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El secreto de las grullas

Las grullas que chapucean en el estanque donde cae en cascada el agua proveniente del Lago Biwa, contienen su canto, las desconcierta la carrera de una niña que jala una figura de origami de esa ave.

El viento desprende la grulla de papel del cáñamo que la sujeta, y la arroja al pecho del detective Basile D’Todo. La niña rompe en llanto y corre a consolarse en los brazos de su madre. Cuando él reacciona, madre e hija se han perdido en los laberínticos pasajes de Villa Murin—an.

Basile es admirador de los jardines japoneses, en su natal París replicó un jardín seco que representa a los discípulos de Buda en meditación, lamenta que su visita no sea por placer, obedece a motivos profesionales, contratado sólo por su conciencia y afecto. Hasta Francia había llegado la noticia de la desaparición de Zé Amado, maestro de Jiu Jitsu, de origen brasileño, quien perfecciona la técnica en Kyoto.

Ellos habían trabado amistad desde que el experto en artes marciales impartió técnicas de defensa personal en la academia del detective en París.

Basile no tiene pistas ni jurisdicción para actuar oficialmente. En la estación de policía, el oficial Kemazda había pedido paciencia y ya habían pasado veinte días desde que se le viera por última vez en las instalaciones del Dai Nipón Butokukai donde mejoraba su habilidad.

En la casa del desaparecido, Basile había encontrado una nota debajo de la almohada. Proclive a seguir intuiciones, creyó ver una imperceptible diferencia en la caligrafía del mensaje escrito en la nota, que no logró traducir su contenido, por lo que esperaba respuesta de su amigo, el eminente experto de shodou, Pin Ze Lin, a quien el día anterior le había enviado una fotografía del escrito.

La sospecha estaba fundada en una conversación telefónica que había sostenido hacía un mes con su amigo Zé Amado. Le confesó sentir un amor prohibido:

—Es una dama de familia tradicional de raigambre centenaria. Pero es casada.

—Te suplico prudencia… —le pidió Basile.

—Lo prometo —dijo en tono tranquilizador, y concluyó—: Si conocieras que mona es, pasarías por lo mismo.

Preocupado vuelve a la casa de Zé Amado a ver qué más podría encontrar, y apenas entra, timbra su móvil.

—¿D’Todó San?

—Sí. Soy yo, amigo Pin Ze.

—Tienes razón. La caligrafía corresponde a dos personas. La primera parte está escrita con un pincel katame que es de pelo unido y endurecido para dar precisión, no es necesario que te explique que está escrito en hiragama y puede interpretarse erróneamente.

—¿Y cuál es el contenido de la nota, Pin Ze?

—Lo leo: “Mi espíritu vive atormentado, tú le das armonía. Te espero en el Salón de Té cuando las grullas desplieguen su vuelo”. La segunda parte está escrita con un Sabaki Fude que es un pincel de pelo suave y separado. Una mano firme y expresiva de hombre lo escribió, posiblemente un pintor por los trazos plásticos. En esa parte dice: “Mi esposo sospecha. Es mejor no navegar por este río impetuoso que pone en riesgo nuestras vidas” —al conocer que el destinatario estaba desaparecido aporta un último comentario—: Ahí tienes un cabo del cual asirte. Busca un pintor, posiblemente de edad media, con esposa joven y bella.

—Y que además no viva lejos —piensa Basile.

Mientras le agradece el favor se acerca a la ventana que da a la calle, pero de perfil tiene una vista parcial del jardín de la casa contigua.

El pintor que Pin Ze Lin le propuso está a la vista. Sin embargo, podría tratarse de una singular coincidencia, por tanto busca detalles para reforzar la idea; recuerda los pliegues del papel donde está escrita la nota, va en busca de ésta, la extiende, desarma la grulla de origami que obtuvo en el parque, y compara ambos papeles. Los dobleces son similares.

Basile especula que es posible que la esposa lanzara desde el jardín los comunicados en las figuras de papel que poseen cualidades aerodinámicas. De ser cierto habría que descubrir cómo agregó su parte el esposo.

Otra vez se deja llevar por el instinto, escribe una nota en inglés pidiendo ser atendido por sus vecinos, la traduce en el ordenador al japonés, imprime el resultado, y sale a la calle.

Frente a la casa del vecino tira suavemente del llamador dispuesto en el portón del jardín. El sonido de la campanilla se amortigua por la distancia y no tiene cómo saber si ha funcionado correctamente. Repetir la llamada sería una grave descortesía, la única opción es esperar.

