POEMA DE LOS MUERTOS
EL SUSPENSO
En ocasiones les ignoro, pues solo quieren molestar, ya que no tienen más que hacer. En la minoría de los casos, me dispongo a terminar su sufrimiento, siempre y cuando me de cuenta que son sinceros. El ruido termina, el clima se torna frío y mis sentidos se ponen alerta mientras mi piel se eriza; entonces, sé que es cuando alguno se acerca. Hay otros que no solo siento el frío, también una terrible desesperación: siento el vacío en ellos, la soledad, la rabia y la terrible necesidad de muerte.
Los fantasmas se presentan con distintos atavíos. El momento de aparición difiere, aunque por lo común es al atardecer, a medianoche, con la luna llena, a una hora fija o en una fecha determinada; lo más seguro es la fecha de su muerte. Los espíritus atormentados y deprimidos solo buscan pretextos para estar en ese estado, caminan sobre tristes senderos, se esconden en lugares fríos donde han ocurrido tragedias, son solitarios y temen a los Otros. Los Otros son una especie de terribles demonios que buscan atormentar y destruir a quien sea, lo que sea.
Es de noche y debo ir al trabajo. Tengo responsabilidades que cumplir, pues soy importante. Pareciera ser que soy el único capaz para trabajos nocturnos; me gusta pensarlo así. Me incorporo de la cama, volteo hacia la ventana y, donde deberían verse la luna y las estrellas, un espíritu en forma de esqueleto, de carácter inmaterial y trasparente, asoma su maltrecho y desecho rostro tras del cristal. Comprendo al espíritu, entiendo su desesperada situación. Abro la ventana, dejo pasar al gélido fantasma y me siento a la orilla de la cama para escucharle.
- Por favor díselo. Dile a mi esposa lo que hice, que me perdone y, así, poder dejar de vagar por estos senderos de tinieblas y muerte –dijo la desesperada alma con voz entrecortada.
- Así lo haré. Por favor, visítame de nuevo –le dije para ofrecerle esperanza.
El espíritu calma su sufrimiento por un momento. Esperará ahí junto a las otras almas para recibir un perdón que, la mayoría de las veces, no llega, y cuando el perdón no llega, estas almas terminan por entregarse a los Otros para ser devoradas. Enciendo una lámpara, tomo mi libro favorito antes de ir a cumplir mi oficio y ojeo un pasaje.
Nací sub julio César, aunque tarde,
y viví en Roma bajo el buen Augusto:
tiempos de falsos dioses mentirosos.
Poeta fui, y canté de aquel justo
hijo de Anquises que vino de Troya,
cuando Ilión la soberbia fue abrasada.
EL HORROR
Sofía despertó en completa oscuridad, aun sentía el rose del pavimento en sus manos, un frío terrible acariciaba su piel y su mente comenzaba a clarearse poco a poco. « ¿Dónde diablos me encuentro? » Pensó. Apoyó las manos en el rasposo suelo para levantarse en la oscura noche. Había coches volcados y cuerpos tirados en la carretera; los cadáveres yacían inertes entre el pavimento, los pinos, y los autos.
Sintió una explosión dentro de su cabeza. Su mente fue bombardeada por una serie de imágenes sin sentido, las cuales fueron bajando el ritmo de presentación para pasar a ordenarse en su cabeza. Recordó, que al levantarse, acarició su anillo de compromiso; esta mañana fue la mujer más feliz del mundo. Las felicitaciones comenzaron desde temprano: los regalos, la canción de cumpleaños y la comida con la familia. Pero ahora también le venían recuerdos dolorosos; su prometido no se había tomado la molestia de felicitarla aún. Así, el dolor se mezcló con el frío que recorría su piel. Intentó caminar unos pasos, el pavimento se antojó extraño al contacto con los pies. Sentía un vacío terrible, el mismo vacío que la envolvió cuando al final del día, después de una comenzada e incompleta fiesta de cumpleaños, su prometido se presentó.
- Sofía, tenemos que hablar –las palabras vibraron en su mente al tratar de comprenderlas.
