Capítulo 17: “La Leyenda del Holandés Errante”.
Nota de Autora:
Ahoi a todo el mundo. Estoy locamente feliz, en menos de una hora de estar publicado, kpalomar ha comentado el capítulo anterior, con una de las críticas más completas que he recibido en el último tiempo (algo que no se da mucho en esta página acostumbrada a reviews cortos como telegramas). Desde ya, muchas gracias por comentar.
Bueno, hace dos capítulos ya venimos tomando el ritmo de lo que será este libro y ahora, con este capítulo, ya entramos de lleno en la historia. Ya lo sé, les debe parecer un poco largo un prólogo de dieciséis capítulos y un prólogo, es decir 190 páginas… pero era necesario.
¿Qué más puedo decir? Bueno, me terminé de leer La Comunidad del Anillo (excelente libro, especialmente los capítulos “El Puente de Khazad-dûm” y “La Disolución de la Comunidad”). Mi mamá haciendo limpieza encontró viejos cuadernos míos llenos de textos que pronto subiré y partituras que creía perdidas.
La canción del capítulo es “La Leyenda del Holandés Errante” de la banda Tierra Santa. En ese nombre está basado el título de esta novela. Comprenderán que le viene un piquito al capítulo, ¿eh? Sin más, a leer…
Liselot aspiró el aire salino en la barandilla. Era el crepúsculo. Le pareció increíble cómo se había acostumbrado a la vida en el mar y a descifrar los misterios que éste escondía. Por la posición del sol le pareció que ya estaba por anochecer.
Miró el océano y se entristeció de pensar que esa sería ahora la morada de los caídos. No le importaba de qué bando hubiesen sido, lo triste era que ellos jamás podrían volver a la Holanda del siglo XXI.
Quiso entrever los cadáveres enfundados con sábanas en su última cama, en su último descanso. De más está decir que no pudo hacerlo.
Una sonrisa adornó el dulce rostro, no sonaba tan malo tener como última morada el mar…
Concentrada como estaba en mirar el mar, no se percató del sonido de botas chocando contra el piso metálico de la cubierta.
-Milady-la llamó una voz masculina.
Liselot dio un pequeño respingo sintiéndose asustada y a la vez sorprendida. En medio de su pasmo dio media vuelta y miró a su interlocutor.
-Capitán Rackham, ¡me asustó!-saludó.
-Mis disculpas, milady. Pero John reclama su presencia en el camarote-le indicó.
-¿Ahora?-preguntó ella de mala gana, sintiendo cómo sus deseos de quedarse ahí por horas mirando el mar se iban por la borda cabeza abajo.
-Aye, ahora-dijo Rackham, preguntándose por qué una pregunta tan absurda.
-Gracias-contestó ella sonriendo y echó a andar, dejando a su interlocutor muy plantando al lado de la barandilla.
Le costó dar con el camarote que le habían asignado a John a última hora; hasta la noche anterior él había tenido que dormir en una celda y evidentemente esa ya no era su habitación.
-¿Todavía no va, milady?-preguntó Rackham sobresaltándola de nueva cuenta.
-No encuentro el camarote-confesó ella.
-Venga conmigo-le ofreció ella.
Mientras iban camino al comedor, Rackham iba poniéndola al tanto de las condiciones en las que se encontraba el enfermo. La noche anterior, luego del amago de motín, le habían dado de latigazos y al estallar de nuevo la insurrección, unos amotinados habían conseguido entrar de nuevo en la celda y lo pudieron sacar. Cuando iban a llevarlo a un camarote con el fin de curarlo, los interceptaron unos hombres fieles a Sheefnek y en medio de la balacera, John se había visto obligado a pelear. Luego, en la confusión recibió balazos, estocadas y continuó peleando hasta que cayó en cubierta.
A cada palabra del capitán inglés, Liselot ponía una cara de dolor peor a la anterior, completamente conmocionada por las malas condiciones en las que se encontraba John. Su corazón puro y bondadoso la hacía negarse ante la idea de que él fuese a morir.
Finalmente la tortura concluyó para la muchacha y Jack se silenció. Caminaron el último trecho: bajar una escalera y andar un pasillo lateral hasta cruzarse con un corredor grande e ir hasta el fondo. Todo eso en completamente silencio. Se detuvieron ante la puerta del comedor y el único sonido que acalló el silencio fue el tintineo metálico de las llaves de dicho cuarto.
Jack Rackham abrió la puerta y caballerosamente permitió el paso de la chica. Entonces Liselot Van der Decken probó y conoció una nueva forma de dolor, una tortura completamente nueva para su sensible corazón. Se cubrió la boca completamente sorprendida. Dos finitas lágrimas se escurrieron de su rostro. Ahí yacía, en una cama justo al frente suyo, John Morrison. Ella lo había visto en cubierta sangrante, herido, afiebrado e inclusive desmayado. Y aquí estaba igual, sólo que con el rostro pálido y la mirada perdida.
¿Cuál era la diferencia que la había puesto tan mal? Él ya no se movía y en la mente de Liselot Van der Decken el movimiento era sinónimo de vida. No importaba si una persona estaba enferma (o al menos no era tan terrible) si esa persona se levantaba de la cama todos los días y hacía su vida normal.
Pero aquí él yacía acostado, sudado, desangrándose sin que nadie lo pudiese remediar y mirando al vacío, sin moverse, esperando en una pasmosa quietud a las negras alas de la muerte que no tardaría en cubrirle con su sórdido y temido manto de brumas y olvido.
Jack cerró la puerta y apoyó su mano izquierda en la espalda de Liselot y empujó suavemente a la muchacha hacia adelante. Ella caminó pasmada y llorando sin poderlo evitar.
Se arrodilló al lado de la cama del joven británico y le tomó la mano. Con la otra mano le hizo una caricia en la frente, secándole el sudor.
-No nos asustes así, John. Tú vas a vivir, tú te vas a recuperar. Ahora tienes que descansar…-le dijo ella.
-Esto se acabó, Liselot. Sé que me voy a morir ahora y me alegro de eso-confesó él esbozando un gesto de puro dolor.
-¡Oh, pobre John! No debes pensar así, en morir no hay ninguna alegría-dijo ella.
-La vida es un viaje y la muerte también lo es, pero de una forma completamente distinta-dijo él.
-No, no es un viaje, es vegetar y tú mereces ser feliz, sonreír, llenarte de vida-dijo ella.
-No pedí tu presencia aquí para que me dijeras lo que debo pensar o hacer-dijo él, cortante.
Liselot se asustó por su tono de voz y cuando hubo recuperado los estribos de su cabeza, se acercó de nuevo a la cama.
-¿Entonces para qué me llamaste si no querías esperanzas?-preguntó ella. La pregunta suena furiosa, pero en realidad iba con genuina curiosidad.
-No confundas una cosa con la otra, por supuesto que hay esperanza. De los cinco eres la única que está en condiciones de ser capitana del Evertsen. Sheila ha desaparecido, no se le ha visto por aquí-dijo él.
-Ni yo tampoco le he visto-contestó ella-. Espera, ¡¿dijiste la capitanía?! Pero si tú eres el líder de los amotinados, tú eres el que tiene que ser el capitán.
-Ella ha desaparecido, Lodewijk está enfermo, Aloin ha muerto y yo moriré, por eso no puedo ser capitán-dijo él con su mejor cara de fastidio.
-¡Pero si no morirás!-gritó ella.
-Escucha-dijo él febrilmente-. Tienes que prometerme que serás una buena capitana-ordenó él.
-No morirás-negó ella.
-¡Promételo!-exigió él y su mirada comenzó a perderse y nublarse-. Promete que no permitirás que el esfuerzo de anoche se pierda.
-No morirás-negó ella.
-¡Prométemelo!-pidió para luego tener un acceso de tos-. Promete que mi muerte no será en vano-rogó con la voz velada por la tos y los ojos muy abiertos.
Luego de eso le vino un nuevo acceso de tos. Y a medida que el pecho subía y bajaba sibilante, la sangre comenzó a emanar de la boca. Rackham y los médicos de a bordo del Evertsen y el Tresaure se acercaron a apartar a Liselot y a atender al muchacho.
Liselot permaneció impávida, en shock, mientras los médicos atendían al muchacho. Se negó a prometer que sería una buena capitana. Hacerlo era confirmar la muerte del muchacho. De un segundo a otro Rackham cerró los ojos de John e hizo la señal de la cruz en el aire.
Liselot meneó la cabeza sin poderlo creer.
-Oremos, caballeros, por esta alma que sea bien recibida en el Paraíso-pidió el pirata.
Entonces Liselot comprendió todo y una punzada de culpa le recorrió todo el cuerpo al no haber dado cumplimiento al último deseo que John había formulado en vida. Se largó a llorar. Se unió al ruedo de hombres que rezaban el Padre Nuestro por la memoria del británico. Y mientras rezaba, hablaba para sus adentros, como si estuviese conversando con John:
-Te lo prometo, John, te lo prometo. Por favor discúlpame, no era mi intención hacerte sentir mal. Te prometo que el motín de anoche y tu muerte no serán en vano-.
Se quebró ante la mención de la muerte. No había nada en el mundo a lo que Liselot Van der Decken le temiese más. Lloró sin poderlo remediar.
-Tú has quedado a cargo, Liselot. Manda y obedeceremos-dijo Rackham.
La muchacha lloraba sin poderse controlar. Había quedado a cargo, lo que tanto había querido, pero el pobre de John lo había perdido a todo. Quiso sentirse feliz de ser la capitana del Evertsen, pero algo en lo más profundo de su interior le impidió poder formular frase alguna.
En vista de eso, Jack tomó la palabra:
-Que alguien vaya a New Providence a buscar al párroco. Busquen sábanas blancas que estén limpias, en su defecto vayan a comprarlas. Arreglen de nuevo la cubierta. Limpien a John y prepárenlo para su funeral-ordenó estoico aún ante la mención de la palabra funeral.
Liselot se quedó clavada ahí como una tonta. Todos comenzaron a moverse y a irse a cumplir con las órdenes dadas por el Calicó. Miró a su derecha y recién ahí notó que Lodewijk estaba en la cama continua a la de John.
El pecho subía y bajaba rítmicamente por debajo de las sábanas. Caminó hasta allí sin saber si sentirse feliz o no. Por un lado Lowie vivía, pero parecía estar tan muerto como John.
Apartó esas ideas de su cabeza. Por supuesto que Lowie viviría. Él al lado de John parecía estar completamente sano y hasta ileso.
Se sentó a la cabecera de la cama y apartó unos cabellos de la cara del joven.
-Tú vivirás, ¿verdad Lowie? Tú no puedes morir. No, no vas a morir-dijo y se quedó en completo silencio acariciando el rostro de su mejor amigo.
Miró hacia todos lados y siguió mirando. Estaba en shock, en medio de un mutismo. Era optimista, sabía que les iría bien en eso. Pero… no quería pensar… no, no podía pensar…
Ivanna bostezó cansada cuando vio que el sol pasaba de ser una enorme moneda roja y anaranjada que tocaba el suelo a una fina lámina que se fusionaba con el terreno árido.
Dejó escapar otro bostezo cuando todo vestigio del astro rey desapareció y las áridas tierras del Sahara obtuvieron un tinte rojizo mezclado con gris, cada vez más acercándose a lo negro.
Sin embargo, pese a su enorme cansancio, la caravana ni siquiera recaló en ello y todos siguieron andando tal cual no hubiese sucedido absolutamente nada.
Los camellos eran animales sumamente resistentes que podían andar varios kilómetros al día y todavía podían andar más. Las gentes de la caravana estaban acostumbradas a cubrir varios kilómetros diarios en sus extenuantes marchas así que no se detendrían hasta que el frío fuese insoportable y encontrasen un terreno para poder montar el campamento, a menos que comenzaran a acechar los animales salvajes.
