frágil y bella. Cualquiera creería que ella es feliz siendo la reina sobre todas las estrellas, pero en realidad ella sonríe cada noche, guardando sus penas en lo hondo de su subconsciente. Han de decir que la luna solo brilla todos los días debido a que está feliz, pero ella se siente sola, vieja y carga demasiadas penas sobre esférico y álgido cadáver de piedra volcánica

Es estéril, condenada a vivir por siempre en ese cielo de metal. El miedo la invade día tras día al pensar que nadie la podrá amar y sola por siempre estará. No es fácil de ningún modo observar que aquellos patéticos y diminutos seres sienten amor, mientras ella poderosa e omnipotente se sienta todas las noches a mirar por ese abismo que llama soledad. Hace muchos años en un intento fugaz de mitigar la soledad, quiso bajar a la tierra para poder sentir ese amor con el cual se había ilusionado de sobremodo. Modesta y hábil consultó a uno de esos extraños seres que vivían en ese lugar. Dijo la luna - Mi corazón está inquieto, no hay motivos coherentes que puedan entrañar esto que siento. Querido ser, algo enardecedor ronda por los rincones de mi mente y ésta pregunta sincera debo hacerle ¿Qué es el “amor” del que tanto hablan filósofos, poetas, cantantes y todo ser desgraciado que lo ha de sufrir? ¿Qué tan importante es ser amado? ¿Esa enfermedad tiene cura?- el extraño espécimen palideció al verla y sólo guardó silencio por unos infinitos segundos.