En el momento en que la incertidumbre está a punto de volverse insoportable, Basile oye un chasquido, el cerrojo de la cancela se descorre, una mujer menuda abre la puerta, practica una genuflexión en señal de respetuoso saludo, él le proporciona la nota mientras intenta decir algo comprensible para la dama. Ella parece entender lo que pide, con un ademán de su mano invita a pasar a Basile y le señala una banca para que espere respuesta. Desde ese lugar la casa apenas se divisa entre la espesura de los árboles.

No esperará por mucho tiempo, para su sorpresa será recibido en ese momento.
Él dispone de ventajas y hace uso de ellas mientras avanza por el exuberante verde, muy húmedo, conformado por una armoniosa combinación de árboles grandes y pequeños, algunas rocas y helechos, y por el arreglo integral le es fácil comprobar que se trata de un jardín de té que siempre incluye un sendero hasta el pabellón de bambú.

Se enfoca en el camino del roji que conduce desde la puerta de entrada a la choza del té, y está compuesto por piedras planas de diferentes formas para evitar pisar el barro. A la distancia se ve la pila de agua y la linterna de piedra —Ishi Doro—, para iluminar por las noches. Vuelve la vista al frente para ver a una joven practicando la danza de la grulla y al pintor que permanece plasmando en el lienzo.

Un cambio brusco en el jardín lo perturba y se detiene; el paisaje muda a algo simbólico; en lugar del río de tipo o—karikom y el puente de piedra que corresponde al diseño, lo sustituye un jardín seco con arreglo de tres rocas en medio de grava fina.

Un detalle en la configuración lo deja perplejo; él conoce el “arte de asentar las rocas para cumplir con sus deseos”, sabe que si la formación fuera de un triángulo escaleno, la piedra más grande representaría el cielo, la mediana la tierra y la más pequeña al hombre. Sin embargo, los basaltos están en línea; representan la longevidad, la felicidad y el vuelo sin sobresaltos de las grullas. Pero la tercera roca no tiene aristas, fue pulida por agua de río. La interpretación le eriza la piel.

El momento de distracción no le permite calibrar la conducta de los anfitriones, no se entera que la dama nerviosa ha errado un movimiento y que el pintor ha abandonado el proceso creativo y sus utensilios pictóricos para ir a su encuentro.

El pintor se presenta, en inglés lo que facilita la comunicación, como Akeshi Mimato y señala a la mujer danzante para informarle que ella es Kemona, su esposa.

La cortesía japonesa impone reglas que el anfitrión no puede soslayar por más que le resulte incómoda la actitud escrutadora del detective, por tanto lo invita al salón de té. Antes de entrar se purifican lavándose las manos en tsukubai, una piedra ahuecada contenedora de agua.

Una vez dentro del salón un detalle refuerza su sospecha; hay varios kakemonos con pinturas de Akeshi Mimato; una de ellas atrae su atención, es una versión más congruente del jardín, ahí está un Dragón Azul que es un río con flujo en dirección Este de la casa. En el mismo momento en que Akeshi le explica que la pintura corresponde al antiguo diseño del jardín, entra Kemona vistiendo un kimono ligero de algodón. Es entonces cuando Basile resiste su belleza y asocia la recomendación de Pin Ze Lin con la conversación de Zé Amado: “Si conocieras que mona es, pasarías por lo mismo”.

Para recuperar la posición de ventaja y la objetividad que perdió ante la perturbadora belleza de Kemona, acude a un cumplido de trasfondo indagatorio; alaba la destreza y gracia con que ejecuta la danza de la grulla, que según entiende significa una demostración de fidelidad.

Kemona muerde el anzuelo, su rostro de perfecto blanco se enciende en rojo.

Akeshi Mimato nota la argucia y arroja con voz potente y gutural, que contrasta con su anatomía menuda, alguna orden que provoca la salida de Kemona en forma intempestiva.

Basile improvisa una maniobra arriesgada pero definitiva: de cara a la pintura del jardín y de espalda a Akeshi Mimato pregunta por el significado de lo escrito en la pintura.

—Por el río navega poesía –responde el pintor.

—Mire que coincidencia, Mimato San —le dice, mientras va dando la vuelta, y frente a él extrae de la bolsa de la camisa el papel de la nota—, un especialista en shodou dedujo que esta parte fue escrita por un pintor y los signos de río y navegar son de sorprendente similitud con los de su pintura. Con seguridad el experto debe ser capaz de determinar si fueron trazados por la misma persona.