El aullido de un zorro, lobo o algo parecido la sacó de sus cavilaciones y la dejó helada de miedo. Hombres y mujeres charlaban y llevaban sus armas listas para poderse defender.
Otro aullido sirvió para alarmarla por completo y aterrarla de una punta a otra de su ser. El hombre que llevaba las riendas del dromedario le dirigió una mirada confiada y tranquilizadora, le apoyó la mano izquierda en el hombro derecho como diciéndole “Tranquila, nada te pasará si estoy aquí”.
Siguieron andando. Un poco más lejos les alcanzó el siseo de una serpiente a la que no pudieron ver y el piar de un ave. El líder de la caravana se detuvo en seco. Comenzaba a hacer un frío congelador en el desierto.
Ordenó encender la fogata, que los muchachos encerraran con unas estacas a los animales y que se ordeñase las ovejas y cabras.
Las gentes siguieron las órdenes y armaron sus tiendas. Pronto todos estuvieron alrededor de la fogata bebiendo té caliente y escuchando las historias del poeta y su secretario. Poco después unas mujeres se pusieron a cantar. A medida que la velada seguía algunos se iban retirando a descansar. Sin siquiera proponérselo, Ivanna se quedó dormida y el líder, al verla así, decidió que la llevasen hasta su tienda.
La puerta del comedor del Evertsen se abrió dejando paso a Jack Rackham.
-Milady, ya todo está listo-dijo sonriéndole a la muchacha.
Liselot se puso de pie. Dos hombres levantaron el cadáver de John Morrison, el cual estaba ya debidamente adecentado. Le envolvieron en una sábana blanca, la cual torcieron de tal modo que el rostro del fallecido quedase al descubierto y la tela quedase colgando a sus espaldas como una capucha con la cual le cubrirían al finalizar el funeral.
Cuando estuvo listo, le llevaron en una camilla con ruedas hasta el pasillo. Liselot dio una última caricia a la cabellera de Lowie, quien seguía tan dormido como cuando ella había ingresado en el cuarto y ni se inmutó cuando la joven se puso de pie.
Jack Rackham le ofreció galantemente el brazo y los cinco abandonaron el comedor.
En la cubierta principal del Evertsen la luna comenzaba a fulgurar con sus tonos de plata en lo alto del cielo. Liselot calculó que serían las once de la noche aproximadamente. Afuera esperaba la mayor parte de los piratas del Tresaure y de los amotinados del Evertsen. El mismo párroco que había estado durante el día en el bajel holandés les esperaba junto a una mesa adornada con un mantel blanco y con la imagen de Jesucristo en la Cruz.
La camilla se detuvo al frente del clérigo, dejando al muchacho muerto a su merced. Liselot, Rackham y los dos hombres retrocedieron unos pasos y se persignaron.
El clérigo comenzó la ceremonia con oraciones y cantos. Algunas palabras también y pronto a todo eso sucedieron unos versículos de la Biblia. Cuando estaban por terminar dio la palabra a Liselot para que pudiese despedir a John en nombre de su difunto padre que lo había salvado de la muerte y de los amotinados.
Cuando eso estuvo listo. Se acercó con agua bendita, la cual roció en el rostro del yaciente muchacho. Hizo la señal de la cruz, cubrió el rostro con el resto de la sábana e indicó a los dos hombres que habían empujado la camilla que se acercasen. Ellos obedecieron y levantaron a John Morrison en vilo. Se acercaron a la barandilla y lo arrojaron a las aguas, las cuales chapotearon ruidosamente al impacto.
-¡Vuela alto, John!-se escuchó a Liselot gritar.
Pasaron unos segundos imperceptibles, de aquellos que estorban.
-¡Vuela alto!-secundaron los hombres del Evertsen y del Tresaure.
Todos se agolparon en la barandilla y arrojaron flores al mar, inclusive el párroco, quien fue despedido de la nave tan pronto fue posible devolverlo a tierra firme sin entorpecer el funeral de John.
Cuando Liselot se decidió a retirarse hasta su camarote vio entre la multitud la mirada acusatoria de Sheila. La miró extrañada. Sheila la verdad estaba todavía en la frenética personalidad que adoptaba para cada combate y no le importaba discutir con nadie. Todavía estaba enardecida. Sabía que nada le iba a afectar.
Corrió hasta Liselot y la encaró.
-Si crees que tú eres la indicada para hacerte cargo de la capitanía, estás muy equivocada-le dijo.
-John me dejó a cargo, sé que podré hacer lo mejor por ustedes-indicó con verdadera fe.
Sheila bufó descreída.
-Pues no tienes nada de experiencia, alguien con experiencia es lo que necesitamos para poder salir adelante-le replicó-. Y de los jefes de los amotinados soy la única que tiene esa característica.
Liselot se detuvo dubitativa. Esa era la pura y santa verdad y no la podía negar. Ella quería lo mejor para las gentes del barco, no le importaba si eso significaba dejar su mayor sueño de lado. Entendió que Sheila tenía la razón. Alzó la cabeza sonriente. Era una sonrisa sincera y dulce.
-Entonces lo mejor sería mañana convocar la Asamblea y que ellos elijan a alguien. ¡De seguro serás la capitana! Mañana nos reunimos para organizarla a la hora de almuerzo, nos vemos-se despidió tan campante.
Esa reacción dejó muy plantada y quietecita a Sheila quien rayaba entre los límites de lo descreído al ver que no le rebatía y el hecho de sentirse burlada ante una frase así. Conocía a Liselot, pero esas palabras de parte de una contendora sonaban irremisiblemente a burla.
Rackham pasó por el lado suyo. Era obvio que había escuchado la conversación que ella y Liselot habían mantenido recién. Burlón enarcó una ceja y se tocó el sombrero en señal de respeto. Ella bufó fastidiada, pero ya no quería discutir más, porque empezaba a presentar los primeros síntomas de la jaqueca infernal que le venía tras sostener un alegato con alguien. Sin más se retiró a su camarote.
A eso de las diez de la mañana, Liselot dormía plácidamente hasta que un estruendo resonó a su alrededor y de pronto sintió todo completamente mojado.
Arrugó el rostro y palpó inconscientemente, casi por instinto, la sábana debajera de la cama. La sintió completamente mojada. Sin abrir los ojos aún, se palpó las ropas, las cuales encontró en el mismo estado. Abrió los ojos de golpe.
Frente a sus ojos estaba Naomie de pie, sonriente a más no poder, como un niño que ha hecho una travesura que se había propuesto cometer hace mucho tiempo. Y sostenía un balde de casi cinco litros, el cual ya había vaciado su contenido.
Liselot se sentó en la cama, la cual ya tenía descorridas la sábana encimera y las tapas. Se apartó los cabellos mojados del rostro y largó una risita. La verdad sea dicha, hasta a ella le parecía graciosa la situación y como le encantaba mojarse y todo lo que llevara agua, no se molestó. Eso suplía el enojo que le producía ser sacada abruptamente de sus sueños y más aún saber que no tenía qué ponerse pues ese uniforme era la única ropa que tenía. Le causaba hasta gracia el hecho de tener que andar mojada todo el día dando vueltas por el barco. Un bostezo suyo la trajo a la realidad.
-Naomie, ¿por qué siempre me despiertas así?-preguntó con una pequeña risilla.
-Es que no hay otra forma de despertarte y hacer que conserves tu buen humor-le dijo la mujer sonriente.
En lugar de sentirse molesta por la broma, se largó a reír nuevamente. Cuando estuvo calma otra vez, Naomie se dispuso a hablar.
-Me enteré de que estás dispuesta a dejarle el cargo de capitana a Sheila Zeeman-le dijo con un aire que fue imposible de definir, rayaba casi en lo burlesco, decepcionado y molesto.
-Así es-confesó Liselot sin siquiera inmutarse por el cambio de actitud por parte de su compañera-. La tripulación necesita ser capitaneada por alguien con experiencia y liderazgo, y la única que reúne esas características es Sheila. Estoy segura de que será una excelente capitana y de que todos estaremos bien a cargo de ella-dijo.
-Hablas como si ella fuese la gran solución a todos los problemas del Evertsen-bufó Naomie.
-Y lo es-dijo Liselot completamente convencida.
-¿Y qué queda de ti, Liselot Van der Decken?-preguntó Naomie- ¿Qué queda de tu sueño de convertirte en capitana de un barco alguna vez?
-Bueno, ella es mucho mejor que yo. Además, aquí lo importante es que la gente esté bien. Ya veré cómo me las arreglo para una vez ser capitana de un barco-dijo ella.
Naomie percibió el punto débil de dicha confesión y se dispuso a darle como caja.
-¿Y acaso no te gustaría que ésta fuese aquella vez?-preguntó.
-Me encantaría-confesó sonriente.
-¿Y entonces?-preguntó Naomie.
-No, no, es que esta vez no es posible-dijo Liselot sin perder su sonrisa.
Naomie se sobó la frente, consciente de que esa sería una charla un tanto difícil de mantener. Pronto encontró el argumento perfecto y sin evidenciar que ya tenía una estratagema en mente, se dispuso a ponerlo en marcha.
-Yo creo que tú serías mucho mejor que ella-le confesó.
-Ella lleva casi doce años al servicio de la Marina y fue líder del motín. Yo llevo sólo unos meses-dijo Liselot.
-Sin embargo, gracias a ti pudieron triunfar en el motín. Te lo haré fácil, Liselot, ¿acaso tú crees que ella conoce los secretos del siglo XVIII? Sólo piénsalo, tus conocimientos son muy valiosos-le dijo.
-Podría ser su consejera…-musitó Liselot.
-Pero ella jamás tomaría en consideración tus opiniones al respecto. La conoces, si la obstinación tuviese nombre, sería Sheila Zeeman. Y si no te escucha, no podrías aplicar lo que sabes y todos los planes de sobrevivir aquí, se irían por la borda. La experiencia la hace el tiempo y tú en estos meses ya eres una marinera hecha y derecha. Sólo piénsalo, ¿permitirás que lo que sabes quede en el olvido?-preguntó Naomie.
Liselot bajó la vista, como meditándolo. Aún así, esos motivos que comenzaban a colarse en su consciencia no le parecían del todo convincentes. Cuando iba a levantar la mirada con el fin de replicar algo, descubrió que Naomie se había vuelto polvo en el viento.
Iba a reclinarse en la cama para seguir durmiendo cuando golpearon la puerta. Caminó y la abrió. Del otro lado del dintel apareció Jack Rackham, quien la miró de arriba abajo.
-¡Milady!-exclamó presuroso sin saber él mismo si era un saludo o una interjección que no había podido evitar al verla vestida y completamente mojada. Tardío inclinó la cabeza para disimular su sorpresa.
-Capitán Rackham, ¿qué le trae por acá?-preguntó ella con genuina sorpresa.
-Venía a avisarle, milady, que Lodewijk reclama su presencia en el comedor-adujo el pirata inglés.
Liselot abrió los ojos sin poderlo evitar. Si Lodewijk reclamaba su presencia en el comedor, quería decir que estaba despierto, que había despertado, que estaba vivo, ¡que no había muerto!
Con esos felices descubrimientos salió de su camarote corriendo, empujando al Calicó hacia el costado izquierdo justo a tiempo, casi botándolo. Corrió con una alegre sonrisa en el rostro hasta perderse en el pasillo.
-Milady…-musitó Jack enarcando una ceja y sin reponerse de la sorpresa que le había causado la reacción de la chica.
Cerró por fuera el camarote de Liselot y se dispuso a seguirla o en su defecto a ir hasta el comedor.
