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Ella es el cesto sobre la mesa
El de frutos que adorna la mesa
La merienda de los hombres
La musa del instinto
Que espera ser mordida
Palpada, humedecida
Le gustan los perfumes y las hojas garabateadas
Muere lacerada después de cada comida
Entre pequeños quejidos
Con el pecho rígido
Desahuciando sexo
Con el rostro transformado
Con el cuerpo blando
Es el nido agraciado
Apetecido
Hermoso entre la ratonera…
Se postra luego de sacudidas ligeras
En una recóndita tristeza
Fuera de su alcance
Fuera de sí misma
Con el humor de otros
Con su esencia infinita
Con el alma exacerbada y goteando de sus manos
Llora sobre su cuerpo herido
Con el pulmón desgastado
Vencida en el catre de madera
En el suyo, en el de los otros
Con su último aliento
Con los ojos negros manchados
Y el lunar vulgar desvanecido
Con el rojo de su boca en las mejillas
Y el aroma de su mina de oro entre sus dedos…
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Texto agregado el 16-02-2014, y leído por 135
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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16-02-2014 |
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primero indolora y ahora comerciante...se pone complejo el tema si hay transacción de por medio, pero si tienes una manzana me la como con gusto, jajaja... si queda la crema se buscará un buen abogado que lo más parecido a una serpiente, jejeje. excelentes letras, saludos atanasio |
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16-02-2014 |
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El juicio de que hay en la prostituta una tristeza inherente, arruina la propuesta de este ejercicio. Parece hablar mejor de quien mira, que de quien es mirado: hay en sus dedos no el aroma de la escritura, sino del peso moral de creerse afortunado. omeros |
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