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Cuando uno pasea a campo abierto en la transición de tarde a noche, a veces siente que se encuentra en otro planeta. Más aún cuando la arena y la tierra agreste entra por sus zapatillas viejas, como queriendo mudarse a otro lado, aburrida y fría.
Los caminos no asfaltados y las urbanizaciones aún no instauradas dejan al ambiente campestre algo misterioso, tiñéndose de naranja con cada instante, los arbustos desordenados y bruscos dejan su color verdusco para tornarse azules y grisáceos. Y digo azules porque no uno no tiene idea en qué mes del año se está o qué solsticio inicia ese día pero cuando ve la luna llena y al conejo descansar sobre ella se siente maravillado.
El naranja pasa y la sábana azul creada por el sol reflejado en la luna llena convierte el andar de uno en un viaje a Urano, u otro país azul. Uno se pregunta mientras camina por las cercas del terreno familiar si es que realmente en Urano todo es azul, y se ve así… a lo mejor a más lunas, más azul, y a más hidrógeno congelado aún más azul.
Como es ambiente abierto y el calzado está algo ocupado por tierra fría es cansado hasta sentarse al lado de las juveniles plantas de algarrobo, recientes adquisiciones de la familia. Delgaduchos troncos infantiles dejan su posición típica encorvándose cual lacayos ante la gran brisa nocturna que recorre el terreno.
Formalmente es de noche. En esta parte de la zona no hay faros, ni faroles, ni siquiera velas veo a mi alrededor. Solo una luz algo tenue a la distancia, a lo mejor a doscientos metros o más. Lo demás es azul, pero la luna está más blanca que nunca.
Cuando uno abraza sus rodillas queriendo sentir algo de calor, a veces siente que se encuentra en otro planeta. Más aún cuando el frío y violento viento entra a través de su piel no tan joven, como queriendo mudar a uno a otro lado, agresivo y natural.
Un silbido como tétrico se oye no tan lejos, también uno oye pequeños crujidos cerca y grillos chirriar muy cerca. Un par de casuchas detrás de este uno le hacen pensar que dentro de ellas no haría tanto frío. El uno comienza pues a levantar la mirada al cielo que a pesar de estar azul, ilumina.
Logra distinguir a los puntitos luminiscentes clásicos de una noche de junio, julio o sea el mes que fuere. Y ve la luna y se siente maravillado con ella. Allí pues el Luno distingue tras su novia un puntito algo extraño. Lo mira fijamente y lo compara con los otros puntitos que se dispersan por doquier con aparente patrón aleatorio.
LLuno ha estudiado los libros de astronomía que su familia le dejó cuando era niño. No era exactamente lo que Lluno hubiese esperado de ellos a esa edad, pero allí arrodillado estaba alguito agradecido, como cuando te empujan de pronto y caes, entonces tras abrir bien los ojos te levantas y te metes el billete de veinte soles al bolsillo sin que se den cuenta.
“¿Acaso Saturno? ¿Acaso Júpiter? ¿Acaso Urano?” Alluno, y su mala ortografía, parecía preguntarle a la luna puesto lo decía como conversándole. Pero definitivamente, pensaba él, era un planeta.
Bajaba la mirada y veía el extraño ambiente campechano al que no estaba acostumbrado y se sentía en otro planeta. De pronto, no había brisa porque no había oxígeno. Los algarrobos mocosos volvían a estar firmes y comenzaban a querer despejarse del suelo porque no había gravedad. Por allí algún saturniano o joviano o uraniano no demoraba en aparecerse vestido en un sofisticado traje interplanetario.
¿Me vería como el invasor? ¿Acaso me haría daño este ser?
Algo temeroso Ralluno, y su incongruencia, se pone de pie mira al cielo pero al cielo que está tras sus espaldas. Mira allí otra luminaria, parece una estrella pero es más grande. No tiene duda alguna, él no está en Marte. Pues Marte está allí arriba, inconfundible, desde niño le observaba en los días de invierno, cuando no era julio si no su hermano el presente César. Desde la ciudad, llena de faroles y gente superficial las estrellas no se ven, y tan solo en esos meses se ve Marte. Tal y como lo dictaba el libro de astronomía.
Rayuno, y su cambio helénico, voltea a ver a la luna y mira al otro planeta y recuerda su infancia entre saltos, trompos y excursiones en los túneles de desagüe llenos de tierra con la que uno se embarraba como si estuviese en la granja. Recuerda la página número cuarenta y dos del libro de la editorial Océano con la gráfica del planeta más grande del sistema Solar y no tiene duda alguna que era joviano el alienígena que se acercaba a él en la noche de nuevo solsticio.