Liselot Van der Decken ingresó en el comedor con la velocidad de un aerolito. Corrió hasta una de las camas que estaban al frente de ella desde la cual su amigo la miraba con la extrañeza pintada en el rostro.
-¡Lowie, Lowie, Lowie!-gritó alegremente mientras extendía los brazos preparándose para darle a su amigo un tremendo abrazo del oso.
No bien estuvo arrodillada al lado de la cama de Lowie, lo apresó entre sus brazos estrechándolo con desmedida fuerza.
-¡Auch, Liselot!-se quejó Lowie al sentir cómo los brazos de su mejor amiga apretujaban sus heridas a medio cerrar y las incómodas cicatrices-. ¡Ay, eso duele!-se quejó probando un nuevo nivel de dolor mientras su amiga reía alegremente sin soltarlo-. ¡Liselot, me mojaste!-se quejó al descubrir la pegajosa sensación del agua a medio secar en los brazos desnudos de Liss.
Liselot se separó de él sin poder parar de reír y lo contempló sonriente.
-Liselot, no sé si te habrán enseñado esto, pero la ropa se lava cuando no la llevas puesta-le dijo en tono burlesco, como venganza por sus costados que aún le dolían.
Sin molestarse en lo absoluto, Liselot largó una alegre y sonora carcajada.
-¿Por qué estás así de mojada?-le preguntó palpándole las mangas de la blusa.
-Esta es la manera en la que Naomie suele despertarme-contestó Liselot en medio de carcajadas y con un leve tono sarcástico que no le venía.
Lodewijk bufó fastidiado y descreído. Aquí iba otra vez tratando de hacer que su mejor amiga comprendiese que Naomie no existía. Prefirió focalizarse en aquello que le había hecho llamarla, bueno, además de saber que ella no estaba cortándose las venas porque él aún no despertaba. ¡Ah, sí, ya se acordaba de eso!
-¿Cómo es eso de que piensas dejar a Sheila a cargo de la capitanía del barco?-le reclamó.
-Bueno, ella sería mejor capitana que yo, eso está claro: tiene mucha experiencia-enfatizó en la u de mucho- y fue líder del motín. Igual, yo podría ser su consejera, como sé de piratas podría servir de algo.
-Oye, Liselot, ¿acaso no te das cuenta de que Sheila te está manipulando? ¿No te das cuenta de que sólo quiere poder?-le reclamó Lowie completamente furioso, tanto como del actuar ingenuo de Liselot como del aprovechado accionar de Sheila.
-¡Otro más con la misma cantinela!-bufó Liselot-. Parece que te pusiste de acuerdo con Naomie, ¿sabías que para eso me fue a despertar?-preguntó.
Lowie bufó de nueva cuenta. ¡Otra vez Naomie estaba en el cuento! Por la manera en que la mencionaba Liselot ya comenzaba a él a parecerle real. Se dio una bofetada mental, se suponía que él era el cable a tierra de Liss, que era más cabal y realista que ella.
-Liselot, Naomie no es real-le dijo con suavidad-. Y además, ¿acaso tú no querías ser la capitana del Evertsen? Me lo dijiste un millón de veces y de veras yo creía que con ayuda de gente experta hubieses sido una bastante buena-le dijo Lowie.
-¿De verdad?-preguntó Liselot sorprendida de que alguien le considerara más que una jovencita alegre y con poco tino.
-De verdad-confirmó él, sonriéndole afablemente.
-No lo sé, la decisión ya está tomada-dijo ella.
-Mira, Liss, hagamos algo. Sheila me dijo que pensaban hacer una Asamblea hoy en la tarde para resolver la nueva organización del barco-Liselot asintió-; pues bien, que ellos voten entre ustedes dos cuál prefieren que sea la capitana y la que quede en segundo puesto que sea la consejera y contramaestre y asunto resuelto-concluyó Lowie.
-De seguro que votarán por ella-dijo Liselot.
-No lo creas, Liss: tú fuiste quien nos llevó a ganar el motín. Si no hubieses ido a parlamentar con los piratas del Tresaure, Sheefnek todavía estaría aquí. Tú eres la que conoce los secretos para poder salir con vida de aquí, no ella-opinó Lowie.
-¡Gracias, Lowie!-exclamó Liselot abrazando de nueva cuenta a Lowie.
Lowie sintió miles de punzadas de dolor en todo su cuerpo y una mueca dolorosa se perfiló en su rostro.
-¡Así no, Liss, que duele!-se quejó.
Y Liss se apartó de él riendo y con una sonrisa agradecida en el rostro, la cual se le contagió pronto a él.
El resto de la mañana pasó rápidamente entre risas y anécdotas graciosas para Lowie y Liselot. La muchacha felizmente no tuvo que darle la noticia acerca de la muerte de John, ya que Sheila Zeeman con su poco tacto se la había soltado de golpe y el joven sólo había podido aceptarla. Es imposible decir que le sentó de maravillas: al fin y al cabo habían sangrado hombro a hombro junto a John; pero pudo enfrentarla mejor que el deceso de Aloin.
-Milady, ¡aquí le encuentro!-exclamó Jack Rackham entrando en la improvisada enfermería.
-¡Capitán Rackham!-le saludó Liss.
-El almuerzo para aquellos que se puedan tener en dos pies lo servirán en el otro comedor-indicó él-. En menos de cinco minutos estará listo.
-¡Gracias, capitán!-exclamó ella.
Haciendo una venia a la dama y a su amigo, Rackham volvió a abandonar el comedor.
No transcurrieron ni dos minutos cuando sintieron una fina voz femenina.
-¡Liselot, aquí te encuentro!-dijo.
Lowie y Liss voltearon hacia la voz y vieron caminar hacia ellos a Sheila, quien recién ingresaba en la “enfermería”.
Lodewijk, muchísimo más calculador y observador que Liselot, estudió a Sheila de pies a cabeza. La verdad se le veía muchísimo más sutil que lo que había estado el día anterior con la cadete Van der Decken y lo que había estado esa mañana con el cadete Sheefnek.
Lucía dulce, casi rayando en lo maternal y sutil. Podría decirse que estaba hasta arrepentida y frágil. Aún así, su bipolar carácter no convencía a Lowie ni en lo más mínimo, al menos no en esta situación.
-¿Vamos a almorzar, Liss?-preguntó Sheila de una manera que convenció a su interlocutora- Recuerda que quedamos de planificar la Asamblea ahora.
-Las acompaño-intervino Lowie levantándose penosamente de la cama.
-¿Puedes venir?-preguntaron ambas al unísono.
-Por supuesto-dijo él irguiéndose lo más dignamente que pudo.
Así las cosas, los tres marcharon juntos al comedor. Honestamente a Sheila no le molestaba la presencia del muchacho, no le importaba lo que él tuviese que decir acerca de sus planes para la Asamblea.
Ni Liselot ni ella podían adivinar que él intentaría torcer el rumbo de la Asamblea de esa noche: Sheila no tenía idea, porque ni sabía que él y Liselot habían armado un nuevo plan; Liselot no sabía, porque para ella simplemente su irascible amigo ya estaba muy molesto de permanecer en cama y quería acompañarles a comer, lo cual era algo muy positivo para ella.
Caminaron hasta la puerta y si Lodewijk no hubiese sido tan orgulloso hubiese pedido de buena gana a Liss que lo llevase a la rastra. Luego caminaron hasta el otro comedor justo cuando comenzaban a correr la ventanita que comunicaba con la cocina y la fila se comenzaba a armar.
Sheila se quedó marcando el puesto, mientras que Liselot acompañaba a Lowie a guardarles puesto y él se quejaba de que podía hacer la fila junto a ellas. Entre las dos recogieron todos los platos para los tres y fueron a sentarse junto a Lowie. Entonces el muchacho desató su filosa lengua y a Sheila Zeeman no le quedó sino aceptar la idea de que ella no sería capitana del Evertsen de buenas a primeras, sino que habría una votación.
Cuando varios estuvieron congregados comiendo, ellos tres ya habían fijado todos los detalles de lo que sería la Asamblea, la cual para mantener la objetividad e imparcialidad sería presidida por Lodewijk Sheefnek. Entonces fijaron el lugar y la hora.
Lodewijk, se dejó ayudar a regañadientes por Liselot y Sheila para subirse a una silla. Cuando estuvo seguro y firme arriba llamó la atención de todos y dio el anuncio de que ese día a las cinco y media de la tarde, la hora de descanso de la mayoría de la tripulación, se reunirían en el mismo comedor y tendrían una Asamblea.
Jack Rackham se ofreció a custodiar el navío desde el Tresaure mientras daban la Asamblea, así todos podrían asistir. En vista y considerando toda la confianza y ayuda que les había brindado el capitán británico, Liselot, Sheila y Lodewijk optaron por tomar la opción.
Terminó el almuerzo, prosiguió la tarde, se arreglaron mesas y sillas, siguió andando la tarde hasta que llegó las cinco y media de la tarde.
Uno a uno los miembros de la tripulación comenzaron a entrar en el segundo comedor del Evertsen y a ubicarse en sillas al frente de una mesa larga, detrás de la cual había tres puestos ya predispuestos para Liselot Van der Decken, Sheila Zeeman y Lodewijk Sheefnek.
Cuando ya estuvieron todos reunidos, Lodewijk se puso de pie.
-¡Silencio, hagan silencio!-gritó a todo lo que le dieron sus lacerados pulmones.
Se encogió ante el dolor, pero se obligó a mantener estoico. Al menos sus esfuerzos rindieron resultados, porque los cuchicheos entre los miembros de la tripulación cesaron y todos voltearon al frente, como escolares ante los retos de un profesor, para escuchar lo que tenían que decir.
-Han sido convocados aquí, porque es preciso resolver quién tendrá la capitanía del barco y la organización que habrá dentro de la tripulación. Ustedes mismos eligieron cinco representantes o líderes, de los cuales sólo dos están en condiciones de tomar dicho cargo. John Morrison, nuestro representante máximo, falleció el día de ayer por complicaciones con sus heridas del día anterior. Aloin Zwaan murió en combate en pleno motín. Y yo mismo todavía me encuentro convaleciente y considero que sería mejor como consejero o contramaestre que como capitán-expuso el muchacho.
Un ruido sordo de cuchicheos comenzó a formarse entre los sobrevivientes de los amotinados del Evertsen.
-¡Silencio!-gritó Lowie-. Por ende, de los cinco, sólo Sheila Zeeman y Liselot Van der Decken están en condiciones de enfrentarse a dicha responsabilidad con éxito. La primera, es decir, Sheila, porque cuenta con una vasta experiencia a servicio de la Marina Holandesa y Liselot por sus conocimientos del siglo XVIII y la piratería de esta época, lo cual nos sería muy útil si consideramos el aspecto de la supervivencia. Además, ambas salieron prácticamente ilesas del motín y tienen capacidad de liderazgo. Sin embargo, si alguien tiene otro candidato sería bueno que lo hiciera saber ahora.
No se sintió ni el vuelo de una mosca.
-¿Alguien tiene otro candidato?-preguntó explícitamente- A la cuenta de uno… dos… tres… ¿Nadie?-preguntó.
Todos menearon la cabeza en signo de negativa.
-Muy bien, entonces ¿podemos iniciar la votación? ¿Alguien se opone?-preguntó.
Todos volvieron a menear la cabeza.
-Muy bien, partiremos por acá-señaló la fila que estaba en el extremo derecho, específicamente al tripulante que estaba adelante.
-Liselot-dijo él.
Marcaron un voto para Liselot en la pizarra. Y Lodewijk señaló ahora a una mujer que estaba detrás del tripulante.
-Liselot-dijo ella.
Otro voto, ahora señaló a un hombre.
-Sheila-dijo él.