- ¿Hablar? Pues habla. –Sofía negaba lo que venía, pues muy en el fondo sabía a lo que su prometido se refería; lo presentía como si un sexto sentido se hubiera disparado.
- No quiero casarme contigo.
Al escuchar las palabras esta noche el mundo se le vino encima, se posó sobre sus hombros, hizo que su cuerpo se encorvara y bajara la mirada al mismísimo suelo. Lágrimas resbalaban por sus mejillas y un llanto ahogado escapaba de su garganta. Salió corriendo de la casa de sus padres. « Maldito imbécil, en mi cumpleaños, justo antes de casarnos. » Pensó mientras salía de la enorme casa. Corrió a la parte trasera y se introdujo en el bosque espeso. Las ramas arañaban su piel. Raíces en formas de manos que salen de la tierra hacían que se tropezara cayendo al suelo. Animales nocturnos reprobaban su presencia en el bosque. No percibió el apagado y triste canto que se entonaba en notas bajas dentro de la niebla. Continuó corriendo entre respiros forzados y sonidos jadeantes, hasta que se topó con la principal carretera internacional ruta quince. No pudo correr más, se encontraba agotada. El cabello castaño caía sudoroso sobre sus hombros, el vestido blanco estaba manchado de barro y rasgado por las garras de los pinos. Una luz al norte de la carretera internacional se acrecentaba. No lo pensó, solo enderezó su cuerpo y sintió una terrible pulsión de muerte. Otras luces se anunciaban desde el lado sur de la autopista. Cuando los autos se cruzaron, Sofía corrió para encontrarse con ellos y acabar con su dolor.
Después del estruendoso impacto pasaron algunos minutos. Comprendió que había sido egoísta, y había otras formas de acabar con su miserable vida. Se acercó a los coches volcados. Observó que en un auto se encontraba una porción del cuerpo de alguien y, cerca, el resto en varias partes. Entendió que la camioneta enorme dio vueltas y se posó a unos cincuenta metros a la orilla de la carretera. La familia que viajaba en ella quedó esparcida entre la autopista y el bosque. Logró divisar unos seis cuerpos sin vida a los largo del trayecto que hizo el auto al volcarse. Los miraba a cada uno; las heridas que provocaron la muerte, algunos miembros separados, las cabezas sangrantes y abiertas. Se sintió tan miserable e impotente.
¿Cómo era posible que hubiera pensado solo en ella? ¿Por qué no pensó en que los autos venían ocupados por otras personas con una vida feliz? Sofía cayó de rodillas al pavimento, el frío cada vez era más terrible cuando escuchó un llanto. Corrió hacia la camioneta y miró un niño de unos seis años llorando. Lo tomó en brazos. El niño se aferraba fuertemente a un muñeco de peluche. El niño guardó silencio y la miró a los ojos. De nuevo la atormentó el frío, esta vez mas intenso. Volteó hacia la horrible escena de cuerpos esparcidos y todo su ser se petrificó al mirar lo que a continuación ocurría. Seres de formas extrañas se aproximaban a los cuerpos; bestias oscuras, de pieles y carnes negras, de sonrisas sarcásticas, y de necesidad de muerte. Los seres tocaban los cuerpos y era como si se alimentasen de ellos. Sintió que el frío quebraría su piel pues un ser de estos oscuros se plantó enfrente de ella. Un instinto de protectora le surgió, envolvió fuertemente al niño con sus brazos. El pequeño ser deforme sonrió de la forma más malvada posible, acercó su horrible cara llena de erupciones; donde deberían de estar los ojos, había dos cuencas vacías, la lengua negra y larga salía de la enorme boca y, de forma asquerosa, se paseaba por unos afilados dientes que parecían las garras de un tigre. Sofía escuchó una voz que no comprendió, el terrible ser giró su cabeza en respuesta al llamado que le hacían, haciendo un gesto de reprendido continuando con un berrinche. Al ser no le habían dejado actuar y se alejó de ella para desaparecer entre una fría niebla junto con las otras quimeras.
