En noches como hoy, cuando la luna me mira y se toma con ambas manos sus partes genitales para burlarse de mi realidad, es cuando me doy cuenta de lo acabada que esta mi piel.

La vida es tan rara, sobre todo cuando las hormigas se sienten caminar por las piernas, pero en realidad no están ahí. Es sentir tu pecho se da vuelta, es sentir que tu cara se muestra frente a ti y te grita que tu estado corporal y mental está acabado. No recuerdo si es primera vez que siento algo así, pero no es primera vez que las libélulas en el estomago se ríen del piso de más arriba, el piso en donde el corazón está alojado hace mucho tiempo, y con los oídos tapados con la almohada pide silencio para poder seguir invernando después de cuatro años de descanso.

La visión de hoy fue fugaz, la vi de la nada, y siento que es lo que quiero seguir observando la vida completa, aun así teniendo los ojos cerrados. Pero tiene un sabor a crema agria, esa crema agria que probé hace un par de años junto a un tarro de duraznos en almíbar vencidos que encontré debajo de mi cama.

Por segunda y última vez, quiero recalcar que no espere jamás esto, que el corazón jugara a la rayuela y acertara medio a medio en la línea de la cordura y la razón, logrando la tan ansiada “quemada” del sentimiento pasajero, que lo único que hace es recordarme el salpicadero de tierra mezclada con agua que existe a mi alrededor y que tiene mi ropa con olor a humedad.

Ojala no sea la última vez que de las gracias por hacer esto, porque viendo el lado positivo, ese olor a humedad me recuerda que uno de mis cinco sentidos sigue cuerdo.



“Take my hand, take my whole life too for I can't help falling in love with you – Elvis Presley”