Akeshi Mimato, primero pierde la ecuanimidad para después derrumbarse, admite conocer el desliz de Kemona y de ser el autor de la advertencia en el papel, pero de la desaparición de Zé Amado dice no saber nada. Ofrece ayudar en lo posible, el detective sabe que es una conducta común en los culpables.

Basile aprovecha la coyuntura y pide autorización para hablar con Kemona en privado, Akeshi Mimato no puede desdecirse, lo deja esperando mientras va a buscarla.

La confesión de Kemona altera el curso que Basile ha diseñado para dar con el paradero de Zé Amado.

—Mi comportamiento ha sido reprobable —declara Kemona—. Mi antigua sirviente, Aki Doi, mantenía un romance con el extranjero, ella sólo escribía en Tohoku, yo traducía para ayudarles a comunicarse. Me avergüenza haber apoyado una relación adúltera, pero más aún el hecho de que lo espiara mientras vigilaba que su esposo, nuestro jardinero, no los descubriera.

—¿Ha dicho jardinero? ¿Fue él quien hizo el cambio en el jardín?

—Sí –responde extrañada por la importancia que el detective presta al detalle—. Nobojiro Doi transformó el jardín por iniciativa propia; Akeshi y yo salimos por unos días y a nuestro regreso nos sorprendieron las innovaciones realizadas.

—¿Conoce la interpretación de ese arreglo?

—En la factura que nos dejó, explica que es Buda conduciendo a su discípulo a la “Isla Horai o de los Hombres Inmortales”.

—¿Puedo ver la factura?

Cuando Kemona va en busca del documento, Basile ya no tiene la seguridad de sus pesquisas. Se pregunta si el jardinero mintió deliberadamente para ocultar su crimen o son sus anfitriones los que pretenden engañarlo. ¿Quién es tan perverso para exponer su crimen en un jardín?

Basile conoce el simbolismo de la composición pétrea, sabe que los basaltos inhiestos representan el vuelo de las grullas y que de acuerdo a una antigua leyenda, se creía que las grullas tenían el poder de transportar al paraíso, en sus poderosas alas, a las almas de los recién fallecidos, y la piedra del río representa al hombre que ha encontrado la perfección, sin rugosidades y asperezas propias de la vida.

Las cavilaciones las interrumpe un grito lejano, ahogado por la espesura del jardín. Sale del salón, la luz moribunda del sol le oculta el camino, el Ishi Doro no está encendido, de modo que al ubicar el camino y entrar en la casa, Kemona se le ha adelantado y ha seguido en el camino a Akeshi Mimato quien se hizo el Harakiri y ha muerto sin saber que en una grulla de origami, Kemona contaba la verdad; no era infiel.

Kemona no se enterará que era a ella a quien amaba Zé Amado y que la observaba mientras se unía a Aki Doi.

Basile no tendrá forma de saber que las grullas picotearon el cuerpo que se descomponía en el Dragón Azul, antes de que Nobojiro Doi, el jardinero, lo cubriera con arena para formar el arreglo de rocas. Y Nobojiro Doi ignorará que alguien sabe que ha faltado a su honor al no cumplir con “el deseo de las rocas”.






Para mi amiga Cielo Selva que le gustan las historias policíacas.

Texto agregado el 17-02-2014, y leído por 1477 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
27-04-2014 La historia es profunda, no sólo por la trama que desarrolla, sino por los elementos culturales que despliega. La mezcla del género romántico con el policíaco, de una exquisitez sin parangón. Digno de respeto siempre ha sido para mí, la metódica investigación que haces cada vez que plasmas una historia tan singular como ésta. El final, admirable. Indudablemente, un cuento de colección. Me lo llevo a mi bio. Felicitaciones. Un abrazo full, amado Umbrío. SOFIAMA
15-04-2014 ¡Chapeau! Es un relato policíaco muy interesante en su trama. Bien hilado el desenlace. ¡Me encantó! A mi parecer... eres unas de los escritores por los que merece la pena estar en la página ;) Audina
02-03-2014 Magnifico cuento. Bien trabajado. Se observa que hay todo un estudio de los componentes del tema******** pithusa
01-03-2014 Me saco el sombrero ante tu cuento, amigo. Se nota que has investigado en cuanto al tema, y todo el texto es una exquisitez. Mis estrellas son tuyas. MujerDiosa
24-02-2014 Me gusta este estilo y la historia, un cuento para coleccionar. Felicidades. jaeltete
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