Sofía observó que el monstruo hizo caso a algún tipo de llamado en la más extraña de las lenguas; al horripilante ser se le había prohibido algo. Sirenas aullantes llegaron al lugar. Policías y paramédicos inspeccionaban los cuerpos. Sofía después de recuperarse del horror, trató de hacer señas cuando miró que sacaban el cuerpo de un niño de unos seis años de la camioneta volcada. Por último, observó cómo su cuerpo fue colocado en una camilla para subirlo a una ambulancia. Sofía vislumbró de nuevo al niño que tenía en brazos y una horrible idea cruzó su mente: «estamos muertos » intuyó.
ESCALOFRÍOS
La bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla.
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo.
Cierro mi libro favorito y lo deposito a un lado de la banca donde me encuentro sentado. El sol ya se destina a ocultarse en el horizonte, los últimos rayos se reflejan en la pequeña laguna que tengo enfrente y que alberga varias especies; unas de peces, otras tantas de aves, ranas y hasta amibas asesinas de vida libre. Los últimos rayos del sol desaparecen, tornándose el clima más frío. Creo es hora de irme, recojo mi libro y me levanto mientras un que otro oscuro espíritu intenta salir de la laguna; manos invisibles devuelven a los atormentados, los espíritus luchan, pero son arrastrados de nuevo al fondo del agua. Un alma se da cuenta que le puedo ver, entonces, me grita y pide auxilio, cosa que me niego rotundamente hacer. El cielo ya se torna oscuro, recorro el sendero bajo arboles y lámparas para ir a tomar el metro cuando escucho un ahogado y ligero lamento. Un espíritu de una hermosa mujer contempla el lago desde una banca; con vestido rasgado, el cabello castaño y largo, los dedos rosaban un imaginario anillo que se quita y lo empuña.
Un maldito espíritu oscuro: un Otro, está al acecho en algún lugar cercano, puedo sentirlo y el a mi, así que, por un momento se detendrá. Me detengo para sentarme a un lado, la mujer me contempla y yo a ella. Nuestras miradas se conectan mientras ella cesa su llanto.
- ¿Puedes verme? –preguntó con algún descanso en su voz.
- Así es, puedo verlos a todos ¿Qué es lo que te pasa? –le pregunté.
- He cometido un acto terrible. Acabé con mi vida y me llevé a otras tantas en mi estúpido suicidio. –me contestó.
- Veo que sufres y estas arrepentida –le dije para descifrar aun más aquella alma.
- Intenté salvar a un ser que aun podía vivir pero fracasé; se me arrebató de entre las manos el espíritu de un niño de seis años, lo llevaba al hospital donde estaba internado y…
Se soltó de nuevo en llanto y no pudo comentarme lo que había pasado.
- Te entiendo. Los Otros aparecieron. –Era lo más normal. Si uno de estos malditos seres ponían sus ojos en un espíritu hacían hasta lo imposible para quedarse con el. –Sígueme.
SUFRIMIENTO
Sofía, o más bien su alma, corrió por la internacional pues una idea cruzó su mente; tal vez los dos podrían estar aun vivos. Así, se dirigió al único hospital del pueblo en el que vivía. De maneras extrañas (a veces corriendo, otras tal vez desplazándose) llegaron al hospital. Se detuvo en la entrada. Dudó por un momento, alzó el brazo para que su mano empujara la puerta sin éxito, su extremidad carecía de fuerza y, en calidad de fantasma, no pudo traspasarle hasta que un paramédico la empujó para meter una camilla. Subió las escaleras jalando al niño de la mano, el cual sujetaba su muñeco de peluche. Giró a la izquierda. Los pasillos estaban iluminados. Alcanzó a leer el letrero de sala quirúrgica. Entonces lo encontró, cuando sintió un terrible desprendimiento tirándose al suelo para gemir de algo muy parecido al dolor. La sensación pasó y pudo identificar su cuerpo en una camilla rodeada por personas.
- Es todo, hicimos lo que pudimos –dijo algún medico.
- Hora de la muerte 3 am –soltó otro.
- Continúen con el niño, vamos, que es el único que nos queda, tenemos que salvarle –escuchó Sofía mientras el espíritu del niño se quedaba mudo y se aferraba a su pequeño muñeco.
