Yo señores soy un asesino despiadado, soy el tipo más malo que ha vivido en este país, el tipo más perverso, el más cruel. Si yo les contara.

Miren, hay sirial quilers que han empezado en esto, pues, con con treinta, con veinte, pongamos que alguno ha llegado a esto de matar al tuntún a los dieciocho, pero es que yo, señores, empecé con catorce años. Estaba en octavo de EGB cuando me cepillé a mi dentista. Como lloraba el gachón. "No, no quise hacerte daño, no quise hacerte daño" decía. Y yo decía "pues yo a ti sí te lo voy a hacer." No te fastiadia el tío, encima de lo que me cobró. Fue así como a la edad de catorce años, y con una larga vida por delante me di cuenta de que yo valía para esto de matar.

Mi adolescencia fuer una edad muy dura. Ya sé que todas las adolescencias son duras, y que se pasa muy mal, pero es que yo, además de ser adolescente, encima era asesino. A los quince años ya me había cargado al frutero, a dos cobradores del gas y a un tipo que no supe nunca en qué trabajaba. Era un tipo simpático, eso sí lo recuerdo. Cuando saqué la navaja me dijo que él sabía lo que me pasaba, que aquella no era forma de sacar la rabia y tal. Era buena gente, yo sé que el tipo quería ayudarme, aunque no sé a qué. Pero me consolaba oir un tipo tan majo hablar así de la vida. Yo lo hubiera escuchado toda la noche pero tenía que llegar a casa antes de las once.

Cuando fui a la universidad me eché mi primera novia. Que tiempos aquellos, por la mañana iba a telecos, por la tarde era estudiar sin parar y sacar un hueco para ver a mi chica. No tenía un segundo de descanso, estudiante todo el día, con la novia por la tarde y me quedaba tiempo para seguir con los asesinatos por la noche. Eso sí, a costa de dormir cinco horas al día. Hoy, con mi edad me piden que vuelva a aquello y les digo que no, pero la juventud es como es.

Por aquel entonces fue cuando tuve mi primera pistola. La llevaba encima un tipo alto, muy fuerte, un tipo dificilísimo de matar. Yo, para entonces, ya estaba hecho "un profesional" y sabía que a un tipo tan grande sólo se le podía entrar por la yugular. Cuando lo tuve en el suelo lo registré de arriba abajo. Llevaba un montón de dinero encima, la pistola, y ocurrió una cosa muy curiosa con él. Al día siguiente no vi su foto en los periódicos. Yo compraba el periódico siempe que mataba a alguien. Me hacía ilusión conocer un poco a la víctima, saber si era dentista o si era dependiente de una farmacia, no sé. Pero este tipo no salió en ningún periódico.

Cuando acabé la carrera me serené un poco. No tenía que estudiar tantas horas y mi novia ya no me hacía tanta ilusión, así que me casé con ella. Ahora, ya con trabajo y esposa, la vida era más tranquila y podía dedicarme más a fondo a lo que me gustaba de verdad. Podía matar a quien me viniera en gana. En fin, que era un hombre bastante satisfecho, como decirlo, un sirial quiler feliz.

Y así pasó mi vida. A los treinta años ya había perdido la cuenta de cuantos me había llevado por delante, pero eran muchos, eso seguro. Yo díría que incluso más de noventa, no se vayan a creer.

Luego vinieron los hijos, las preocupaciones, y mi carrera de asesino bajó un poco. Pero no crea que yo era fácil de desanimar. Ahí seguía, cada día más técnico, más escrupuloso. No repetía con el mismo arma para no dar pistas a balística, y nada de huellas en el lugar del crimen. En fin, que si yo fuera policía no me gustaría nada tener que investigar a un tipo como yo.

Luego, hace unos años, me llegó la jubilación. Y lo que no pudo el trabajo ni los estudios lo hizo el tiempo. Y es que miren, uno ya no es lo que era. Ni la misma agilidad, ni los reflejos. Y además que no, que ya no tengo tantas ganas como cuando era joven. Ya no me llena eso de pegarle a uno un tiro. Yo ya le paso el testigo a las nuevas generaciones que vienen con fuerza, con crímenes insolubles y armas sofisticadas. En fin, que hay que dejar paso a los jóvenes.