Hay dos formas de matar a un hombre: destruir toda memoria sobre él o humillarlo hasta generarle un vacío emocional para que así no pueda volver a soñar. Pero es casi imposible que esto suceda, es teoría, aún no han logrado matarlo. Creo que si lo hicieran, la tierra lloraría eternamente y el barro se convertiría en maldad; sepamos que eso escapa a las leyes naturales.
Y pensando en la lectura reflexiva que nos regala John Berger, los totalitarios y los autoritarios viven con miedo (coincido absolutamente con él); por esta razón es que quieren al “hombre muerto”, lo quieren convertir en bestia para luego cazarlo. Pero estos cobardes se olvidan que las personas son mente y legado, arte, palabras y aire. Es casi imposible llevar a cabo alguna de las dos formas de la muerte del ser. Rápidamente me vienen a la cabeza dos nombres: Víctor Jara y Rodolfo Walsh.

Días atrás, mirando el mar, con un cielo de calina sobre él, pensé en escribir sobre los peces. Me quedó esa idea rondando en mi mente. Los peces son seres que viven en un universo supremo. El océano es el espacio invertido. Los peces viven en una canción que no tiene final. Conviven millones de especies en un ciclo perfecto, equilibrado siempre y cuando el humano (el malvado) no interfiera; su espacio es el agua y en el agua el tiempo se diluye.
Mas volví a la ciudad, cosa que fue ineludible, y me encontré con el mismo mundo equivocado, espacio donde “ese malvado” planea la intervención de todos los universos conforme vaya pensando en sus intereses. Pero si el hombre es escencia, sólo respira, y eso es grandeza, porque respirar alimenta las ideas, las nutre de serenidad y el silencio se transforma en templo.
Camino entonces las calles del barrio y veo a las personas. Veo reclutas de una noche macabra sabiendo que son inocentes, sólo son víctimas. Yo soy también. Y todos piensan y pensamos lo mismo: escapar. Pero lo bueno, es que tarde o temprano lo logramos, porque las artes nos ayudan y son bondades y si hay dioses, allí habitan. El amor es un arroyo y el altruismo la salida.
Por eso es que las mentes siniestras terminan siendo la nada en comparación con el todo, que es el ser confirmando su magia en cada niño que nace, en cada sonrisa de una esposa o en la mirada desinteresada de un abuelo. Y los jardines se llenan de palabras. Los ojos miran lejos. Las miradas se funden en verdades. Aún no han logrado matarlo.

El “hombre muerto” es una idea de los miedosos y de los incorregibles para justificar su miseria más decadente. Ayer volví a ver el film de la grandiosa novela 1984.