Era una de las bandas más peligrosas que había. Estos iban en una guagua montados en la parte de atrás, aun estos no se conocían porque se veían de negros totalmente, eran muy oscuros, enchalecados de negro (como si fuera el mismo Satanás acompañado de sus diablitos). El que disparaba le decían que era un francotirador. Había matado a muchas personas del sector, tenían una lista que ellos mismos la prepararon, decía todos los nombres a quienes ellos se iban a dirigirse para matarlo con un revolver que tenía una luz, por el cual, el que señalaba ese estaría muerto.

Estando yo en el frente de mi casa, me acompañaba también mi hermana, la guagua de la banda se paró casi al lado de la casa donde estábamos. Frente a mi hogar estaban unos niños sentados en la calzada (algunas veces los niños suelen jugar en la calle). El que seguía en la lista era uno de esos niños:

-Ahora es el turno de ese niño, gordito, dijo uno de la banda.

Lo señalaba el matador, parado en la guagua le disparó, pero falló porque el niño se movió. El tiro desapareció porque no le tocó a nadie. Mi madre que iba pasando hacia el otro lado, aun no estando ella en la lista, le apuntó. María se quedó tranquila y no decía nada. Mi hermana empezó a vocear:

-¡Mami, cuidado!

También yo le ayudaba.

Una vecina le dijo al matador:

-¡Y como ustedes van a matar a una mujer que no se mete con nadie, una mujer religiosa!

Luego le dijo a mi madre:

-¡María dígase algo, no se le quede callada!

No se atrevieron, mejor se marcharon al oír a la vecina.