Se marcó un voto para Sheila y así prosiguieron las votaciones por largo rato hasta que se concluyó sin que ninguno de los tres votase, tal como se había estipulado.
Lodewijk pidió que cada uno llevase su cuenta de los votos mientras él iba contándolos.
-Por treinta y dos votos sobre dieciocho, Liselot Van der Decken queda nombrada como capitana del HNLMS Evertsen, Sheila Zeeman queda nombrada consejera y yo como Contramaestre, ¿alguien se opone?-planteó.
Esperó el tiempo razonable para que sonaran las primeras protestas.
-¿Nadie? Muy bien-dijo para ser interrumpido por la mismísima Sheila.
-Felicitaciones, Liselot, pero necesitamos una prueba de que vayas a ser una buena capitana-dijo Sheila consiguiendo intimidar a la muchacha.
-¿Qué tipo de prueba sería?-intervino Lodewijk.
-Una prueba que nos corrobore que trabajará para que podamos volver al siglo XXI, no creo que haya una sola alma aquí que quiera permanecer de por vida en este desdichado lugar y en esta condenada época-dijo la mujer.
Lowie iba a intervenir cuando Liss se decidió a hablar.
-Mañana mismo partiré a New Providence con un grupo de cinco compañeros a visitar la casa de alguna bruja o tarotista o lo que sea. El Caribe se caracteriza por ser un lugar lleno de misterios mágicos y los piratas por ser supersticiosos y creer en esas cosas. New Providence reúne ambas características-dijo-. Además yo conozco alguien que nos podría ayudar si se lo propusiera-dijo pensando en Naomie sin pronunciar ese vedado nombre.
Sheila bufó derrotada y descreída. Lodewijk previendo que la situación no conducía a nada se puso de pie y dijo:
-¿Alguien se opone?-preguntó.
-¡No!-gritó la tripulación.
-Capitana Van der Decken, escoja los compañeros que irán con usted mañana-dijo volviéndose a Liselot y haciendo una venia.
La joven, entusiasmada con su nuevo cargo se puso de pie y señaló con el dedo a cinco personas, tres hombres y dos mujeres para que fuera un número parejo.
Ninguno de los cinco elegidos se opuso al designio y tras dos horas de extenuante cháchara se dio por fin por levantada la Asamblea.
Sheila no quedó conforme completamente con los nombramientos, pero comprendió que tenía que fingir que todo iba bien. Por lo menos, no la había dejado fuera del todo.
Se sintió feliz de tener una memoria privilegiada y recordar quienes eran los dieciocho que se habían puesto de su lado.
Sin más, se sirvió la cena en el Evertsen y la flamante capitana indicó los turnos de la noche y cómo los organizarían. Una vez que comenzaron fue al Tresaure a agradecer la buena voluntad del Capitán Rackham.
La mañana del día siguiente llegó rápido. Los compañeros que habían sido designados por Liselot para acompañarle a tierra se habían organizado con su capitana la noche anterior y se levantaron un poco temprano para cumplir su cometido.
Liselot, como era de esperarse en ella se quedó dormida y despertó cuando faltaban apenas tres minutos para tener que reunirse en la cubierta principal con sus tripulantes. Se levantó en un arranque de urgimiento, se adecentó un poco las ropas, cogió su celular que había estado vibrando desde hacía media hora por la alarma y dejó su cama sin hacer.
No se preocupó ni en cerrar la puerta. Salió corriendo, cerciorándose de llevar sus armas y sus municiones. Corrió por los pasillos enmarañados del navío y para el dolor de su corazón no pudo pasar a desayunar al comedor que ya comenzaba a llenarse de un delicioso aroma a tostadas y café.
Siguió corriendo, arroyando a algunos de sus tripulantes y algunos de los piratas del Tresaure que iban y venían.
Sin embargo, ahí estuvo, puntual a las nueve y media de la mañana en la cubierta principal reuniéndose ante el círculo de cinco amotinados. Se detuvo en seco, con una mano en el vacilante pecho, respirando agitadamente y con lo que se dice la lengua afuera.
Sus cinco tripulantes apenas pudieron contener la risilla que les vino al ver a su díscola capitana en dichas condiciones. Para no perder más tiempo, Liselot pidió un bote salvavidas y una vez que estuvo desenganchado pudieron abordarlo e ir hasta New Providence.
El viaje hasta el muelle de la mencionada isla duró casi tres cuartos de hora que pasaron inadvertidos para nuestros protagonistas que charlaban alegremente y sin parar.
-¿Crees que los hombres de Sheefnek hayan buscado refugio en New Providence?-le preguntó uno de los varones a Liselot.
Liss no se molestó siquiera en contestarle. Enfrascada en mirar el sol del Caribe que caía como plomo en las aguas turquesas que ondeantes hacían subir y bajar el bote, ni le escuchó.
-Capitana…-dijo el mismo hombre tratando de llamar la atención de Liselot.
De nuevo no obtuvo más respuesta que es silencio. Liselot observaba embelesada y absorta cómo las aguas turquesa se unían a la playa de blancas arenas.
-Hora de desembarcar-dijo cuando el botecito chocó suavemente contra la arena.
Fue la primera en tocar tierra firme ante las miradas extrañadas de sus tripulantes que se preguntaban por qué no le había contestado a uno de ellos, es más, por qué parecía no haberle oído. Al parecer algo fallaba en la mente de la capitana Van der Decken.
Ellos no le hicieron ascos a la idea de bajar a tierra firme y descendieron ordenadamente. Amarraron el bote salvavidas a una estaca que se encontraba clavada en la arena.
Liselot contempló absorta el paisaje. Era una isla honestamente paradisiaca. El muelle de New Providence era precioso. Se componía de aproximadamente veinte ramplas que estaban unos metros internadas en el mar, sostenidas de pilotes redondos y firmes de madera.
En algunas de esas ramplas había barcos amarrados cuyas cubiertas bullían de energía, vida y trabajo. También había alrededor estacas en las cuales se encontraban amarrados esquifes.
El encargado de uno de los tantos puertos de la isla de New Providence se acercó junto al escriba a Liselot y sus acompañantes. Se detuvo en seco al ver las ropas de los recién llegados y la composición de la nave en la que venían.
Con un hálito de desconfianza se plantó frente a ellos. Liselot, conocedora de lo que tenía que decir, se desató la lengua.
-Capitana Liselot Van der Decken y compañía-se presentó.
-¿Procedencia?-preguntó el encargado.
-Holanda-dijo Liselot y por una sabia razón de guardo lo de “el siglo XXI”.
-Y dígame, capitana Van der Decken, ¿y este es su navío y esta su tripulación?-preguntó el hombre con un mohín burlón más por curiosidad que por cualquier otra cosa.
-Oh, no, por supuesto que no. Mi barco y mi tripulación están en la rada-explicó ella.
-¿Propósito de su visita, capitana Van der Decken?-preguntó.
-¿Cuánto debemos pagarle?-preguntó ella.
-Cinco chelines-contestó él.
-Le damos diez y nuestro propósito puede irse al diablo-contestó ella mostrándole el dinero contante y sonante.
El hombre, pirata al fin y al cabo, no pudo sino tentarse con la oferta y mandó al diablo al control rutinario. Recibió el dinero, les inventó algo en la planilla y los invitó amablemente a adentrarse en las intrincadas callejuelas de la isla.
Cuando ya se hubieron alejado lo suficiente del hombre y su escriba, el tripulante del Evertsen que había hablado hace un rato volvió a tomar la palabra con esperanzas de que esta vez su capitana le pusiese aunque fuera un mínimo de atención.
-Capitana, ¿cree que los hombres de Sheefnek hayan buscado refugio en New Providence?-preguntó.
-No… New Providence es nido de piratas y Sheefnek les llenó la cabeza diciéndoles que era malo aliarse con piratas y bla, bla, bla-contestó ella.
Esa respuesta no conformó a su tripulante, quien pensaba que por muy un mal tugurio que fuese New Providence era un buen refugio. Además, ellos ya no tenían a Sheefnek cargoseándoles con que no podían aliarse a piratas, eran libres de buscar refugio donde se les antojase, donde les quedase más cerca y al alcance de la mano, lo cual se traducía en hacer el corto camino hasta la isla que era el trozo de tierra más cercano a kilómetros a la redonda.
Aún así se guardó toda su opinión y se preocupó de cuidarse de las balas locas que volaban a la orden del día.
Las callejuelas eran o de tierra o de piedra bolón. Las carretas iban y venían cargadas de frutas, armas, verduras, ropa, minerales y cuanta cosa a uno se le podía pasar por la cabeza.
En las veredas de piedra, bajo sendos toldos de colores gastados por el sol se agolpaba la gente con varios cajones de frutas y verduras haciendo negocios con sus clientes regateros.
La gente iba y venía por las calles y las veredas. Las casas eran de madera y cada una tenía un letrero de algún negocio. Esta decía barbería, esa taberna y aquella sastrería.
Un par de cuadras más hacia el norte, es decir hacia el centro de la isla, se ubicaba la plaza y alrededor de esta estaba la gobernación, la Iglesia y los negocios principales.
Tomando el sol de la mañana, que no por eso era más débil, algunos piratas con mala facha jugaban sobre una mesa a las cartas y proponían sendas apuestas.
Algunas mujeres de mala muerte les servían vino, ron o algún otro licor que fuese de su agrado, se sentaban en sus piernas y se ponían melosas.
Alguno que otro se molestaba por el resultado del juego, tiraba lejos la mesa, cogía las apuestas y salía disparado, desatando una riña.
-Es increíble, no son ni más de las diez y tanto de la mañana y ya hay riñas por todos lados. Ni Eyl era así-dijo una mujer arrugando el rostro disgustada.
Pronto el hombre descontento era reducido por sus pares, se devolvía el dinero mal habido y todo quedaba olvidado. Nadie llegaba a matar a nadie, recién era de día, todavía no era sino un ensayo general de lo que vendría a la noche. Además había niños y mujeres por todos lados.
Liselot se guardó su comentario de que eso era parte del encanto de la piratería y de los puertos que la apoyaban abiertamente.
Guió a sus tripulantes por las bulliciosas e intrincadas calles. Pronto se dio cuenta de que ellos eran la comidilla de las mujeres chismosas y de los filibusteros de mar, quienes les miraban, cuchicheaban entre sí y hacían como si no les hubiesen visto.
Quebraron hacia el oeste dos cuadras antes de llegar a la plaza. Anduvieron en dicha dirección unas cinco cuadras y siguieron andando hasta que salieron de la ciudad y se adentraron en un bosque tropical.
Adentro todo era verdor. Había posas por doquier tras la reciente lluvia que había mojado la isla. Las lianas colgaban y el techo verde se volvía aplastante. Aligeraron blusas y ropas, sin embargo estaban que morían de calor.
Los guacamayos y distintas aves volaban de aquí para allá con su alegre canto. Las telas enredadas en las plantas sostenían en sus enmarañados hilos enormes arañas.
Las plantas venenosas y sus exuberantes flores flanqueaban los caminos que se formaban improvisados entre palmeras y toda clase de árboles tropicales.
Enormes hormigas llevaban de aquí para allá hojas de árboles en su cotidiano trajín.
No se dieron cuenta de cuando el bosque tomó un aire siniestro, pero evidentemente notaron en un momento que todo se oscurecía un poco y ya parecía demasiado solitario e intimidante.
Liselot les guiaba sin vacilar, sin sentir miedo. Conocía ese bosque tropical como la palma de su mano sin haberlo visitado jamás. Entre los vacíos senderos que se formaban entre un árbol y otro les hacía andar.
