DANIELA...Y EL VIENTO.
Puedo decirme del amor: (Que tuve)
Que no sea inmortal
Puesto que es llama
Pero que sea infinito
Mientras dure
Entré a mi oficina, me senté con desaliento y deposité en mi escritorio un porta-retrato con marco de plata, en el cual había colocado la última tarjeta que Daniela me regaló y en la que aparecía escrito el fragmento “Fidelidad” de Vinícius De Moraes, poeta brasilero.
En ella dibujó una rosa roja y también estampó sus labios.
Aquel día de Enero no se parecía a ninguno. Era diferente a todos los que había vivido. Clara, mi secretaria, entró a la oficina llevando un tinto en sus manos. Su cara reflejaba una gran tristeza, pues sentía mucho aprecio por Daniela.
Mis ojos se nublaron y lloré sin control, como nunca lo había hecho. No podía apartar de mi mente los verdes ojos de Daniela, fijos en los míos.
La semana anterior, cumplimos un año de habernos conocido, en un popular sitio de reunión de practicantes de vuelo en parapente y en ala – delta, una especie de cometa liviana de forma triangular.
Era un domingo de verano, tibio y sin una nube en el cielo de azul intenso. El instructor de vuelo era amigo mío desde la infancia y acudía al sitio los días sábado y domingo, para dictar sus clases de vuelo, reclutar nuevos alumnos y efectuar vuelos por parejas.
Sostenía una animada conversación con una hermosa chica, que no perdía detalle de lo que Carlos Roa, así se llamaba mi amigo, le explicaba.
La joven había decidido volar aquella mañana, para lo cual estaba ultimando los detalles referentes al precio, duración del vuelo, condiciones de seguridad, equipos para volar, como cámara de filmación, radios de comunicación, altímetro, etc.
Se dispusieron a despegar una vez terminaran las instrucciones verbales y las prácticas en tierra. Aterrizarían en una hora, en la explanada que se veía al fondo del cañón.
Me acerqué a ellos, saludé a Carlos y éste me presentó a Daniela. Estreché su mano y me quedé mirándola fijamente a sus ojos de un verde intenso. Su rostro hermoso estaba enmarcado por un abundante cabello rojo encendido. Completaba el conjunto un cuerpo delgado, fuerte y armonioso.
Mi amigo me sacudió del brazo, para sacarme del arrobamiento que me produjo aquella mujer.
Le ofrecí recogerla en mi camioneta cuando aterrizara y ella aceptó gustosa.
Terminadas las instrucciones y el entrenamiento en tierra, emprendieron la carrera y despegaron. La cometa cayó en picada al vacío y luego se elevó en el cielo. Daniela había emprendido su primer vuelo doble.
Me tomé unos minutos y subí al carro para ir a esperarla en el lugar de aterrizaje.
Cuando aterrizaron, Daniela lucía radiante de felicidad y no veía el momento de contarme su experiencia. Nos despedimos del instructor y salimos con rumbo a la ciudad. Ella me pidió que fuéramos directamente a su apartamento donde vivía sola. Allí tomaríamos algo.
Durante todo el trayecto no paró de hablar, narrando la maravillosa experiencia que había vivido. Me dijo, además, que empezaría clases de vuelo con Carlos a partir de la semana siguiente. Mientras duraba el curso, continuaría volando con instructor.
Ya en el apartamento, mientras disfrutábamos de un vodka con jugo de naranja y hielo, me dijo que tenía 25 años, era gerente de mercadeo en una importante multinacional y su cargo le exigía viajar con frecuencia a ciudades del país y del exterior. Era soltera y actualmente no tenía ningún compromiso.
Le encantaban los deportes extremos y había practicado paracaidismo, jumping y, ahora, ala – delta. La bauticé “La dama del viento”, lo que le causó risa.
Sobre mi le conté que era abogado especializado en derecho comercial. Tenía treinta años y era soltero.
Después las cosas se dieron rápidamente. Salíamos a bailar, al cine, a comer y, algunos fines de semana, la acompañaba a sus clases de vuelo o a practicar con el instructor en los vuelos dobles.
Frecuentemente se ausentaba de la ciudad por asuntos de trabajo, lo que le impedía que sus clases de vuelo avanzaran más rápido.
El día de nuestro aniversario, decidimos salir a cenar y reservé con anticipación en un exclusivo restaurante italiano (a ambos nos encantaban las pastas y el ossobuco). Comimos con apetito y al final ordenamos un excelente vino de la casa.
Saqué de mi bolsillo un cofre forrado de terciopelo. Ella lo abrió y tomó de su interior una cadena de oro de la cual pendía una gaviota con las alas extendidas. Feliz, me pidió que la pusiera en su cuello.
Extrajo de su cartera una bolsita de regalo. Contenía un hermoso llavero con un pequeño delfín, todo en oro (yo soy piscis). Lo acompañaba una tarjeta elaborada a mano por ella. Representaba un fragmento del poema “Fidelidad” de Vinícius De Moraes:
“Puedo decirme del amor: Que no sea inmortal puesto que es llama
Pero que sea infinito mientras dure”.
Ya había terminado sus clases de vuelo y por recomendación del instructor, volaría sola por primera vez. Las condiciones climáticas eran óptimas ese fin de semana.
Acordamos que ella viajaría al sitio de lanzamiento con el instructor, pues mi presencia la pondría nerviosa. Le deseé buena suerte, nos besamos largamente y nos despedimos. Ella partió con Carlos hacia la montaña y yo hacia el sitio de aterrizaje.
Cuando llegué a la explanada, saqué los binóculos del carro y los dirigí hacia el cielo, en el que volaban varios parapentes y cometas. Localicé la de Daniela que giraba en círculos cada vez más cerrados maniobrando para aterrizar. El vuelo era suave y todo parecía normal. De repente la cometa se inclinó, dio un bandazo y como un pájaro herido cayó en picada al suelo, a unos cien metros de donde yo me encontraba.
Corrí desesperado y cuando llegué a su lado, me miró un instante y murió. Sus ojos verdes, muy abiertos, quedaron fijos en mí para siempre…
*cuento participante en el concurso ANIVERSARIO VINICIUS DE MORAES* |