Sofía comprendió que su cuerpo acababa de fallecer y el del niño continuaba con vida. Sintió el impulso de depositar el alma del pequeño en su respectivo cuerpo, lo alzó en brazos y le llevó a la camilla. Una terrible sensación de frío corrió por su cuerpo y, justo cuando se aproximaba, una terrible bestia hacía aparición frente a ella, luego otra, y otra más. Los Otros impedían que cumpliera su objetivo. El más terrible de todos (aquel que miró en la carretera cuando ella ocasionó el desastre) se le acercó. El horrible monstruo la tomó fuertemente de la cara, sintió como la enorme mano le encajaba unas afiladas uñas las cuales le congelaban toda su alma. Las otras quimeras le arrebataron la criatura de los brazos. Hubo alguien más en la habitación, un nuevo ser que lo heló completamente todo. Los Otros parecieron huir con el alma del niño. Sofía miró como los cuerpos deformes de las quimeras corrían o huían del lugar. Que cerca había estado. Escuchaba el tic de algún lector del ritmo cardiaco mientras lograba moverse de nuevo tras el congelamiento.
Una fuerte tristeza la envolvió; sufría. Salió del lugar a marcha lenta. Apreciaba la ignorancia de las personas hacía ella. Continuó caminando bajo el estrellado y extraño cielo que observaba. Supuso que nunca un haz se abriría en este cielo para ella. Nunca vendría alguien a rescatarla para llevársela a algún tipo de paraíso. Caminó hasta que salió el sol. Al amanecer se adentró en un parque cerca del hospital, había una banca frente a una laguna y ahí se quedó todo el día.
No sintió el transcurso del tiempo. Una anciana paseaba un pequeño y peludo canino. La mujer cansada se sentó en la misma banca que ella. Sofía le habló, pero la mujer tan solo pareció incomodarse y se alejó del lugar. Transcurrieron las horas y contempló el atardecer. Se dio cuenta de que en el lago vivían espíritus, y le invitaban a algún tipo de festín; se sintió muy tentada. Tal vez podía acabar con el sufrimiento de su fracasada muerte, así como terminó con el sufrimiento de su fracasada vida. Entonces sintió el verdadero arrepentimiento, fue cuando llegó el tormento a su alma. Lo haría, si, se introduciría en el lago. Justo a la metida del sol de nuevo todo se tornó helado. Alguno de estos miserables seres que provocaban el espantoso frío venía por ella. Así que decidió esperar un poco; esperar a que el ser la congelara y acabara con ella. Contempló que en su temblorosa mano, aun mantenía un recuerdo del anillo de compromiso. Se lo quitó y lo empuñó con odio recordando lo estúpida que fue cuando un hombre joven se sentó a su lado.
- ¿Puedes verme? –le preguntó al hombre, el cual no solo la miró, también la escuchó.
- Así es, puedo verlos a todos ¿Qué es lo que te pasa? –dijo el hombre con una consolante voz.
Según se decía, había este tipo de personas que andaban por la vida en algún tipo de término medio; podían ver fantasmas, comunicarse con ellos, tal vez hasta podría indicarle que es lo que ahora tenía que hacer. Le comentó su historia, el joven hombre la escuchó atentamente. Lloró y se desahogó. El hombre le pidió que la acompañara. El extraño sujeto le contó parte de su historia, de sus experiencias con las almas en pena y de los terribles seres ajenos al mundo que se conocían como los Otros.
- Las almas suicidas y atormentadas como tú están destinadas a sufrir por largos tiempos, a menos que te coja uno de estos terribles seres y, creedme, el sufrimiento será peor. En el mejor de los casos, si tu alma logra sobrevivir, lograrás encontrar una especie de lugar llamado el purgatorio, donde se te dará una nueva oportunidad.
- ¿Cómo sabes estas cosas? –preguntó Sofía cuando de nuevo una terrible sensación creció en su interior. Aquella terrible presencia que lo paralizó todo en el hospital, por fin la alcanzó.
Sofía por un momento sintió que se congelaba de nuevo. El ser era perseguido por inmundas quimeras que querían darle alcance. El Otro (que era algo diferente de los demás) se paró enfrente de ella y el hombre. El oscuro y deforme ser (más alto y enorme que las otras quimeras, tal vez más poderoso) le habló.