Caminaron un kilómetro derecho, de repente doblaron hacia el noreste y anduvieron en diagonal al camino antes trazado por dos kilómetros. Liselot arrugaba el rostro en cada rato en una evidente señal de que no conseguía encontrar aquello que tanto andaba buscando. De repente aguzó el oído derecho de una forma un tanto graciosa.
La compañía de seis miembros se detuvo en seco sin entender por qué. De pronto hasta ellos llegó el suave sonido de agua corriendo y chocando contra algo, lo más lógico era pensar que había piedras en su camino.
Guiándose por el sonido del agua, Liselot viró hacia su derecha, hacia el este, ligeramente un poco hacia el sur. Abriéndose paso con cuchillos y machetes rompieron algunas lianas y sujetándose cuidadosamente de otras avanzaron en dicha dirección.
En ese camino anduvieron aproximadamente unos seiscientos metros. De pronto se toparon con un delgado reguerito cristalino que corría vertiginosamente por los desniveles de la piedra que le armaba su caudal. Alrededor todo era musgo y maleza.
Haciendo la clásica figura de la rosa de los vientos con sus brazos, Liselot consiguió orientarse. Esbozó una sonrisa triunfal y siguió la línea que trazaba el canal hasta perderse en la espesura, sin cruzar aún hasta la otra orilla.
Se internaron aún más en dirección al norte y el este, siguiendo fielmente el cauce del agua. Liselot pensó que ahora tendría otra cosa más que agradecer a Jack Rackham, si la noche anterior no le hubiese visitado y no le hubiese planteado su dilema, estaría a esas horas completamente perdida.
Su estómago comenzó a rugir, indicándole que ya habían pasado del mediodía. A eso se sumaba que ni había desayunado. Sacó su celular de uno de los miles de bolsillos que tenía su pantalón y, además de corroborar que estaba técnicamente sin batería, supo que eran las dos de la tarde. Presintiendo que quedaba poco para llegar a destino planteó hacer un alto.
-Lo mejor será que paremos-dijo deteniéndose abruptamente y volviéndose a sus tripulantes.
Sus hombres también tenían hambre así que no hicieron ningún asco a la idea de detenerse.
-Almorcemos-dijo ella, sentándose en el suelo.
Ellos sacaron de sus mochilas algunos víveres que habían traído consigo y recién en ese momento se percató de que no había traído su mochila.
-¿Me das?-le preguntó al hombre preguntón de hace un rato.
Él la quedó mirando con una expresión consternada y confundida. ¡Esa era su comida, ella tenía la suya!
-Es que… olvidé mi mochila…-se excusó ella con un poquito de vergüenza.
Él abrió los ojos como charolas. ¡Joder! ¡¿Qué clase de capitana era ella?! Bueno, no era momento para expresar su controversial opinión, dividió su ración en dos y le entregó una de las mitades.
-Gracias-dijo ella con una enorme sonrisa y comenzando a paladear su comida como el mejor de los manjares de dioses del mundo.
A eso de las dos y media guardaron todas sus pertenencias y se levantaron del suelo para seguir con su camino. Siguieron el cauce del hilo de agua hasta que llegaron a un claro.
No había árboles ni detrás ni a un lado ni al otro. De la otra orilla tampoco había árboles en un buen trecho. La luz solar caía a plomo sobre ese vacío, cegándolos y quemándoles la piel. El cielo azul se perfilaba limpio, sin ninguna nube sobre ellos.
Cruzaron el reguero afirmándose los unos en los otros y Liselot se mojó completa, porque refaló en una piedra y cayó al agua.
Sus hombres la levantaron preguntándose qué clase de capitana tenían y llegaron a la otra orilla. Del otro lado, al final del claro se perfilaba una loma cubierta por pastos amarillentos y medio muertos. Estaba truncada de frente a ellos y estaba abierta en una suerte de túnel de roca viva. Era muy estrecho y bajo, como de un metro cincuenta de alto.
Era siniestro. A su alrededor había osamentas de gente y animales, ropas medio raídas por el tiempo. Unas telarañas colgaban alocadamente de un extremo al otro. Los seis se adentraron pensando que era un lugar casi como los de las películas de terror. Cuando estuvieron dentro notaron que todo rastro de luz había desaparecido terminantemente.
Caminaron un largo trecho de un camino flanqueados por las cuatro puntas de roca oscura dentro de la negrura. Y a medida que avanzaban el lugar les parecía más siniestro. Anduvieron así unos dos o tres minutos hasta que chocaron contra una puerta de madera desvencijada que les cortaba el túnel que había dado como mil vueltas.
Mordiéndose los labios, Liselot golpeó la puerta. Sus tripulantes se miraron entre ellos: esa acción revelaba la locura de su capitana, ¡vaya estupidez creer que alguien vivía en tan siniestro lugar! Pero algo los dejó más anonadados que lo anterior: desde el otro lado del madero se sintió un ruido de cosas cayendo, pasos y alguien mascullando un par de malas palabras con furia.
La puerta se abrió de golpe y del otro lado del dintel apareció una extraña anciana. Era alta y delgada, de tez mate surcada por múltiples arrugas, su cabellera otrora negra caía nívea sobre los hombros y tenía una profunda mirada avellana. Su avanzada edad no restaba puntos a su belleza, la cual se había acentuado más en su juventud, aún así parecía desgastada y muy cansada.
Una túnica blanca se abrochaba en su hombro izquierdo con una exquisita pinza de oro. Las sandalias de cuero que llevaba puestas tenían hermosas aplicaciones de pedrería. A sus brazos y dedos no les faltaba ni el oro ni la plata. Pese a su exótica vestimenta, emanaba de ella un gran respeto e inteligencia, quizá un poco de picardía se podía ver en su sabio mirar.
Liselot sonrió sorprendida. Sabía que en el mítico mar Caribe y sus islas se alojaban centenares de hechiceras, brujas y demás, muchas aplicando las extrañas artes del vudú. New Providence no era la excepción, lo sabía de cierto. Conocía miles de historias de la época que se narraban sobre brujas que habitaban en el bosque de la isla, todas ciertas y basadas en crónicas de renombrados viajeros. Jack Rackham era uno de ellos y le había dicho cómo llegar a ese extraño lugar.
Sin embargo su sonrisa entre que sorprendida y complacida delataba que jamás en su vida había imaginado encontrarse con tan peculiar personaje. La persona más extraña que conocía era Naomie. Su mente voló rauda hasta Naomie. Sí, ahora que lo pensaba bien, aquella mujer que tenía en frente tenía un inconfundible aire a Naomie.
-¿Qué quieren?-preguntó la mujer con voz áspera y segura, casi con rabia.
Sabía de cierto lo que estaban buscando. Lo sabía desde el día anterior, pero se veía obligada a interpretar tremendo papelón para dejar feliz al público. Sabía de cierto que no les daría en el gusto.
-¿Naomie, es usted?-preguntó Liselot suavemente, casi con timidez.
¡Naomie! ¡Verdad que ella también se llamaba Naomie! Tantas coincidencias… pero era imposible que esta Naomie fuese la misma que ella conocía. La otra era sólo una extraña mujer que se le aparecía de tarde en tarde y desaparecía de forma tan inusitada como había llegado. Ahora que lo pensaba bien, tampoco sabía por qué se le aparecía. Sacudió la cabeza para apartar aquellas ideas de su mente. La otra Naomie era joven, esta era terriblemente vieja. No, no era la misma.
-Sí, ¿qué buscan?-preguntó con la misma voz áspera e impaciente que antes.
-Verá, tenemos un tremendo problema y sabemos que sólo usted es capaz de ayudarnos. Venimos de parte de Jack Rackham-indicó Liselot.
-¡Ah, Rackham!-el rostro de la mujer se iluminó, esbozó una sonrisa sarcástica y su carácter se volvió sorprendente y considerablemente más amable- ¡Pasen! ¡Pasen!-les hizo un gesto con la mano y se hizo a un lado para permitirles el paso.
Los tripulantes del Evertsen intercambiaron miradas confundidas y se aprestaron a seguir a Liselot quien ya estaba dentro de la extraña vivienda.
Del otro lado de la puerta, el túnel se ensanchaba hasta ser una suerte de bóveda con tantas divisiones de piedra como una casa común y corriente. La parte más grande de dicha bóveda era utilizada por Naomie como sala y estudio para practicar sus negras artes. Una cortina de conchitas separaba ese ambiente de un túnel que permanecía en la penumbra. Otro umbral perfilaba otro ambiente igual de oscuro.
La mujer cerró la puerta tras el paso del último y les indicó con un elegante gesto de la mano que se sentasen en unos desvencijados sofás alrededor de una mesa de madera adornada solamente con un enorme reloj de arena al centro que regalaba una extraña luz. Su parte superior estaba casi vacía por completo a excepción de unos pequeños granos.
Ellos obedecieron al gesto mientras ella iba hacia otro ambiente. Del techo pendía una enorme araña barroca que regalaba una gastada luz a falta de velas prendidas. Ellos se sentaron tiesamente, como temiendo que si recargaban demasiado la espalda les caería un conjuro. No hablaron, ninguna palabra se dijo en esos segundos que parecían estorbar. Un ruido de cristales y demás cosas entrechocándose se sintió venir desde el otro lado y la anciana apareció entre una confusión de botellas de ron. Caminó hasta ellos y a cada uno le depositó una botella en el regazo, reservándose un recipiente para sí.
Se miraron los unos a los otros con una cara de confusión aún mayor, ni locos iban a beber de esas botellas con el antecedente que tenían de la mujer. La anciana se sentó en una silla frente a ellos y se echó un trago de la fuerte bebida entre pecho y espalda. Cuando consideró que estaba lista para iniciar la plática, hizo un gesto con la mano y habló.
-Y bien, querida, dime, ¿cuál es tu problema?-preguntó mirando directamente a Liselot para luego volver a pegar los labios al gollete de la botella.
-Pues, Naomie, nosotros venimos de tres siglos en el futuro-le soltó sin conocer ninguna forma más sutil de narrar su problema.
Los tripulantes del Evertsen que la acompañaban se dieron una palmada en la frente o rodaron los ojos ante la poca inteligencia de la chica que supuestamente tenía que guiarlos. Naomie se tiró a atragantar con el líquido, enarcó la ceja izquierda y abrió los ojos en señal de sorpresa.
-¡Vaya! Interesante historia-dijo e hizo un gesto con la diestra para que siguieran narrándole la situación-. Cuéntame todo, prometo no interrumpir hasta que estés lista.
Entonces, Liselot procedió a narrar toda la historia. El ascenso de su padre, lo cual le inundó los ojos de lágrimas, pero no lloró; su conversación con la otra Naomie, a lo cual su interlocutora enarcó ligeramente una ceja, pero se guardó toda observación; su flamante idea de obedecer a lo dicho por la otra Naomie en lo que respectaba a accionar los botones de los escudos anti torpedos que no habían sido probados aún.
Luego narró el estruendo que ella y Lowie sintieron en la cabina de mando, el extraño encuentro con Jack Rackham en la cubierta del Evertsen cuando el Tresaure y L’Olonais batallaban, encuentro mediante el cual conocieron la extraña situación en que se encontraban.
En ningún momento omitió las conversaciones con la otra Naomie y las cosas que le instó a hacer, junto a los resultados de dichas acciones. Tampoco omitió lo sucedido tras la muerte de su padre, eso incluía la tiranía de Sheefnek y el motín.
-Como verás-dijo acostumbrándose a tratar confianzudamente a Naomie-, lo que más queremos es volver al siglo XXI, con nuestras familias. Queremos volver a casa y sabemos que tú eres la única que puede ayudarnos. Puedes oficiar algún conjuro que nos transporte en el tiempo. ¡Descuida! Te pagaremos lo que sea con tal de poder regresar-dijo Liselot cerrando su confesión.
