Una de mis grandes discrepancias se las mostré a la primera pareja que atendí. No soy como un Halach-Uinic; pues no me interesa ser jefe de un pequeño conjunto de personas; me pueden llamar misántropo, pero al mismo tiempo soy lo contrario. No pensé que lo que me iban a contar era una letrina. Fue mi primera consulta como experto en enfermedades mentales y estaba a la expectativa de lo que me iban a contar. No me interesaba parlar con ellos, quería ir directo al tema de la consulta sin muchos rodeos. En realidad yo me sentía en una especie de apropósito, en la que yo exponía el tópico actual, que no debe estar relacionado con la religión o con la ciencia, sino con nuestro origen. De hecho ese siempre ha debido ser el tema principal de nuestra actuación terrenal.
No quería ser como una fileta; pues así como ella es la base de la transformación de la fibra en hilo, yo no pretendía aportar a la transformación de una célula haploide en un bebé. El teléfono de mi oficina sonó, era mi asistente quien me dijo que la pareja había llegado; yo le dije que la hiciera pasar inmediatamente. Yo no iba a ser como un listel, para adornar sus pensamientos psicópatas; les iba a hablar desde mi punto de vista racional. Sentí dos golpes en mi puerta – ¡pa, pa! -. Me levanté de mi silla y abrí la entrada de mi despacho; los observé; eran de más de veinte años y estaban vestidos de manera informal. Los saludé a los dos con mi mano derecha y les pedí que siguieran y se sentaran. Los tres nos sentamos.
¿Cómo les has ido en su matrimonio? – pregunté, y sentí que había utilizado un cliché. El hombre me respondió añadiendo datos que yo no había pedido, me dijo que se habían casado hace dos meses y posteriormente me espetó la peor barbaridad que le escuchado a un ser humano – queremos ser padres, doctor Azuero -. En esa frase, hubiera preferido que usaran la letra ómicron, en vez de las oes del alfabeto español, para no escuchar semejante burrada. Me dieron ganas de profetizarles un sarcoma de Kaposi a ambos; ya que todos los médicos somos unos habladores; pero preferí que me explicara mejor su pensamiento. – Especifíquenme bien, lo que me quieren decir -.
El varón me describió su aberrante deseo – pues sí, a mí se me para el pene y yo se lo meto a mi esposa muchas veces en la vagina hasta que eyaculo bien dentro de ella -. No quise ni mirarlo a los ojos; agaché mi cabeza y le pedí a su mujer que me contara cómo veía ella el tema; me manifestó lo siguiente – A mí me encanta que me penetren en repetidas ocasiones hasta que finalmente mi hombre eyacula dentro de mí hundiéndome su miembro hasta lo más profundo de mí -. Levanté mi rostro y pude darme cuenta de que no tenían ningún puntal para convertirse en progenitores, no pude hablarles cortésmente, subí el tono de mi voz y los regañé - ¡Qué clase de acémilas son ustedes! -. El animal se apresuró a refutarme – doctor, los hijos son la bendición de Dios -. Ipso facto, respondí – no, no sea estúpido, los hijos son el colmo de la perversidad humana -.
Estos desquiciados no entendían el principio de inducción matemática aplicado, desde mi perspectiva a la vida humana, ellos son enteros y si traen un hijo a éste mundo, lo hacen pertenecer al grupo de muertos, o sea, al conjunto del horror. Los mandé a un manicomio para toda la vida, no necesitaban estar en observación ni pasar un período de prueba; los envíe a un sanatorio hasta que se murieran; la agresividad que mostraron no tiene comparación. En un psiquiátrico tendrán que pasar el resto de sus vidas. Asimismo, haría con todos los que quieren convertirse en instrumentos de la muerte, y los que se dejaron usar por ella, merecen esto y además el peor tormento.
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