Era un dolor profundamente grande el que tenía. Mi pesar me carcomía las entrañas y me producía una inmisericorde sensación de vacío y desolación que nada ni nadie podía mitigar. No sabía cómo proceder para librarme de tan agónico malestar, pues toda idea que surgía en mi poco clara mente parecía inútil contra la tenebrosa devastación emocional que embargaba cada porción de mí. “¡Ah, si tan sólo pudiera hacer algo! ¡Si tan sólo algo me diera una solitaria ilusión, una esperanza de encontrar una cosa buena en mi miserable y gris existencia!” pensaba yo llena de angustia y melancolía desgarradora. Fue entonces que a una de mis alocadas amigas se le ocurrió, para animarme, llevarme a presenciar un show “sólo para mujeres” dentro de un antro de la ciudad. No voy a mentir y decir que me engañó “cruelmente”, alegando que me llevaría a otra parte, porque desde el primer momento supe adónde habríamos de ir esa mentada noche, pero lo que sí debo mencionar es que, en realidad, no tenía ninguna clase de entusiasmo por mirar tales “espectáculos” debido a mi pésimo estado anímico.
El show comenzó cerca de las once. Para ese entonces ya me había tomado dos drinks al hilo, buscando en el alcohol el bienestar que tanto anhelaba encontrar. Se presentaron varios strippers, todos muy apetecibles y bien dotados para el baile, pero ninguno me hizo olvidarme de nada por más de un minuto, lo que me orillaba irremediablemente a darle otro sorbo a mi coctel o pedir más licor. Ya para las once cuarenta y cinco estaba casi borracha, mas la sonrisa que me cargaba no era la clásica sonrisa que tienen los bebedores producto de la euforia etílica, mi sonrisa era para disfrazar el hecho de que me sentía peor que cuando había llegado, y que lo único que quería hacer en esos momentos era salir de ese bar infernal, perderme y meterme en un abismo inconmensurable en el que nadie pusiera hallarme. Pensaba de ese modo cuando el “presentador” del show anunció al siguiente “bailarín”, llamado “el príncipe”. Una sugerente canción dio inicio y yo, totalmente desganada, volteé al escenario.
Mis ojos se toparon con el hombre más sensual que había visto en mi vida. Decir que tenía un cuerpo espectacular es poco. No sólo eso, sus movimientos eran por demás sugerentes y provocativos, dejándome sin aliento cada vez que meneaba esas impresionantes caderas. Pero luego vi su rostro, y era una cara de rasgos llamativos, con ojos de un increíblemente inusual magnetismo y unos labios grandes y carnosos, que me despertaron la idea de probarlos y morderlos suavemente. De pronto, mientras unas chavas sumamente emocionadas le agarraban las nalgas, él súbitamente se giró y me miró. No fue una mirada muy lujuriosa, fue sólo…seductora, como un lindo chico de la secundaria que de pronto voltea a verte y te sonríe cariñosamente. Me quedé sorprendida “¿acaso ese hombre está mirándome?” me pregunté incrédula para mis adentros. La respuesta pareció otorgárseme cuando, segundos más tarde, el stripper se dirigió hacia mi lugar. Su andar, para muchas, era similar al de un tigre cazando a su presa, pero en realidad parecía encaminarse a mí con la misma gracia de un cervatillo en los bosques. El ambiente se llenó de gritos ensordecedores de mujeres alebrestadas y de la estridente música de fondo, aunque yo solo podía escuchar con claridad el acelerado palpitar de mi corazón azorado. En menos de un minuto, lo tuve frente a mí, y al estar a escasos centímetros me dio la impresión de ser todavía más asombroso. Él bajó un poco más la mirada y me sonrió dulcemente, para luego decirme, con voz cautivante, un irresistible: “hola, hermosa”.
No sabía cómo proceder en esos momentos. Quise hablarle, decirle que con tan solo verlo me sentía inconmensurablemente feliz…pero estaría mintiéndole. Mi dolor emocional aún permeaba en mi atribulado corazón, a pesar del impacto que dicho hombre ejercía en mi persona en aquellos instantes. Entonces él me miró nuevamente, pero esta vez fue distinto, porque en su rostro había un gesto de intuición que me desconcertó, y entonces pensé: “¿será posible que haya detectado mi verdadero estado anímico? ¡No puede ser posible! ¡Nadie es capaz de saberlo con tanta facilidad y menos un desconocido!” Dejé de pensar en el momento en que él, semidesnudo y con una mirada llena de inusual ternura para ser un stripper, se agachó ante mí murmurando:
-Este es el regalo de un príncipe para su princesa.
Luego de pronunciar tales palabras, me besó delicadamente en los labios. Mis amigas gesticularon una expresión de sorpresa mientras que las demás presentes comenzaron a gritar enloquecidas por aquella osada acción. En mí, en cambio, las cosas fueron diferentes: esa boca, en contacto con la mía, me transmitió una sensación de tranquilidad, de afecto, de sosiego mental, del mismo modo en que un bálsamo amortigua los ardores de una herida. Me hizo sentir que ya no había motivos para que estuviera apesadumbrada, que había en algún lugar a quien podría importarle de verdad y que era alguien valiosa, aún cuando otros quisieran hacerme creer lo contrario. Ese beso, más que placer carnal, me brindó confort emocional, cosa que muy pocos pudieron darme en esos lúgubres días.
La canción finalizó y entonces, alguien llegó para separarnos al stripper y a mí. Cuando concluyó la velada, mis amigas no paraban de comentar, de camino a nuestras viviendas, lo afortunada que había sido porque uno de esos “muchachos” me había besado. Desde entonces, ya no he vuelto a ver a ese sujeto, pues poco después me enteré, por medio de ciertas personas, que el organizador del espectáculo lo había despedido por haber actuado “poco profesionalmente” al besarme frente al público. A pesar de ello, no pierdo la esperanza de encontrarlo de nuevo, ya sea como bailarín erótico o como cualquier otro trabajador, pues lo que me dio esa noche fue más que un simple ósculo: él me dio esperanza, cariño, motivación, serenidad…Con un simple beso, él me salvó.
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