La anciana de inmediato se envaró y saltó de su silla como si esta hubiese comenzado de pronto a arder en llamas.
-¡No!-gritó sorprendiendo a sus interlocutores, quienes comenzaron a analizar la posibilidad de que la mujer no estuviese en completo uso de sus facultades.
Ella miró consternada el pequeño desastre que había causado y se obligó por mero asunto de orgullo el resto de la reacción. Se compuso las ropas, recobró su semblante cuerdo y serio y habló con un tono de voz firme y a su vez amable, que intentaba inspirar sinceridad.
-No, eso es imposible. Ustedes no es que no puedan volver, es que no deben volver-dijo ante las miradas confundidas que le dedicaron los acompañantes de Liselot y se volvió a la muchacha-. Por algo la otra Naomie te instó a hacer tantas cosas y por eso hay alguna fuerza superior que les transportó hasta aquí. No pueden volver: ya están aquí y deben cumplir su misión.
El rostro de Liselot se alumbró por el entusiasmo.
-Entonces, ¿si cumplimos nuestra misión podremos volver?-preguntó Liselot. Su interlocutora iba a darle una nueva respuesta cuando ella formuló otra pregunta- ¿Cuál es nuestra misión?
-No puedo saberlo. La otra Naomie tampoco lo sabe-le cortó toda ilusión-. Sólo ese poder superior lo sabe-se volvió a Liss-, ella sólo se ha comunicado contigo, por eso se ha comunicado contigo-le dijo.
-¿Eso quiere decir que no podremos volver?-preguntó Liselot sin saber si sentía emoción o consternación.
-Exacto-contestó la mujer.
Todos se miraron con un dejo de incredibilidad y consternación.
-¿Si la dejamos aquí a ella podremos irnos nosotros?-preguntó uno de los más cobardes de sus acompañantes.
Los otros cuatro comenzaron a considerar la idea, mientras que Liselot lo miraba con una cara que quería decir “Gracias, yo también te quiero, amigo”.
-Oh, no. Por supuesto que no. Ustedes también son necesarios en ese plan-contestó Naomie cortándoles todo dejo de esperanza de poder volver.
-Pero, ¿puedes ayudarnos?-preguntó Liselot de nueva cuenta.
-Puedo, sí; pero no debo-contestó la mujer y previendo que ese diálogo no les conducía a nada se puso de pie-. Bien, si no hay nada más que hablar, retírense-solicitó.
-Pero, por favor…-rogó Liselot y fue cortada de cuajo.
-¡He dicho que no haré nada porque ustedes regresen al siglo XXI! ¡Han sido traídos hasta aquí porque tienen una misión que cumplir! ¡Una misión que les ha dado un poder superior a mí! Podría hacerles volver, pero no me interpondré entre ese poder y ustedes, ni por todo el dinero del mundo lo haré. ¡Así que váyanse! ¡En cinco minutos los quiero fuera de mis dominios!-gritó en un arranco de furia, extendiendo los brazos.
Un viento muy fuerte comenzó a remolinearse y a azotar de aquí para allá en ese espacio cerrado. Se sintió el rugir del mar que nunca habían sentido estando tan internos en la isla. La sala se oscureció de pronto, siendo el reloj de arena lo único que brillaba.
La anciana se volvió gigante de pronto, tomando unas dimensiones enormes e imponentes. Su mirada fiera llegaba a ser aterrante y de su cuerpo emanaba una fuerte sensación de poder.
-Váyanse-les dijo con una voz fuerte que les inspiraba aún más respeto.
Sin iluminar apenas la sala les indicó que debían irse. Ellos se pararon uno a uno creyendo que de pronto habían perdido la razón. Dejaron las botellas sin tocar siquiera en la mesa en la cual estaba el reloj de arena y se apresuraron a retirarse de la vista de la extraña anciana.
Caminaron a paso rápido a través de las mil y una vueltas que tenía el pasillo. Todavía eran escépticos a la idea de que algo fuese a suceder si no salían de la cueva, pero no convenía cargarse el odio de semejante mujer.
Cuando salieron ya caía la tarde. Liselot miró su celular, el cual milagrosamente seguía con batería. Eran las cinco y media de la tarde.
El viaje de regreso fue más penoso que el anterior. Se orientaron por la posición del sol y decidieron seguir el reguero hasta que desembocase en la costa ya de regreso al muelle.
Esas fueron las únicas palabras que cruzaron en todo el trayecto en el que pasaron por todos los colores del atardecer. Primero la claridad, luego los tonos dorados de la tarde, después esos mismos tonos áureos tatuados con las negras sombras del contraste de los cuerpos, finalmente la oscuridad. La aterradora y ciega oscuridad. Llegaron al muelle cuando ya era de noche y subieron nuevamente al Evertsen cuando eran más de las once de la noche.
Medio rengueando y medio caminando Lowie se acercó lo más rápido que pudo a la borda cuando vio el bote acercarse. Y cuando Liselot hubo puesto pies en polvorosa se negó a soltarla.
-Liss-susurró-. Me tenías preocupado-confesó en medio de un suave regaño.
Y cuando se dignó a soltarla se les acercó uno de los hombres del Evertsen.
-Capitana, si no llegaban ya partíamos a buscarles a la isla-confesó.
Liselot le sonrió agradecida y ya iba a abrazarle cuando una voz femenina le cortó la inspiración.
-Pero afortunadamente no tuvimos que poner en práctica mi plan-dijo Sheila agriamente.
Lowie la miró a la cara con su mirar seco, se preguntaba qué demonios pasaba con la otrora simpática, dulce y maternal Sheila. Liselot alzó la vista para encarar a su interlocutora y le agradeció con la mirada la preocupación.
-Liselot Van der Decken, no sé en qué estabas pensando-le soltó furiosa y comenzó con el discurso que por tantas horas había estado pensando y planeando una y otra vez-. Primero rompes el trato que teníamos de que me entregarías la capitanía. Luego te proclamas capitana sin siquiera tener la experiencia necesaria para poder tomar el cargo. Después, cuando te pido una prueba para que nos compruebes que eres una capitana idónea me dices lo más disparatado que a alguien con sentido común se le pudiese ocurrir: mañana iré a ver con una bruja si puede conjurar el barco para volver al siglo XXI. Necesitamos algo cabal, necesitamos a alguien cabal, no a alguien que crea que una maga barata va a ayudarnos, la magia no existe, la ciencia sí. Sentido común; ¡ah! Lo olvidaba: tú no tienes sentido común. Luego, cuando te propones a hacer tu disparatado plan, te desapareces por todo un día dejándonos sumamente preocupados, desprotegidos y sin una guía. El día de hoy fue muy complicado, pero tú no sabes nada, vienes recién llegando-le gritó.
Los rostros de Liselot y Lowie se desfiguraron, el de la primera por la sorpresa y la tristeza, el del segundo por la furia que le azotó como un huracán.
-¿Sabes que hoy las heridas de muchos de los nuestros se infectaron? ¿Sabes que hubo que amputar a muchos? ¡Por supuesto que no lo sabes! Ni siquiera te preocupaste de si había antisépticos ni ningún tipo de medicamento para curar las heridas, limpiarlas, bajar fiebres. Sólo para que te hagas la idea, hoy mientras te ausentabas a hacer nada, dos de los nuestros murieron-le soltó sin ninguna anestesia-. La situación es realmente complicada: no tenemos medicamentos, no tenemos comida, no tenemos agua, no tenemos combustible, ¡no tenemos nada! ¿Y sabes quién tuvo que hacerse cargo de tu barco y de tu gente mientras tú no estabas? ¡Yo! Porque, ¿sabes qué? Yo soy la que sabe mandar, yo soy la que sabe hacerse cargo de ellos, yo soy la verdadera capitana, ¡yo debería ser la capitana, no tú!-le gritó.
-Sheila, Sheila, Sheila-dijo Lowie irónicamente-. Tus delirios de grandeza son realmente admirables-dijo con todo el sarcasmo del que fue capaz para luego añadir-: ¡por lo patéticos que son!
Ella bufó y rodó los ojos.
-Y además te escudas en este palurdo…-se burló.
Lowie era lo que se dice todo un caballero aunque lo disimulara bastante bien. Detestaba ver a una mujer llorar o sufrir. No era de esos que corrieran sillas a las mujeres para que se sentaran, ni esos que les servían el vino ni los que les abrían la puerta del auto, pero detestaba ver a una mujer llorar y era capaz de cualquier cosa por ayudarla. Sin embargo cuando perdía los estribos cualquier rastro de caballerosidad se iba de viaje a Plutón y era capaz de pelear con una dama como si se tratase de un hombre.
Y esta vez es preciso decir que perdió los estribos. Caminó a paso seguro y decidido hasta Sheila, la asió de los hombros y la estampó contra una de las antenas con toda la fuerza de la que fue capaz. Iba a apretar aún más y a golpearla cuando se escuchó una voz desesperada.
-¡Para, Lowie, para! ¡Déjala! ¡Suéltala!-gritó Liselot sujetando a su amigo de los brazos.
Y la única persona a la que Lowie respetaba al punto de obedecer era Liselot Van der Decken. Soltó suavemente a Sheila y retrocedió un par de pasos, los suficientes como para que ella se despegase de la antena.
-Liselot, dime al menos que conseguiste que esa bruja nos transporte al siglo XXI e íntegros, ¿o es eso mucho pedir?-dijo en un son de completa burla.
Liselot miró a todos los rostros inquisitivos observándola y sólo pudo soltar un monosílabo.
-No-dijo en un tono de voz apenas audible.
-¡Más fuerte, marinera! ¿Acaso no te crees nuestra capitana?-le espetó Sheila.
-No-dijo Liselot a un volumen más audible.
-¿Ves? Perdiste tu tiempo, era algo estúpido, una causa perdida. En lugar de pasar tu tiempo…-dijo Sheila y fue cortada de cuajo.
-Capitana Van der Decken-dijo un grumete que fue fulminado con la mirada por Sheila-. Dos grumetes allá abajo han comenzado a delirar por la fiebre y sus heridas están completamente infectadas. Pronto la infección pasará al cuello y al tronco. Necesitan atención médica urgente, capitana-le apremió el muchacho haciéndole una venia.
La noticia cayó como un balde de agua fría a Liselot quien retrocedió atontada un par de pasos. Lowie apoyó su mano en el hombro de la chica a modo de muestra de compañía y apoyo. Ella se percató de lo mala capitana que era, de que había estado perdiendo su tiempo.
-Sheila, tienes razón. Mejor capitana que tú no habrá. Tú eres la capitana ahora-admitió-. Pero ahora navegaremos hasta New Providence y haremos que los heridos se atiendan, eso es lo más importante. Luego hay que ir a buscar provisiones y reparar averías. Buscar consejo.
El rostro de Sheila se iluminó.
-Ya escucharon a Liselot. Ahora yo soy capitana. Están bajo mis órdenes. No iremos a New Providence, llamaremos al médico de a bordo del Tresaure y veremos qué pasa-dijo Sheila.
Sin embargo ahí seguían todos tan campantes, nadie hacía ni amago de ir a buscar al médico de a bordo del Tresaure.
-¿Qué esperan?-preguntó Sheila con ademán furioso.
-A ti no te obedeceremos-dijo el grumete que había llegado con las mañas nuevas ante el pasmo de Sheila-. Mande y obedeceremos, capitana Van der Decken. Ella en ningún momento se preocupó de los heridos, sólo mandó sin saber lo que hacía. Tenía la solución tan cerca y jamás la tomó-dijo el muchacho.
-Eso es porque ella era capitana y yo no podía tomarme sus atribuciones. Además, recuerden que ella se desapareció todo el día-se defendió Sheila.
