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Diógenes, un señor de treinta y seis años está en vacaciones. A su casa, su madre trae una muchacha que les ayuda con el servicio doméstico tres veces a la semana; los lunes, miércoles y viernes. Un martes; Diógenes se levantó a las ocho de la mañana como lo hacía generalmente en el período de receso laboral. Era muy perezoso, tanto que le disgustaba tener que ir hasta la cocina para traer su desayuno y alimentarse en el comedor. Ya desde esa hora un hatajo de delincuentes estaba merodeando su barrio, analizando el mejor momento para ingresar a una vivienda a conseguir rápidamente lo que conseguirían con muchos meses de trabajo pesado en cosas que no querían.

Luego de desayunar, dejó los platos en la cocina, al lado del lavaplatos, y se fue para su habitación a jugar con su consola de última generación. Mientras conectaba el dispositivo recibió un llamado de su mamá por teléfono; acababa de llegar a su trabajo y quería saber si él ya había desayunado. La conversación fue normal, como siempre Diógenes trató de no extender mucho la charla con su madre, pues le fastidia su sobreprotección. Al señor no le gusta ni a prohijar ni a crear nuevas ideas, lo único que le interesa es dedicarse a disfrutar su existencia sin darle alguna importancia a la tragedia de los demás millones de niños que nunca podrán disfrutar de un videojuego.

Le gusta apropincuarse demasiado a su televisor, porque piensa que así se puede sumergir mejor en la historia de cada juego. Además de que hay unos subtítulos que tienen una letra muy pequeña. Su idioma natal es el español, y los textos inferiores vienen en inglés como la mayoría de los juegos que él tiene. A pesar de ser muy pequeño ya tiene algo de filatelista, pues ha coleccionado varios sobres que le han enviado de una asociación de ajedrez a la que pertenece; y también colecciona los envoltorios de las historietas que le llegan de una revista a la que también se inscribió.

Sabe muy poco sobre oncología; lo que sabe, lo sabe porque un día sus padres lo llevaron a un centro en el que había niños con tumores de todo tipo; allí pudo corroborar la maravillosa obra de Dios, especialmente en una niña que tenía un tumor tan grande como medio cerebro, afuera de su cabeza, como añadidura. Tampoco entendía nada sobre el zoroastrismo; sin embargo aquel día no necesitaría entender, sólo sentir. A pesar de su edad, tenía extrañas inclinaciones hacia las drogas, por lo que ya había pensado en coquear, pero nunca se lo dijo a su progenitora. Lo que sí tenía claro era el know-how acerca de su consola, podía pasar horas y horas al frente de su televisor sin que se aburriera; tenía que dejar de jugar, porque le dolía la cabeza, sino seguiría inclusive dejando de dormir.

La fórmula de Gauss para hacer sumas complicadas, de manera rápida, es una buena solución para problemas matemáticos; pero para acelerar el sufrimiento que Diógenes iba a sentir ese día, no existe ninguna fórmula, o por lo menos, los maleantes no quisieron aplicarla. Doce minutos después de haber empezado a jugar un juego de carreras de autos, Diógenes escuchó el timbre, era el sonido de la muerte - ¡trinnnnnn! -. Él sabía que no podía abrirle la puerta a ningún extraño. Puso en pausa su carrera, y fue a atender el citófono, un hombre le habló – vengo a dejar una información para la señora Lucía -. Diógenes no quiso ser descortés, por lo que, oprimió el botón que abría la puerta principal, y luego fue y abrió la puerta de la entrada a la residencia.

Apenas abrió, un hombre lo agarró por el cuello y lo lanzó contra el suelo, luego, lo pateó muchas veces en el vientre hasta que lo dejó inconsciente; Diógenes sólo alcanzó a ver a dos hombres, el que lo golpeó, y los pies de otro que ingresaba hacia las habitaciones, mientras yacía en el suelo. Diógenes, mientras experimentaba el dolor, envidió a los univoltinos, pues ellos no tuvieron que vivir diez años para experimentar la peor desgracia, solamente un año, y ya salieron de la tragedia de la vida.

Eran cuatro asaltantes, y habían tenido suerte al escoger una casa con poca seguridad. Tenían un vehículo amplio en el que se llevaron, los dos televisores, que había allí, un equipo de sonido, muebles, joyas y dos computadores (uno portátil). Antes de irse, lo mataron con arma de fuego. En medio de la muerte el señor se despertó y experimentó una especie de orgasmo, de la muerte, gracias a que la humanidad no quiere pensar en ella, esto sucedió y seguirá sucediendo hasta que la enfrentemos.

Los malhechores salieron de allí sin que nadie notara el robo, a lo sumo, algunas personas que pasaban cerca del sitio, pensaron que estaban realizando un traslado legal. Los hombres guardaron toda la mercancía, dos se ubicaron en la parte de atrás junto con los elementos robados y los otros dos se hicieron adelante, pues sólo había un puesto para el conductor y para el acompañante. Su festejo fue completo cuando llegaron a una bodega en la que los recibieron sus jefes.

Texto agregado el 17-02-2014, y leído por 162 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-02-2014 Felicitaciones, fue un placer leerte. esclavo_moderno
17-02-2014 Muy entretenido, un gusto pasar por su sitio, tocayo. dark-_-davinci
 
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