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“ Cama: con frecuencia, punto de
confluencia de dos que huyen"
Carlos-Héctor, pildorilla 16,079.




No puedo evitar encandilarme con esa lámpara de movimiento pendular. Trato de atrapar su parpadeo ya que esos mínimos instantes de oscuridad los aprovechan tus vivos fantasmas para manifestarse y torturarme. A la luz de los relampagueantes focos que agonizan, veo como se arrinconan, se esconden de mí. Un juego de escondidas en el húmedo sótano. Los chispazos de la lámpara no diluyen la negrura que siento traer por dentro, y que se escapa por los ojos, la nariz, por la boca, y que terminarán por apagar la luz que oscila hipnotizante.

Un raquítico árbol crece aquí abajo, enano y solo. Son escasos los rayos solares que pueden penetrar por un cristal redondo y ahumado, que como un ojo espía desde afuera. La pobre planta quizá le robe la luz a los ojos curiosos que se asoman desde la calle. Es hermoso dentro de este mundo subterráneo; si lo sacaran, si lo expusieran a la crítica, si lo compararan, moriría. Así me siento yo, jamás debo subir, aquí sigo siendo bello.

Ignoro lo que ocurra en la calle. Sé que debe ser insoportable estar bajo esa atmósfera aplastante, irrespirable. Arriba siguen habitando los que creen que el mundo no es una mentira.

En ocasiones, al estar al pie de la tortuosa escalera que desciende a mi cubil de soledad, escucho unos pasos que bajan lentamente, sigilosos, como temiendo encontrarme, intuyendo lo que soy. Levanto mis ojos que ya no miran y entonces despierto; estoy solo en mi resquebrajado universo.

Tengo la certeza que en alguna parte, allá arriba en el laberinto, existe una habitación impecable, blanquísima, ordenada, cubierta tan sólo por una fina capa de polvo que se irá acumulando como el olvido. Allí, en ese dormitorio, una cama espera eternamente sentir el peso de dos cuerpos, que se exploraron, se juntaron, chocaron. Yo dejé de dormir en esa cama desde el día que terminó nuestra dualidad; ahora es un páramo extenso en el que viajo sin brújula. Hubo momentos en que al sentarme en ella rechinó como llamándote a sentir de nuevo su sopor, su abrazo de sábanas. Ahí es en donde dejaste tus recuerdos; más allá, nada me habla de ti.

Al principio creí extrañarte nada mas por los días compartidos en el tálamo. Y es que nos entendíamos tan bien en cada escarceo amoroso, que pensé sería así hasta en lo más nimio. Pero hoy que hago memoria, comprendo que nuestros diálogos no rebasaban esa habitación. Ya ves que siempre que me llamabas, necesitada de eso que tú llamabas inasible, terminábamos rodando en el mar de cobijas que era mi cama. O cuando me asfixiaba la soledad, tú callabas mi monólogo con tus labios; contigo las palabras eran innecesarias e irrelevantes.

Quisiera pensar que no te extraño sólo por “exo”. Aunque no puedo negar que esa parte de tu personalidad me encantaba, puesto que contigo podía hacer el amor sin inhibiciones, sin prejuicios, sin limitar la fantasía. En todas mis pesadillas me harto de hacer el amor contigo; necesito otras dos noches enteras para, quizá, curarme de ti o para morir del todo.

Todavía creo que estás ahí, que sigues ahí, en cualquier parte, dispuesta a venir para no escucharme y platicarme someramente tu vida. Aunque sé que no será así. Que eso no es para nosotros. Que yo sólo llené en ti la parte corporal, carnal, lo terreno, que no trascendí en tu alma. Que amor es nada. Que si a lo nuestro le llamamos amor, fue para disfrazar el sexo.

La cama se quedó perfectamente arreglada, con su colcha cuadriculada, tal como la dejaste esa última vez que viniste. No quise ser sacrílego inmolándome en otros cuerpos, para no asustar a tus tangibles fantasmas que aún se acostaban y dormían ahí, y esperanzado en que alguna ocasión se materializara y fueran insaciables. Es irónico que tú, que me indujiste a intoxicarme con tu particular placer, después me convirtieras en el más célibe de todos los hombres. Quizá me gasté contigo todas las horas-cama de mi vida. Quizá sí y sólo congeniábamos en las necesidades urgentes del cuerpo y no en las del espíritu.

Hoy tú, tal vez, ya encontraste quién satisfaga tu alma. Siendo así, lo demás es fácil, es natural y pleno; lo sensual es sublime. Tienes en tus manos lo inasible. Amor es todo.

Yo, en cambio, ya no tengo ninguna de las dos.

Texto agregado el 14-02-2014, y leído por 147 visitantes. (2 votos)


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