Los romanos llamaron animal subterráneo o Talpa al topo, mientras que los griegos lo designaron Tyflopontikás, más o menos “ciego del mar”. Incluso Aristóteles aludió a él para hablar de la ceguera de género en su Metafísica.
Se dice que los topos son del orden soricomorpha o “con forma de ratón”. Y tienen como parientes a las musarañas, la rata topo, el topo de hocico vejado por tentáculos, y los desmanes acuáticos.
Los topos son unas creaturas hiperactivas del subsuelo con un torso robusto del cual emerge como tumor la cabeza terminada en la nariz rosada. Los ojos diminutos se ocultan bajo el pelambre, así como el oído interno, pues carecen de orejas.
Alrededor de la trompa se aglutinan miles de órganos de Eimer: bulbos microscópicos saturados de fibras nerviosas y descritos a finales del siglo XIX por Theodor Eimer, a quien igual se debe el apelativo del protozoo Eimeria, similar a una burbuja con vacuolas.
El topo parece el summum de la evolución subterránea: clavícula gruesa, músculos pectorales a pasto, patas delanteras como manoplas coronadas por cinco garras de cuidado y volteadas merced a la rotación de los codos.
Los topos cavan aplanando la tierra a los lados, y salen en vertical cada ciertos metros para ofrendar al mundo los túmulos de tierra o toperas, desde donde los acechan los cazadores abastecidos con estricnina y perros iracundos.
Tienen el pene minúsculo hacia atrás y carecen de escroto. Sólo buscan a la hembra para aparearse y durante el tiempo en que los ovotestículos de aquella no producen la testosterona que la vuelve una Gorgona, pero en topo.
Sus territorios son invadidos por otros topos sólo cuando mueren y dejan de emitir las sustancias odoríferas que aterrorizan a las lombrices, escarabajos, larvas y babosas que trituran con sus dientes sin chiste.
Sus refugios se dividen en la sala principal cubierta de hierba, las galerías permanentes y las áreas donde detectan a sus presas con las proyecciones sensoriales que abastecen sus patas, cola y probóscide.
Los topos llegan al mundo como figuritas de goma que la hembra alimenta con sus mamas pectorales y abdominales. Luego se independizan, iniciando un periplo de unos cinco años, en que envejecen y mueren.
Su nombre ha servido para calificar a quienes filtran información reservada para el clan y se usa con sesgo moral desde el siglo XII, cuando Sancho IV denigró al “omne nescio” igual al topo de ojos “encerrados y metidos en la cabeza”, que “non ha ojos tan claros nin tan buenos commo las otras alimañas”.
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