Después de tantos años,
el mismo bar que ilumina la noche.
El desierto anuncia las doce,
parado como camello, un taxímetro,
solitario transporte.
Al llegar,
sorprendido por los saltos de alegría,
tributo al cliente divino,
me senté y le consulté
por un viajecito de placer.
El mismo de los recuerdos,
las chicas de la calle,
Salta y Moreno.
Sorprendido de no ver,
perros ni almas,
hasta llegar como bomberos
a la esquina de los sueños.
Al bajar y comprobar,
que seguían en la esquina,
mi sonrisa fue complacida
por una morocha y dos rubias.
Me esperaban como niñas inocentes,
cantando villancicos.
Flameando sus polleras,
como danza judía,
la morocha se giró y mostró su paradito.
El que suscribe,
corrió a toda prisa,
el salvador me contó que la esquina mutó.
Olvidarse de las putas, viejas y sucias.
La moda cambió,
ahora travestis altas, morochas y rubias,
que al piropo ofensivo
de un triste inocente,
no le dejan un diente.
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