Reverberaciones en una sala de hospital. El sonido apagado de pasos por los pasillos impecables. Enfermeras y médicos curtidos por el dolor desfilan ante mis ojos. Para muchos son los ángeles que traen las noticias de un milagro. Estoy hace horas esperando el resultado de la operación al corazón de mi gran amigo Alfredo.
Alfredo es el caballero andante del grupo, alto, enjuto, poco agraciado pero con un corazón de oro. Es el que siempre escucha y con su pose irónica y burlona convierte las tragedias que nos acontecían a nuestros espíritus juveniles en lo que en verdad eran, tragedias exageradas y hasta cursis. Nunca hablaba de él, siempre escuchaba con paciencia. Y nunca le faltaba una broma, una ocurrencia que te aliviaban todas las penas. Era tal su imaginación unida a su vasta cultura que siempre nos tomaba el pelo. Inventaba autores y supuestos escritos de famosos autores, pero todo era mentira. Nunca hablaba de su vida amorosa, y nunca le conocíamos alguna enamorada. Era muy popular entre todos, especialmente con las chicas. La única vez que lo vimos sufrir en silencio es cuando conoció a Coral, una bella sureña. Coqueta como ella sola, tuvo infinidad de aventuras, pero a Alfredo solo le permitió ser su consejero y confidente. Nada más. Muchos de nosotros nos dimos cuenta que la amaba profundamente, pero nunca se lo confeso. Y sabíamos que sufría con cada nueva aventura en la que esta bella muchacha se involucraba.
Tal vez sería por eso, por sufrir meses enteros en silencio por ese amor imposible, que su débil corazón lo traicionó y le sobrevino un ataque cardiaco a los 26 años de edad.
Y ahora yo estaba esperando el resultado de esa operación que ya duraba más de 7 horas.
Empecé a recordar como disfrutaba hablando de sus autores favoritos: Borges, Papini, Proust y muchos más. Ya anochecía afuera. Y nada, de nada.
De todo esto han pasado ya casi cuarenta años. Coral ahora debe ser una matrona gorda e irreconocible. Muchos de nosotros no terminaron la carrera y se casaron. Casi nadie se ha vuelto a reunir. Pero saben una cosa. Alfredo vive eternamente joven y risueño en nuestra memoria. Gracias amigo por conservar la magia de una amistad no tocada por el tiempo.