Ubico un viejo edificio, situado a unos 600 metros del lugar donde el Gobernador tomaba su auto. Era el lugar perfecto. Se entrenó durante un semana entera en un fundo que los hombres que lo habían contratado poseían. Su arma era perfecta. Bien balanceada y se ajustaba perfectamente a su anatomía. Dos días antes de la fecha pactada, se acomodó en una de las habitaciones del edificio. Estudió todos los detalles, la intensidad de la luz a esa hora del día, el movimiento de la gente, etc. Por fin llego el día, se levantó temprano, hizo algo de gimnasia y se relajó lo más que pudo. Tomo un desayuno ligero. Y simplemente espero. Todo salía tal como estaba planificado, en la hora establecida el Gobernador bajó las escalinatas del Palacio y se dirigía a tomar su vehículo, él ya lo tenía en la mira, respiro profundo y le apunto a la cabeza. No podría fallar a esa distancia, sería un tiro limpio y mortal. Pero aconteció algo increíble, cuando disparó su arma se cruzó de manera intempestiva una bandada de palomas de la iglesia cercana, el proyectil impacto a una de las aves y se desvió para impactar en la acera, a unos 10 centímetros de su blanco. Una patrulla que pasaba por el lugar vio el fogonazo y se dirigió en tropel hacía el edificio. Ahora no había escapatoria posible. Habían cerrado todas las manzanas. Dejo el fusil a un lado, saco parsimoniosamente un cigarrillo de su bolsillo, se sentó en el suelo y empezó a fumar, en esos breves minutos desfilo su vida entera ante sus ojos. Luego pensó, eran 7 pisos, tardarían algunos minutos más en llegar. Estaba pálido, pero sereno, calculando que ya estarían por llegar al piso de abajo, extrajo lentamente su fiel Smith & Wesson, percuto el arma y se dispuso a hacer lo que todo mercenario profesional debe hacer en estas circunstancias. |