No sé qué extraño más de ti,
tus silencios, a veces, otras,
tu distraída manera de sentarte en el auto,
abrazando tu pecho y alargando tus dedos
hacia mi mano que se desliza entre tus muslos,
y desciende al origen vespertino de la luz,
al río que me enseñó a nadar,
o al lugar donde recibí la primera lluvia de estrellas.
El semáforo parpadea y me distraigo un instante,
mi mano se aleja, se lleva un beso tuyo,
retorno a seguir hurgando entre tu ropa,
como hilvanando sedas,
remendando culpas distraídas,
me siento único, señalado,
ungido con azul índigo en mi frente,
te sonrío,
pegas tu nombre
en mis ojos.
Ya casi llegamos al destino,
se acumula mi tristeza,
en la vereda, una pareja se abraza,
pienso en mis yemas desasidas,
solo piel, solo dedos entregados a tu cuerpo,
pienso en el tiempo que llevamos juntos,
pienso en la vida que se construye,
en las simplezas que encierra,
como esa falange buscando tus entrañas.
Te observo subir las escaleras, limpia,
volteando el torso para abrazarme entre tu pecho,
soy feliz entonces,
llevas mi piel en tu piel.
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