-Las excusas no sirven ahora, varios de los nuestros corrieron riesgo vital y nadie dio solución. La capitana estaba buscando una solución a nuestro problema. Por eso, capitana Van der Decken, no piense en deshacerse del cargo: mande y obedeceremos-dijo una mujer quien no era sino Linda Freeman.
Sheila abrió los ojos de par en par cuando descubrió que quien había hablado recién era su mejor amiga. Por supuesto que tomó dicha acción como un atrevimiento y como una deslealtad.
Por su parte, viendo que nada sacaba con querer entregar el cargo a Sheila si ellos confiaban en ella como su capitana, Liselot se contentó.
-Entonces, pongan rumbo al muelle de New Providence y preparen todo para el desembarco de los heridos. Contramaestre Sheefnek, tú quedas a cargo de que todo se cumpla y desarrolle bien a bordo. Ahora, quienes fueron conmigo a la isla, acompáñenme a buscar de anticipado un médico-dijo haciendo amago de volverse.
-Descuide, capitana Van der Decken-resonó la voz de Jack Rackham, segura detrás de la muchacha-. Conozco un buen médico que atiende a dos cuadras del muelle y sé de un carretillero que podría transportar los heridos hasta su casa a un precio muy módico. Las gentes de New Providence son generosas, de seguro que si él no está transportando a estas horas varios de ellos se ofrecerán a colaborar aunque sea con cucharas-dijo.
Ante eso, Liselot no pudo negarse a la ayuda de Jack.
-Capitán Rackham, muchas gracias. Regrese a su navío, si no le molesta necesitaremos de su ayuda unos días-dijo ella.
-Por supuesto que es un placer-contestó él aprestándose a desaparecer por la borda.
Liselot corrió escalerillas abajo hasta el puente de mando para encargarse ella misma de dirigir el curso. Al mismo tiempo, el ahora Contramaestre Lodewijk Sheefnek llamaba a gritos a los mejores timoneles y eléctricos a ayudar a su capitana. Todos se aprestaron a tomar sus puestos para apurar la marcha. Sin embargo la falta de combustible hizo que anduvieran con la misma rapidez que el Tresaure.
Liselot tomó con seguridad el timón y lo dio vuelta con aire conocedor. En momentos como esos agradecía haber conocido a Naomie, su amiga. Gracias a ella y a las lecciones extraoficiales de su padre había sido capaz de aprender el manejo de un barco y de la cabina de mando, había aprendido a trazar cursos. Además, gracias a esa extraña mujer había despertado su interés por la piratería caribeña y por las islas que servían de refugio a los filibusteros. Gracias a eso conocía New Providence de una punta a la otra y sabía exactamente dónde desembarcar.
Ambos barcos toparon suavemente con las ramplas del muelle de la isla…
… Entonces el agua del Espejo de Grecia se enturbió hasta reflejar el rostro de la anciana mujer que lo empleaba para poder espiar a los hombres del Evertsen y del Tresaure.
No se convenció de que no había nada más que ver hasta que las aguas se volvieron tan oscuras como el ambiente a su alrededor. Se apartó un poco decepcionada del artilugio.
-Así que Rackham está con ellos…-musitó aún meditabunda.
Se apartó un poco más aún. Todo a su alrededor estaba tan oscuro. No había más luz que la que emanaba de su reloj de arena, luz que prefería no estuviese ahí para recordarle que todo tiene un final alguna vez y que la mayoría de las veces ese final está cercano.
No había más compañía que su propia voz interior, que sus propios demonios e ideas.
…Y al fin y al cabo era vieja, muy vieja. Sentía cómo todo su cuerpo se volvía polvo con la misma facilidad con que la arena caía de un polo a otro en su reloj.
-El tiempo se acaba-susurró.
Con aire decidido caminó en medio de total penumbra hasta uno de los muchos estantes que contenían sus extraños artilugios de brujería. Había desde partes de animales, tierra, extraños bebedizos y frasquitos con líquidos de colores fosforescentes.
La mayoría de los líquidos irradiaba un poco de luz según el color del cual eran. Escogió con mano vacilante uno de los frascos.
-¡Esto se acabó!-exclamó.
Con todas sus fuerzas, las cuales eran muy superiores a lo que se esperaría de su avanzada edad, arrojó el frasco contra el suelo. El vidrio se quebró en mil pedazos, liberando un líquido azul que se escurrió libre por las quebraduras del suelo alrededor de los pies de la anciana.
Un suave humo azulado comenzó a subir y a cubrir toda la estancia. El cuerpo de Naomie quedó completamente cubierto por una espesa cortina azulada y volátil que hacía imposible verla. La cortina comenzó a retirarse hasta el suelo y en cosa de segundos ya hubo desaparecido todo vestigio del extraño líquido. Entonces la mujer había desaparecido por completo de la estancia, dejando abandonado su hogar y sus pertenencias.
Tanto el Evertsen como el Tresaure tocaron puerto al mismo tiempo. El Capitán Rackham saltó ágilmente por la rampla, siendo secundado por su tripulación. Anduvo por el muelle hasta llegar al Evertsen y tendió caballerosamente su mano a la Capitana Van der Decken para ayudarla a desembarcar. Pronto ambos navíos se vaciaron a excepción de los desafortunados que tuvieron que quedar de guardia.
-¿No hay encargado del muelle?-preguntó Liselot.
-No, no lo hay-contestó Jack campante.
-Entonces, no podremos desembarcar-se escandalizó ella.
-Recuerde, capitana Van der Decken, estamos en New Providence, no en Londres-le respondió él tan campante.
Jack Rackham se alejó por el muelle chiflando y llamando a los gritos.
-Liss, insisto, yo podría quedarme a cargo de la guardia-dijo Lowie-. Y tú también, New Providence no es lugar para ti.
-Nada de eso, tú estás herido y en este lugar no nos pasará nada-contestó ella.
Tuvieron que cortar su conversación que no llevaba a ninguna parte porque en ese momento Jack se acercaba con un grupo de hombres que andaban a carreta y le pagaba uno a uno, mientras conversaba animadamente con ellos.
-Cuenta de la casa, capitana-dijo guiñando un ojo a Liselot quien casi se desmaya.
En eso comenzaron a tomar en vilo a los heridos y a subirlos a las carretas. Cuando todos estuvieron arriba se encaminaron en procesión hasta la casa del médico.
Efectivamente, a dos calles hacia el norte y luego una al este se encontraba la casa del médico. Se trataba de una de las pocas construcciones de calidad en todo el pueblo. Era bastante amplia, así que no le incomodó verse envuelto en semejante invasión a esas horas de la noche, mucho menos si dicha invasión le traía una suma de dinero más bien apetecible.
Hizo los tratos monetarios correspondientes con Liselot y Jack, mientras que sus numerosos sirvientes y ayudantes acarreaban los heridos hasta las habitaciones de la amplia segunda planta. Se estipuló que por seguridad de los heridos permanecerían en la casa del médico dos miembros del Evertsen y dos del Tresaure (entiéndase de los sanos). Cuando todo estuvo listo, el galeno se encargó de echar cortésmente a los capitanes y a toda su prole.
Cuando estuvieron fuera, Liselot miró la luna llena con su color de plata y su fulgor luminoso. Ninguna nube cubría la superficie de la isla desde las alturas ni tampoco sus alrededores marítimos. No corría ni viento ni brisa, sólo se sentía el salino aire marino acosando las narices.
Eso era lo único que permitía saber que estaban en las cercanías del mar, porque el sonido de las aguas era imposible de sentirse. Los balazos, las maldiciones, los gritos, las groserías, las carcajadas estridentes eran lo que se sentía.
Por aquí y por allá hombres bebían de una botella y de otra hasta caerse. Por aquí y por allá las bellas taberneras y sus clientes iban hasta la misma perdición que acarrea la seducción de una noche. Aquí y allá las gentes corrían escapando de las balas, riendo, como si se tratase de un juego de niños. Riñas estallaban en cada esquina y se disolvían tan rápido como habían comenzado, pero no siempre sin heridos ni gente que echar en falta. Las apuestas, las canciones rudas, ese era el peculiar y seductor ambiente que ofrecían las noches de New Providence para quien quisiera embeberse de ellas.
-¿Y ahora a dónde vamos?-preguntó Liselot volviéndose a Jack.
Honestamente estaba encandilada por el pícaro aire que ofrecía la isla, con cada diversión, con cada sujeto, estaba fascinada. No le importaba el riesgo ni el peligro que representaba permanecer más de un minuto en la isla.
-¿Alguien tiene hambre?-preguntó Jack.
Todos se miraron con sus mejores caras de que la pregunta era la más obvia que hubiesen escuchado en sus vidas. Eran más de las doce de la noche: ¡por supuesto que tenían hambre!
-¡Yo!-contestó Liss infantilmente.
-A la taberna pues, la cena va por cuenta de la casa-dijo él.
Como sus huéspedes eran un tanto llamativos, decidió ser él quien los guiase por las intrincadas calles de la isla, las cuales se transformaban en un tugurio, un infierno y quizá un paraíso por las noches.
Les llevó por las calles menos llamativas y transitadas hasta que dieron vuelta toda la isla y llegaron a una calle donde parecía agolparse todo el pueblo. Cualquiera hubiera dicho que esa era una noche de fiesta, pero así eran todas las noches en dicho lugar.
Jack se detuvo frente a una puerta y la empujó confianzudamente sin siquiera haber golpeado antes. Todos le siguieron sin siquiera mediar palabra.
Adentro la música, los gritos, los cantos, las risotadas exageradas y nada decentes, las conversaciones casi a chillidos, los sablazos y los balazos eran el sonido que ambientaba.
El amoblado y el inmueble eran completamente de madera. Dentro la luz era brillante, amarillenta y a su vez apagosa en algunas partes a falta de candelabros y velas.
Al fondo del recinto había un pequeño tablado donde tocaba un grupo de piratas que al parecer tenían sus buenas habilidades con la música. Uno de ellos cantaba una vieja y alegre tonadilla que los más espabilados de la concurrencia coreaban y percutían con las manos; otros dos tocaban violines, un cuarto tocaba un desvencijado piano a mal traer y con la mitad de las teclas que debería tener, un quinto tocaba una guitarra y un sexto atacaba una flauta.
La parte central era una pequeña pista de baile donde ahora nadie bailaba, pero que a la hora de los valses se llenaba de acaramelados bailarines que danzaban a los trompicones dizque el alcohol se les había subido a la cabeza.
A ambos lados, de una punta a la otra se congregaba una multitud de mesas, todas redondas, con cuatro o cinco asientos alrededor y un velón al medio. En la mayoría se apretujaba ya grupos de piratas y prostitutas que charlaban a los gritos entre risotadas con una botella de cualquier licor fuerte y con un buen plato de comida.
A ambos extremos, derecho e izquierdo, se encontraba una barra donde se sentaban los solitarios de la concurrencia a llorar sus penas a las taberneras que limpiaban copas y vasos, repartían comida y extraían de una pequeña bodega por detrás del mostrador las botellas que comenzaban a mermar.
En los fondos oscuros se agrupaban las mesas de los apostadores, que con botella de ron en mano, veían la estrategia perfecta para robarse el dinero los unos a los otros de una forma que estuviese dentro de la legalidad del juego.
Dos borrachos se cruzaron de una punta a otra de la pista de baile dándose de sablazos de ciego y persiguiéndose. Luego, cuando cruzaron al otro lado, fueron chocando contra todas las mesas y desarmando todo, arrasando con una quebrazón de botellas y platos, acompañados de una lluvia de maldiciones. El “juego” acabó cuando un hombretón se levantó, les dio una bofetada a cada uno y ellos se calmaron visitando el suelo de cerca.
