A las nueve de la noche, se vistió de Carlos Gardel. Bien peinado a la gomina, frac alquilado y zapatos comprados en una feria americana en el barrio porteño de Once. Practicó la eterna sonrisa del Abasto, y en un murmullo, le dijo a su madre que esa sería su gran noche.
Caminó por el viejo barrio y los fantasmas, con bandoneones y guitarras, fueron escoltando el paso soberbio y decidido de Juan; ensayando las melodías en su alma, recorrió las pocas cuadras hasta el boliche.
Los guitarristas comenzaron la introducción de “Por una cabeza”. Juan parado junto a ellos, sacando pecho, y acomodándose el sombrero desde el ala tapando media mirada, sonrió y cantó con tono malevo. La música resonó en los rincones del salón despertando a los dormidos recuerdos en blanco y negro.
Las guitarras puntearon el corazón del tango, la voz profunda del cantor se hundió en el espeso aire de la milonga
Entonces, el exiguo público se puso de pie y, aplaudiendo desde el pasado, vieron las lágrimas que cayeron por el rostro del revivido “Zorzal”.

-Vieja, hoy será mi gran noche.
-Viejita linda, no te mueras todavía.