La sota de espada
En una mañana candente donde los tuteques y las tunas se quejaban del sol, María del Mar y Juancito Teto se conocieron en una inmensa cola del Mercal, el día de los enamorados. Distanciado, en un primer plano, por la Guardia Nacional que dividía la cola en dos y separaba las peleas entre las doñas del pueblo.
A golpe de las 8.a.m entraron, enérgicos, en el local donde se encontraban los alimentos. La voluptuosa María le fue fácil comprar de todo, seduciendo las miradas de los guardias que custodiaban vigorosamente el tesoro nacional alimenticio: las caraotas, los pollos, la leche y la harina.
En lo que se refiere a Juan, había amanecido en la cola, ilusionado en obtener, esforzadamente, la leche en polvo que sazonaba su greca de café como poción energizante todas las mañana cuando iba a trabajar en las piñas.
En el jolgorio de las compras, ambos personajes visualizaron, al mismo tiempo, la última leche del Mercal que quedaba escondida al fondo del comercio; juntos cruzaron sus miradas, observaron simultáneamente la leche, se correspondieron nuevamente unos gestos, y descubrieron así la intención del otro; atropellaron viejitas y niños durante la carrera que llevaba al producto regulado.
En una suerte de locos, despertaron sus instintos salvajes, lograron tomar ambos, el producto por sus diferentes extremos sin una sola intención de tregua.
Se sonrieron complicadamente, mientras creían conocerse desde hace tiempo, disfrutaron el primer paso de una atracción verdadera y desde ese momento comenzaron a escribir su historia de anaqueles llenos, solamente de amor.
|