- Sofía. –La voz fría salió de la cara oscura del terrible ser.
EL MIEDO
Toca contar la más rara y arriesgada de las historias, la que no concuerda con lo establecido ni sigue lo esperado, la historia que no se puede explicar del todo y carece curiosamente de lógica y sentido.
Nació Otro. Al igual que todos los Otros, fue creado en lo más profundo del infierno. Aprendió entre el odio y el sufrimiento. Se instruyó entre el podrido y agusanado fango que cubre sepulcros de antiguos reyes, entre viles asesinos de Hombres. Fue bautizado con un baño de sangre y fuego. Quedó marcado para siempre sin recibir un nombre. Vivió en campos donde en vez de flores había lapidas. Le enseñaban sacerdotes de capas negras, en monasterios oscuros y subterráneos. Desde entonces, ha vivido al límite de la existencia, en la eterna encrucijada de quien es y quien ser. Les enseñaban a subir a la tierra y profanar las almas desde su interior y que las noches de luna fueran rojas color sangre. Su padre era un antiguo demonio, un sirviente de lucifer. Sus hermanos, Otros también, le parecían seres sin sentido y sin razón de ser, se le antojaban meros moldes con porquería en su interior, así que, los aborrecía y odiaba.
Su padre le había encomendado cuidar de sus nuevos hermanos mientras se alimentaban, acababan de nacer y podían cometer errores. « Son estúpidos » pensó. De vez en cuando tenía que cumplir este papel de protector con los nuevos nacidos; que eran puro instinto y carecían de decisión propia, aunque, sin objeciones, obedecían sin más a su creador.
Sus hermanos recién nacidos estaban hambrientos, necesitaban consumir las desdichadas almas errantes que caminan en las tinieblas. Los Otros olfateaban el aire. Una mueca de satisfacción se dibujó en los maltrechos rostros de los seres; habían olido el alimento a distancia y se lanzaron sobre el. El banquete estaba recién servido. Los fallecidos cuerpos yacían inmóviles, y las almas apenas se desprendían. Era este el momento justo para alimentarse de los espíritus puros, por que una vez salidas del cuerpo, desaparecían rumbo a algún ajeno paraíso. Así, el primer banquete de sus hermanos fue el más delicioso. A lo lejos, observó dos almas aterradas, se suponía que aun sus respectivos cuerpos no fallecían del todo. Uno de sus hermanos fue atraído por tan apetecible alimento. Cansado ya de la rutina (de lo mismo por tantos siglos, atormentado ya por recuerdos y repudiando a sus amos) sintió una enorme desesperación y, por primera vez, creyó justo conceder la oportunidad de seguir con la vida. No sabía las consecuencias y era obvio que su futura forma de actuar sería castigada. Se dio cuenta que no le importa, de hecho, lo anhelaba; lo deseaba como aquel incomprendido que desea de una buena vez que sus ejecutores acaben con la vida.
- Ellos no son comida –le dijo a su reciente hermano. El ser estaba parado justo delante del espíritu de una mujer que sostenía un alma pequeña en sus brazos.
El maldito Otro recién nacido por un momento pareció desobedecerle. Se acercó aun más a sus victimas mostrándoles todos sus asquerosos encantos de Otro. Le infirió una segunda advertencia, su voluminoso y deforme hermano pareció aceptarla, pero muy en el fondo sabía que era nuevo y el anhelo de consumir los espíritus lo había atrapado; no se detendría hasta hacerse con ellos. Observó aquéllas aterradas e insignificantes almas y, de alguna rara forma del destino, se sintió atraído por ellas. El banquete había terminado. Guio a sus hermanos a través de estos senderos que pocas veces son transitados; los que no están iluminados, que se entrelazan para formar confusos laberintos y evitar llegar a las moradas del infierno. Caminaba al frente sumido en conflictivos y discordantes pensamientos; de estos nuevos sentires para él. ¿Se habrían dado cuenta sus amos? No sabía como le recibirían. Una sensación de vacío cruzó su antiguo cuerpo, volteó hacia atrás y notó que algunos de sus hermanos no estaban.
