Mientras una línea de luces forma en la pared el esteriotipo de uno de los cientos de cáfes con piernas de esta ciudad, vemos tras puertas oscuras y luces de fiestas la pierna y el semicuerpo desnudo cubierto por corpiños fuccias y colaless de los que se compran en los lideres de tres por mil .
A las chicas con tacos de los cáfes las ven los machos babosos y entran mirando nalgas con hilo dental pagando por el cáfe y viendo a las mujeres como una botella gigante trasparente de cristal llena de orgasmos que se van a ir vaciando y estremeciendo por cada sorbo de la taza de cáfe; tan erótico y calentón, es ver una mujer desnuda con las piernas abiertas, con una mano entre abriendo sus labios vajinales, no pensamos en nada, si tiene hijos o si es casada, que tenga problemas familiares, que sea fea o bonita, que sea gorda o flaca, que sea mayor o menor, y nisiquiera que nosotros mismos venimos de una mujer.
Entre capuchinos, cortados, vasos de bebida, café negro o de trigo vemos entre sus piernas y a mitad del pecho al proyecto de mujer perfecta, la simbiosis de lo que queremos. Nos volvemos fetichistas, ojeando de cuando en vez los espejos con miradas traperas, y entre toque y roce vemos a estas seudas cafetaleras como la erección promiscua y narcisista de lo que no podemos tener.
No hay fijación en la huella dejada por una posible cesaria o simplemente por apendicitis, todos son solteros, visitantes sin familia ni hijos.
Estigmatizadas por el manto oscuro de algún locatario inescrupuloso con su "privado o minuto feliz", entramos buscando sexo y encontramos una barra que separa como el antiguo muro de Berlín la botella sexual, con el baboso erecto.
Metiendo monedas en el bwurlitzer, con la música a todo volumen se combierte en el mismo burdel antiguo con el piano encima de la alfombra roja rota en una esquina. En tanto la tóxica nube de nicotina cae sobre los pelos teñidos de color de luces y las crispadas pieles de las cafetaleras metropolitanas. Entre el tóxico humo y contangiante ruido se escuchan los susurros de la conversación erotizada al oído, con miradas y movimientos pelvicos de la botella, el baboso alucina mientras sorbetea la espuma con canela y cree que vacía los jugos orgasmicos de la burbuja negra que haciende en el café de trigo.
Lo que es prejuicio para nuestros antecesores es lo normal y cotidiano de las calles de hoy. Entre la píldora del día despúes y la zona roja, crees que el café es el paso anterior a la prostitución. Como en todo lugar por un puñado se manchan miles.
El día termina y el baboso se retira extasiado, la botella se saca su traje de colegiala, enfermera o vaquera erótica, para luego vestirse como cualquier mujer que regresa a su casa despúes de un exaustivo y largo día de trabajo. Son madres, son hijas, son esposas trabajadoras por sus cesantes maridos.
En la ciudad que se cree Chile el frío invernal no es el puente roto entre el café y el baboso, las visitas persisten y cuando ves a la botella tiritando de frío con el cuerpo erizado por el invierno deja de ser tan erótico y pasa a ser más humano y sensible, menos morbo.
En este Chile el café con piernas es tomado como un producto de exportación, pero es real que es la mueca sensual y triste del roce de pieles desnudas del implacable porcentaje del desempleo nacional.
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