Termina el día y acampan junto a un islote de monte, allí la leña abunda y a esa hora un buen fuego a pesar de la noche calurosa y calma espanta la sabandija, o la hace menos terrible al quedar solo algunos mosquitos y jejenes. Queman bosta de los animales.
Los tábanos duermen lejos del humo y no desesperan los oídos con sus zumbidos criminales, ni sus púas ponzoñosas. Los arrebatos del viento ayudan el espanto de los bichos y hacen chisporrotear el fogón que se mueve, inquieto.
El grupo lo armó con tres soldados de escolta y un par de pampas que hacen de guías, cuidan la tropilla con madrina y a veces, cuando quieren, lenguaraces.
Comen de cara a la llamas charque de potranca mojado y asado en la punta de una rama. El agua que juntaron no es buena a pesar de la colada que le hicieron con una arpillera. Igual la beben.
Los salvajes tiene su alcohol, el pulcú de chañar que fermentan al sol luego de masticar los frutos y escupirlos en un recipiente, toman hasta dormirse tirados en el lugar que caen, por herencia étnica, diría un viajero que enfrentó el desierto acompañado de un par de ellos que gustaban vestirse con ropa del ejercito por vanidad, pienso.
Fue tradicional en la jerarquía del gobierno premiar traiciones entre los indios con algún grado militar, manchando con sus nombres el noble escalafón.
Me aprieto contra la arena en un reparo apoyado en el recao, aún mojado y tibio por el sudor del caballo en su trajinar del día.
Juntada la leña y la bosta para hacer humo se apalabra la secuencia de la guardia, se rodea la tropilla con los lazos, se manea la madrina y entre el silencio busco tolerar los moscos hasta que llega el sueño.
Así la hora le avanza a estas inmensas soledades.
Antes de romper marcha, con el sol sin salir, registro en un ritual inconciente los instrumentos en la mula aperada de carga, que el sextante este en su encofrado y envuelto en el cuero de oveja que lo protege. El reloj cronómetro con cuerda completa y firme en su caja, el Remington “Patria” de un solo tiro con una bala en boca durmiendo en su funda.
Circula un mate y galleta seca mientras decido explorar un médano alto que levanta el horizonte hacia el sudeste. Ajusto la cincha del bayo capa amarilla, monto y taloneo.
En la arena solo se va al paso.
La luz del sol aparece cuando me pierdo buscando una laguna festoneada de paja brava que veo centellear desde la cima del arenal, el grupo se desvanece lentamente en su rumbo tirando la cadena que mide las distancias.
Me acerco al bajío con el pingo enterrándose en la greda, reculo entre el barro y busco rodearla, tiene aspecto de agua buena. Así, ya dentro del pajonal es cuando los veo.
Se levantan del suelo entre bichos y resoplos, son tres y van con tacuaras. Mojados brillan contra el sol y montan de un salto, en pelo.
Pampas.
Me encaran, y el bayo, que fue bagual se encabrita para el escape y en el esfuerzo más se entierra en el menuco, hasta la panza. Después se va de costado y me tira al barrial sin apretarme.
En la caída manoteo el rifle y apunto con el agua hasta la boca. Los salvajes caracolean los fletes haciéndolos pisar en suelo firme.
Con el estampido, un gateao overo que primerea en la apurada se para en dos patas y el balazo, al espantarse, le entra en el cogote, cae dando un cabezazo que salpica como un bombazo junto al jinete y entre el ruido del animal que patea su agonía y los galopes busco otra bala. En vano salto hacia los aperos del pingo empantanado.
Ahí me llegan con un lanzazo, un golpe en el pecho, un golpe en silencio y sin poderme arrodillar solo veo el agua negra donde se hunde mi cabeza.
*****
-¡Vamos carajo, respirá…! Vas a hacer un barotrauma.
En la oscuridad veo la imagen de mis labios, blancos, hinchados, pero como si los observara desde adentro de la boca. Y el aire helado me ingresa a través de ellos que se abren y me inflan.
Es oxigeno.
Tengo puesta una mascarilla cuando abro los parpados, la nariz helada y los ojos cubiertos por gruesas lágrimas. Espesas.
-Muy bien doctor, abrió los ojos.
Dice la enfermera mientras controla el goteo de uno de los baxters que cuelgan junto a la cama.
Tengo la cabeza enterrada en una almohada y no soporto el frío intenso del gas que respiro. Cuando la mujer se aparta caminando mis ojos afectados, sin que les avise, le miran el culo.
Verticalmente un aposito me cubre el esternón, apenas muevo el cuello siento la vía central clavada en yugular interna y resuelvo quedarme inmóvil.
Creo que la vida sigue.
La mina viene, se apiada de mi y cambia la mascarilla del oxigeno por una bigotera. Después me seca los ojos con una gasa estéril.
(2014)
Pulcú: aguardiente - vino (idioma mapuche)
Menuco: zona pantanosa, cubierta de agua (idioma mapuche)
Recao:(recado) montura criolla usada en la Argentina.
Bagual: caballo salvaje.
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