La tormenta desperezó sus primeros rayos y truenos cerca de la hora nona.

El pelirrojo corría desesperado entre las piedras que parecían moverse por voluntad propia.

Atravesó la ancha entrada del santo edificio y aterrorizado por la fragilidad que parecía venir de las columnas que sostenían el amplio techo se acercó al grupo de hombres sagrados y como ninguno de ellos le prestó atención, se conformó con poner en las manos de un servidor la bolsa de piel de cabra que llevaba en su cinturón.

Volvió sobre sus pasos y sin dejar de correr, empapado en segundos por el terrible aguacero, llegó al terreno baldío, llamado 'del alfarero', donde se alzaba un solitario olivo de ramas retorcidas y secas.

La angustia atenazaba su garganta mucho más que la rústica soga, él era un 'qanaim', celoso de los derechos del Perpetuo.

Su caída hacia la Eternidad fue infinitamente larga.

Desde el pobrísimo punto de vista del tiempo, duró muy poco.

El pensamiento humano, restringido por todas las falencias de que hace gala, determinó un viaje directo al reino de las sombras pero...

¿Quién puede saber de verdad? ¿Conocer la infinita longitud de una soga en el 'no-tiempo'?

Es posible que haya habido espacio para el arrepentimiento y el perdón. Dicen que la Sabiduría es también súmamente Misericordiosa.

O quizá no entendimos la trama.

Mientras tanto, en el sagrado lugar, mientras algunas columnas se derrumbaban al compás del movimiento telúrico y el largo velo que cubría el Misterio se rasgaba desde lo alto, los ojos asombrados de un sirviente cualquiera observaban con extrañeza las treinta piezas de plata que contenía la bolsa de piel de cabra que le dejara el misterioso hombre pelirrojo.