Se dio cuenta que el pequeño; el más joven, el voluminoso y deforme, brillaba por su ausencia. Se maldijo varias veces. Dejó instrucciones de que lo esperaran y sus insaciables hermanos parecieron obedecer, pero tras su partida, las sonrisas sarcásticas vislumbraron el opaco sendero que cruzaban. Tres hacían falta; ya no le parecieron tan estúpidos. Se regresó velozmente a detenerlos. Supuso iban por las dos apetecibles almas, como va el cazador por una presa por mera afición. Él también tuvo su tiempo de cazador. Le fue fácil encontrar el rastro hediondo de sus hermanos. Llegó de nuevo al lugar y, donde antes había cuerpos ensangrentados, solo había rastros y manchas de sangre. Algunos hombres retiraban aun partes de los vehículos colisionados. Continuó el rastro. Llegó a un edificio donde a menudo sobraba alimento. Entró al hospital y localizó a sus tres rebeldes hermanos. Una furia se apoderó de él. Su aura fría congeló el lugar cuando vio que sus hermanos encontraron las presas y le arrebataban al espíritu de la mujer el alma del pequeño. Las quimeras se dieron cuenta de su presencia y, nada estúpidos, huyeron velozmente.
Sus recientes hermanos salieron del edificio para adentrarse en un bosque cercano, con la esperanza de perderse y poder disfrutar del alma capturada. Tardó un poco pero entre los senderos del bosque les dio alcance. El más pequeño de los tres y, seguramente el que convenció a sus hermanos, dejó el espíritu en el suelo, se hincó y pidió clemencia.
- Para esto fuimos creados hermano –le dijo el pequeño Otro.
- Lo se, pero no debiste desobedecerme.
Con furia acabó con él. Sus manos veloces despedazaron aquel deforme cuerpo. El ser, aunque monstruo y demonio al mismo tiempo, gritó de dolor hasta que la vida lo abandonó. Sus otros dos hermanos se quedaron inmóviles, como hipnotizados por la descuartizada de su pequeño hermano. Fue de lo más divertido acabar también con ellos; realmente lo disfrutó. Los callados y altos pinos bailaban con el aire algún tipo de danza de la muerte; sus raíces asomaban la tierra y sus brazos se antojaban garras en la oscuridad. Se acercó al alma del niño la cual no le dijo nada, seguramente por el miedo que sentía. Lo tomó en brazos; era la primera vez que hacia eso sin alimentarse. Tranquilamente caminó con él por el bosque. El alma del pequeño, a pesar del frío, pareció tranquilizarse. Por un trayecto lo bajó y lo condujo de la mano justo antes del amanecer. Quería decirle algo a la pequeña alma atormentada pero no se le ocurrió nada « ¿Qué le diría? me he alimentado toda mi existencia de almas como la tuya. » Pensó. Notó como el espíritu del niño lo aceptó como su guardián; le seguía y dejaba que lo guiara. El Otro encaminó de nuevo al niño hacia su cuerpo, lo depositó en el y obtuvo una pequeña sonrisa de agradecimiento; se quedó perplejo.
Dejó al niño que había despertado con pronósticos de recuperación. Estaba amaneciendo y se adentró en un parque tal vez para esconderse, para no volver al infierno y someterse a un severo juicio; tal vez si volvía dejaría de existir. Cuando pasaba invisiblemente cerca de las personas, estas se sobaban los brazos por la piel erizada. Observó un lago. El sol se reflejaba ya en el agua y le pareció extraño, como extrañas eran las emociones que ahora experimentaba. De alguna forma que no comprendía ya no se sentía vacío. Su olfato de cazador se activó localizando un espíritu. Sintió un hambre terrible, pero el alma era aquella de la mujer que protegió de su pequeño y hambriento hermano. Su impulso fue acercársele. Dudaba « ¿Qué le diría? me he alimentado toda mi existencia de almas como la tuya. » Pensó. Así, optó por otras almas que se encontraban dentro del lago. Necesitaría fuerzas, y les haría un favor al acabar con su sufrimiento. Descansó dentro del lago. Cuando salió del agua estaba oscureciendo y, el alma de la mujer, aun seguía sentada. El espíritu seguía sufriente en la banca frente al lago. Sin hambre y sin peligro de devorarla, de nuevo intentó acercársele, pero un hombre se sentó a un lado de ella. Sintió como si una flecha de fuego atravesara su cuerpo. Aquel hombre le resultó familiar en el más cercano de los parentescos.