-Bien, bienvenidos a mi tugurio favorito-opinó Jack frescamente armándose de valor para entrar al local.
Liselot descargó una pequeña risilla, ajena de que había ido a meterse a la boca del lobo. Jack les indicó que buscasen mesa y pronto todos estuvieron riendo alrededor de una tabla en grupos. Liselot fue a sentarse junto al Contramaestre del Tresaure y unos grumetes de dicho barco. Junto a ella se sentó Linda Freeman. Aún así, quedaba un puesto desocupado.
-¿Para quién es?-preguntó ella.
El Contramaestre enarcó una ceja ante tanto detallismo.
-Para el Capitán-indicó.
Pronto se vieron envueltos en una amena charla, divertidos a más no poder. A lo lejos vieron acercarse hasta ellos a Jack, quien se sentó a la mesa refregándose las manos.
-¡Listo! Pedí cena y alojamiento para todos-indicó.
-¿Eso incluye…?-preguntó Liselot sin alcanzar a terminar la frase.
-Exacto, eso incluye a tu tripulación, milady-contestó él.
-¡Gracias!-exclamaron Liselot y Linda al unísono.
No pasó mucho rato hasta que se les acercó una mujer. Era joven, no superaba los veinte años de edad. Rubia, de cabello largo. De grandes ojos verdes y bien maquillados con kohl. Era de tez clara, se evidenciaba con las áreas que el rubor no alcanzaba a cubrir. El maquillaje en sí era exuberante y sobrecargado. No muy alta y de cuerpo bien torneado. Vestía un blusón blanco de manga corta que dejaba los hombros al descubierto. Lo llevaba ajustado con un corsé rojo sangre de cuero que llevaba tirantes del mismo material unido al cuerpo con argollas de plata, iban cruzados en la espalda. Adelante llevaba el cordado de cuero negro ajustado a la altura de los pechos dejados libres por la hechura y cubiertos con el solo blusón. Llevaba un faldón largo capuchino desgastado por el uso y botas negras.
Depositó la bandeja que llevaba en la mesa y repartió los platos en los comensales. Colocó las botellas al medio y las descorchó. Miró provocativamente a Jack y le guiñó el ojo.
-¿Algo más, capitán Rackham?-preguntó.
-No, nada por el momento, Jane-contestó él, a lo cual la muchacha se retiró.
Comenzaron a comer en completo silencio, atormentados por el hambre que habían tenido que sobrellevar callados durante horas. Cuando la mitad de su plato estuvo vacío, el capitán Rackham se detuvo en su loca carrera de mandíbulas y se echó para atrás en su silla, saboreando la exquisita sensación de ya no sentir hambre. Estiró el brazo, tomó su botella y se echó un largo trago entre pecho y espalda.
-Y dígame, milady, ¿cuál es su problema?-preguntó cuando ya hubo vaciado la cuarta parte de su botella de un solo trago.
Liselot alzó la mirada e intentó tragar rápido la gran cantidad de comida que tenía en la boca y abultaba sus mejillas. Intentó pasar el trago con un poco de ron, pero le salió peor: era tan fuerte que se atragantó. Cuando ya estuvo lista, miró a su protector con un gesto de extrañeza: ya le había dicho lo que él quería oír. Sin embargo, se dispuso a contarle todo lo que tenía que decir.
-Bien, después de el ascenso de mi padre, el Al…-inició, pero fue cortada de cuajo por Jack.
-No, no, eso no-dijo él meneando la cabeza-. Contadme cuál es vuestro verdadero problema-dijo él.
-Somos del siglo XXI y no sabemos cómo volver-se aventuró Liselot con un gesto de timidez.
-Tampoco. Quiero saber cuál es el problema principal en este mismo instante-exigió él quitándose la botella de los labios.
-Sobrevivir-dijo Liselot como quien intenta jugar a las adivinanzas y cree haber dado en el blanco.
-¡Eso!-gritó Jack, indicándole que había acertado-. Sinceramente-dijo tomando un tono y mohín más serio-, no me esperaba que Naomie se negara a ayudarles a ustedes, pero ella misma ha admitido que hay un modo de volver al siglo XXI, por ende alguien más que ella puede conocer el hechizo y oficiarlo.
-Sheila dijo que quizá la ciencia…-se aventuró Linda.
-La del siglo de ustedes puede que sea capaz de hacer algo, pero ¿qué tal si no lo hace?-preguntó él-. La de esta época es completamente incapaz de ayudarles. Aquí ustedes tendrán que acostumbrarse a ser vistos o como locos o como servidores del mal, si saben a qué me refiero, cuando digan que han viajado tres siglos en el tiempo, porque aquí esto es a lo sumo obra de magia-dijo él.
El rostro de Linda se deprimió de inmediato al dar con que no había opción de volver. Ella lisa y llanamente no creía en la magia, para ella eso no existía, era solamente una bella utopía, y no siempre era bella. La ciencia del siglo XVIII sencillamente no podía ayudarles y la del siglo XXI ya habría abandonado la búsqueda hace meses.
-Es evidente que hay alguien que puede desarrollar el conjuro, pero sepamos nosotros en qué punta del mundo se encuentra en este preciso instante-dijo Jack a lo cual Liselot le clavó fijamente la mirada y Linda se removió nerviosa-. ¡No desesperéis! Hay que ir a buscar a esa persona, es evidente, pero necesitáis pasar desaparecidos o protegeros de los daños que la gente puede haceros por lo distintos que sois-dijo y luego miró a Liselot-: milady, ¿tenéis alguna idea para poder proteger vuestro barco?
-Sí, volvernos piratas-dijo Liselot.
-Necesitáis más-dijo él-. Recordad que aquí sois vistos como obra de magia y nosotros, los piratas, somos un poquito supersticiosos. No digo que no puedas ejercer nuestro “honrado” oficio; varios de nosotros te ayudaremos, pero varios intentarán acabar contigo por mero miedo y somos peligrosos, he de decirlo. Pero tú tienes una salvación: tienes un poder que ni mágico ni nada, pero sí es muy grande y está en tu apariencia. Producirá un miedo tan profundo entre tus enemigos que no se atreverán ni a alzarse en armas contra ti-dijo él con una sonrisa pícara para luego añadir-: Dime, milady, ¿has oído hablar sobre la Leyenda del Holandés Errante?-preguntó con una mirada pícara.
Liselot, aún sin entender, no se tardó en contestar. Aquella era una de sus historias favoritas dentro de las miles de leyendas que conocía.
-Sí-contestó asintiendo con la cabeza infantilmente-. En mil seiscientos…-comenzó y fue interrumpida de inmediato por Jack.
-Un hombre condenado por un poder superior al suyo a vagar sin rumbo ni hogar, sin siquiera guardar la esperanza de poder topar la tierra tan deseada, su casa, nunca más-dijo Jack sombríamente.
El pirata se reclinó hacia atrás en su asiento y bebiendo de su botella. Cuando consideró que estaba listo para continuar su historia y manifestar su punto enarcó una ceja en dirección a Liselot, se secó los labios con la manga y continuó en vista y considerando que la chica no hacía acuse de recibo de la real intención que él tenía.
-Y dime, milady, ¿qué eres tú? Eres una muchacha condenada por un poder superior, desconocido para nosotros junto a sus reales intenciones, a tener que vagar sin rumbo ni hogar en un lugar que no te pertenece, en una época que no es la tuya. Y dime caso no estoy en lo correcto, por favor: ¿acaso las esperanzas no comienzan a abandonar a tu gente ya? ¿Acaso no comienzan todos a dudar de que regresen a casa algún día si no hay un camino disponible?
Liselot abrió los ojos de par en par, sorprendida de lo que le correspondía oír ahora, comprendiendo lo que cada palabra quería decir. No contento con eso, Jack prosiguió con su cháchara.
-Por ese poder superior, el capitán Van der Decken fue convertido en un verdadero terror para la gente-y ahora adoptó un tono más exaltado-. Y si me equivoco, por favor corrígeme. ¿Acaso no eres tú el terror de nuestra gente? ¿Acaso tu barco no saca los miedos de los más supersticiosos y los más realistas con su forma distinta y su propulsión sin velas, tan moderna, de fierro? ¿Acaso no es tu apariencia un punto de debate y de miedos, de confusión y de extrañeza para todos? Si me equivoco, por favor corrígeme. No te has propuesto darnos miedo, pero ya tu condena de viajar tres siglos en el tiempo te convierte en un bicho raro demasiado temido por las diferencias que te separan de nosotros-.
Liselot dio un trago a su ron como captando recién su punto a favor y en contra. Podía entender lo que Jack quería decir, pero algo en ella se negaba a dar miedo a la gente.
-Por esa misma condena, el Holandés Errante fue abandonado por su propia tripulación y por sus propios pasajeros. Y dime, milady, ¿acaso no hubo un motín hace un par de días en el que más de tres cuartos de la tripulación de tu Evertsen te dejó?-.
Liselot abrió los ojos, lisa y llanamente anonadada. Ya ni siquiera el ardor del ron le causaba nada ante tamaña noticia.
-Y él fue seguido por quienes ese poder superior condenó junto a él a ser el terror de los mares. ¿Acaso no es tu reducida tripulación una condenada también?-preguntó Jack.
Liselot y Linda nada dijeron. Los grumetes conversaban distraídamente entre sí y el Contramaestre del Tresaure sonreía pícaramente a su capitán.
-Y estás condenada a vagar sin rumbo y hogar hasta el fin de los tiempos o hasta que se seque el mar, no hace falta que tengas una peste o nada parecido: la misma gente te echará de los puertos por mero miedo-dijo él, a lo cual las mujeres se envararon-. ¡Tranquilas! ¡New Providence siempre recibe a los renegados!
Ese consuelo evidentemente no calmó los ánimos de las mujeres de Evertsen, pero sirvió para silenciarlas.
-Y vámonos al inicio de la historia. El capitán Van der Decken deseaba fervientemente algo: navegar por siempre; y el poder superior le cumplió su deseo. ¿Acaso no estás en las mismas? ¿No pediste una y mil veces según lo que me cuentas poder vivir en el siglo XVIII y ser una pirata?-.
Ante eso, Liselot nada dijo. Linda le dirigió una ligera mirada de reproche como molesta por el deseo pedido. Jack y sus hombres sonrieron.
-¿Acaso el título de La Holandesa Errante no te viene bien, Liselot Van der Decken? ¡Si hasta en el apellido te pareces al desdichado capitán!-opinó Jack, poniendo sobre la mesa su último argumento.
Liselot carraspeó, bebió un trago y le miró a los ojos.
-Entonces, ¿tendría que hacerme pasar por el holandés Errante?- preguntó fascinada.
-Aye, ¿te gusta la idea?-preguntó Jack.
-¡Me encanta!-exclamó Liselot loca de alegría y con una sonrisa de oreja a oreja.
Entonces Jack se puso de pie con lo que quedaba de su botella, lo cual era dicho sea de paso menos de lo que nadie puede imaginarse y sonriente como siempre exclamó:
-¡Atención, atención!-.
Las gentes se volvieron a mirar acusatoriamente al interruptor de su diversión, quien ni siquiera se inmutó por las malas caras que le dirigieron.
-Alcen sus copas y botellas, ¡y brindemos por la capitana Van der Decken, la Holandesa Errante!-gritó.
-¡Salud!-coreó la gente, más por tener algo por qué brindar que por saber lo que se estaba tejiendo.
Todos entrechocaron las copas, vasos y botellas y pronto todo fue algarabía nuevamente. Entonces Jack se sentó con una sonrisa triunfal y miró pícaramente a Liselot.
-Ahora sí te lo puedo decir: bienvenida a New Providence, milady-dijo para luego chocar su botella en un brindis con las gentes de su mesa.
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