No pude aguantar más acostado, me acequé a la ventana y moviendo la cortina miré hacia afuera.
Estaba oscuro todavía!
¿Por qué el amanecer merodeaba detrás del horizonte durante tanto tiempo?
Estaba inquieto esperando a que la esquiva luz decidiera aparecer.
En los siete años de vida que tenía, no me era fácil mantener la calma cuando el deseo más querido retrasaba su presencia.
Por fin, ya se podía adivinar la pequeña línea naranja en el horizonte, corrí a la habitación de mis padres gritando:
¡Despierten! ¡Despierten! ¡Ya es hora!
Papá miró con un ojo al reloj de la mesita de noche y gruñó:
Oh, ¡Dios mío! ¡Sólo son las 5:50! ¿Quieres dejar de hacer tanto ruido?
Pero mamá, se levantó y dijo sonriendo :
¡Déjalo, siempre hace lo mismo!
Finalmente, comenzamos nuestro viaje y un par de horas más tarde estábamos de pie delante de las altas puertas de madera, papá me alzó para que pudiera tocar el timbre.
Como siempre, la gran puerta se abrió dando paso a la sonrisa más hermosa que jamás veré!
La casa olía a rosas y jazmines, yo no podía decidir a dónde ir primero:
El jardín en flor tomó mi fantasía, volé sobre toda esta belleza con asombro.
Luego el baño que olía a jabón de marimoñas blancas, la antigua bañera con patas de león apoyadas en un globo.
El dormitorio con el hermoso espejo enmarcado en el gran ropero de madera antiguo también, donde pude verme de la cabeza a los pies.
El aroma de violetas que llenaba la habitación.
El viejo daguerrotipo de la niña que he visto mirándome juguetonamente, oculta por las pestañas de los ojos grises sobre la sonrisa más hermosa que jamás haya visto.
Luego, la llamada a desayunar en la cocina caliente, el gran tazón de leche con una nube de café, éste era el
único lugar donde se me permitía tomar una nube de café.
El pan blanco recién horneado, y la mermelada de naranja almibarada bajo la fina capa de crema de leche.
Los abrazos, las sonrisas y los largos cuentos sobre cómo llegué a nacer, siempre contados de diferentes maneras, por lo que me hacía sentir que yo era una persona diferente cada vez.
El sabroso almuerzo simple, que preparaba el estómago para la cena real, después de una muy ligera comida a media tarde repitiendo el pan, la mermelada almibarada y la crema de leche.
De esta manera, flotando sobre cosas nuevas y partes repetidas pero desde una perspectiva diferente cada vez, el día se iba volando en un bello transcurrir de minutos como un regalo maravilloso.
Nunca me olvidaré de todos esos momentos que pasé en la búsqueda de "nuevas cosas viejas", sintiendo que era el centro del universo y "sabiendo" que yo era la persona más importante en el mundo.
Con una punzada de pesar porque no puedo repetir esas visitas ahora, siempre voy a recordar, con nostalgia y alegría todas las horas pasadas en la casa de mi abuelita. |