Divisó al resto de sus hermanos, comprendió que venían por él. Entendió que no solo él estaba perdido. Carecía de formas para enfrentar la situación y, en un último y desesperado impulso, se dirigió con voz a aquella alma de mujer.
- Sofía –logró pronunciar. El alma lo escuchó y dirigió su mirada hacia él. –El niño vivirá.
Sus hermanos le alcanzaron. Tenía miedo de estar solo, hasta que se descubrió a si mismo. Tenía miedo de que dijeran aunque, de todas formas, dirían de él. Tenía miedo del dolor que en este momento sentía, hasta que comprendió que era necesario para ser diferente. Lo que más temió fue a la muerte, hasta que se dio cuenta que no es el final, solo otro comienzo. Tenía miedo, cuando sintió que las garras afiladas de sus hermanos se introducían limpiamente en su cuerpo de Otro. Los tajos eran cada vez más fuertes y se llevaban pedazos de él. Los miembros fueron separados. Ya no sintió miedo, una vez que su cabeza fue separada de lo que quedaba de aquel efímero cuerpo.
EL TERROR
En ocasiones les ignoro pues solo quieren molestar, ya que no tienen más que hacer. En la minoría de los casos me dispongo a terminar su sufrimiento, siempre y cuando me de cuenta que son sinceros, se los llevo a mi señor. El ruido termina, el clima se torna frío, y mis sentidos se ponen alerta mientras mi piel se eriza; entonces, sé que es cuando alguno se acerca. Hay otros que no solo siento el frío, también una terrible desesperación; siento el vacío en ellos, la soledad, la rabia y la terrible necesidad de muerte. Los primeros mencionados son el alimento de los Otros mis hijos, por eso les ignoro. A los que me dispongo a ayudar, son almas más especiales que le llevo a mi señor, para morar en el infierno.
Uno de mis hijos se ha rebelado. Me es extraño y no quisiera acabar con el, pues le quiero. Tal vez dejé a mi hijo vivir demasiado tiempo. Le deje pasar mucho entre humanos y ahora terminó por apreciarlos. Bueno, fue su decisión y la mía es destruirle. No volveré a cometer este error, o tal vez si ¿quien sabe estas cosas? Les indiqué a mis hijos que volvieran y, sin piedad, acabaran con su antiguo y rebelde hermano. El alma que me acompaña parece aterrorizada ante la escena de muerte. Del antiguo Otro solo quedó fragmentos de los cuales, mis hijos insaciables, aun se alimentan. El atormentado espíritu jalaba de mí, quería huir, pero le contuve.
- ¿Quién eres? –Preguntó el alma.
- Dios con su gracia me ha hecho de tal modo que la miseria vuestra no me toca, ni llama de este incendio me consume –le contesté.
- Pero que estupideces dices ¿Qué es lo que pasa? –el alma aterrada insistía.
- Hemos llegado al sitio que te he dicho en que verás las gentes doloridas.
- ¿Qué diablos dices? –El alma se angustiaba, se consumía en desesperación y llanto. Uno de mis hijos se acercó a reclamarla para el y sus hermanos.
- Esta mísera suerte tienen las tristes almas –le dije al espíritu. Les concedí el permiso a mis hijos. El alma de la chica comprendió que llegaba su fin. Tras un silencio de resignación me preguntó el fantasma.
- ¿Es verdad que el niño sobrevivió? –Fue su última frase.
- Es verdad. Suerte tuvo de que el más antiguo de mis hijos se apiadara de él.
Mis hijos insaciables se abalanzaron sobre ella y la consumieron lentamente. Los Otros estaban felices. Guardo mi místico y mágico libro en la laguna. Es hora de abandonar esta vida, este cuerpo, y regresar a mi morada…
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