Ayuno, corregido, está de pie y pese a que el viento sopla allí en el lugar este, el ya no siente frío. Mira al joviano acercarse, acaba de salir de la tenue luz del inicio. Vuelve a mirar a la luna y el conejo está más claro que nunca.
Cuando uno mira a la luna de pie queriendo sentir al mundo a través de una brisa de aire, a veces siente que éste inunda su corazón. Más aún cuando la esperanza y el amor entran en su cerebro abstraído por su ciencia, como queriendo dejar de ser el cambio para ser feliz.
Yuno, casi místico, abre los brazos y deja entrar el viento a través de su pecho, y con él entran el silencio, los silbidos eólicos, los aullidos de los perros y hasta la orquesta de los grillos y saltamontes. Su corazón es uno con él y los párpados le pesan; le hacen regresar a su estado natural, se vierte entre las raíces de los algarrobos, los granos de arena de las zapatillas, el danzar del viento, la luz reflejada en la luna y el espíritu del joviano invasor.
Se arrodilla aún con los brazos abiertos, un sonido hace eco en el inmerso campo rural. Aún con el mentón acosando a la luna, uno se deja caer hacia atrás y su espalda algo encorvada por las los días, las tardes y las noches de meditar acerca de la vida, la ciencia, la religión y la muerte, se deja descansar sobre la arena y la tierra agreste, abre los ojos y allí está el gran firmamento.
Gigante, y la vía láctea se pasea por todo él, cruzándolo como un gran tajo hecho por algún niño sentado en la biblioteca buscando libros de astronomía. Con muchos brillantes seres que tal y como decían los libros; nacen, crecen y mueren. A donde mirara en el gran firmamento, moviendo las pupilas, allí inmóvil en el suelo, veía belleza, y aunque no sabía si veía orden, veía el universo que en la ciudad se escondía tras la tecnología y la ciencia secuestrada.
Pronto una silueta aparece en su línea de visión y tapa a la luna y a la Vía.
“¿Enmanuel qué haces?”, dice la silueta joviana, que era “la” y no “el”.
- “Veo al centro del universo”
- “¿Y cómo es?”
- “No lo sé, mis ojos no van tan lejos”
- “¿Y por qué te molestas en ver entonces?”
Me quedo callado mirando su silueta algo grisácea. Ella calla también, se sonríe. Puedo distinguir su sonrisa. La joviana se aparta.
- “A veces no entiendo lo que dices, no entiendo lo que haces, no entiendo por qué quieres hacer esto o lo otro. No entiendo por qué no eres como todos”
Hace una pausa y continúa.
- “A veces no entiendo porque te quedas mirando a las cosas, o haces preguntas vergonzosas a la gente, no entiendo cómo es que puedes ser tan callado cuando quieres y gritar y clamar cuando no. No entiendo porque no te compras más cosas y más caras cuando puedes hacerlo…”
Mira a la luna y continúa.
- “A veces no entiendo siquiera a dónde quieres ir y por qué quieres tratar de hacerlo solo si me tienes a mí”.
- “Yo…”
La joviana se echa junto al uno. En silencio. El uno no deja de mirar a la luna y la Vía Láctea sobre sus almas.
- “No sé que tienes, pareces igual a todos pero eres diferente” – dice el Uno.
- “No soy como todos, todos somos diferentes” – y suspira.
Una gran nube cruza frente a la dama Selene. Uno y una yacen en el suelo al aire libre, a campo abierto, más naturales que nunca.
- “¿Segura que quieres esto?” – dice el Uno – “Yo no iré por el camino común... quiero dejar una huella lunar, no sé si pueda solo, pero lo haré si es que no puedes subir en mi Apolo”
- “En nuestro Apolo” - y sonríe.
- “Tus amigas y familias te van a extrañar” – dice el Uno.
- “Ellas tienen sus vidas” – y ríe.
- “Todos tenemos vidas” – dice el Uno.
La gran nube termina su pasarela, todo vuelve a ser azul bajo la resplandeciente luna llena.
Una toma la mano de uno: “Empújame”, dicen a la vez.
Cuando uno ama a campo abierto en la transición del todo y la nada, a veces siente que se encuentra en otro universo. Más aún cuando le aprietan la mano tan fuertemente como queriendo ser uno, como el universo, como el Uno.

Texto agregado el 15-02-2014, y leído por 89 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-02-2014 El cuento va trascendiendo de lo que pareciera una simple y conmún reflexión, sin duda tienes grandes capacidades. ***** A mí en lo personal, me gusta la primera parte. Solo_Agua
 
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