MASCOTA INOLVIDABLE
Aquella mañana trágica de Domingo de Ramos. Un día marcado, cuando la iglesia Católica festeja la entrada mesiánica de Jesús de Nazaret en Jerusalén, dando así inicio a su pasión y muerte en la cruz.
Esa mañana inolvidable para mi familia, dormíamos, aprovechando el día de descanso como se acostumbra hacer en los días feriados cuando no se va al trabajo. Mi mujer y yo ése memorable día teníamos planificados levantarnos bien entrada la mañana para disfrutar del día de fiesta.
Como siempre lo hacía, bien temprano abrí la puerta de salida de la casa para que «Ponky» (Un poodle negro que teníamos como mascota) saliera hacer sus necesidades fisiológicas, dejando solamente la entrada asegurada con el protector de hierro por donde entraba y salía el animal cada vez que quería, permitiendole la ansiada libertad cada vez que quisiera. Regresé a la cama para acompañar a mi esposa en nuestro descanso bien merecido (Trabajábamos fuera de la casa todo el tiempo)
Apenas había retomado el anhelado sueño cuando oí fuertes golpes en la puerta. Me levanté rápidamente, mirando parado por los barrotes de hierros de la puerta un vecino muy alarmado. Me dijo sin reponerse de la fatiga al escalar de prisa los peldaños de la escalera de la segunda planta donde vivía «¡Cho… choca…chocaron… a,a,a… su perro!»
Se me aflojaron las rodillas, casi caí por el impacto de sus palabras. Detrás de mi oí un alarido seco que había salido de la garganta de mi mujer al oír al hombre, luego escuché lloriquear a los niños al lado mío al levantarse muy consternados al escuchar la expresión del vecino. Furioso tomé las llaves abriendo la puerta en cuestión de segundo, abalanzándome por la escalera hasta llegar al lugar en la calle principal donde estaba tirado agonizando, rodeado de un charco de sangre el perro. Quise asirlo, retrocediendo en el intento cuando el canino en su agonía me lanzó varias mordidas, atrapando con una de ellas un dedo de mi esposa que en su desesperación fue a socorrerlo sin pensar en el dolor por lo que estaba atravesando su perro al ser golpeado ferozmente por la envestida del vehículo.
La sangre brotó de su dedo, salpicando los hermosos pelos negros del sabueso. Pintarrajeado de rojo le daba un tinte vistoso al animal entre mis manos. Sin vacilar nos montamos con él dentro del carro. En cuestión de minutos tocábamos la puerta del veterinario quien lo auxilió de inmediato. En su rostro pude leer que el animal no era de vida. Las lágrimas en el rostro de mi esposas rodaban a raudales sobre sus mejillas, aclamaba compungida «¡Se va a morir!» «¡Se va a morir!»
El veterinario no le respondió, hacía lo posible administrándole los medicamentos de lugar, pero sabía que era en vano. De la boca del animal cada vez brotaba más sangre, ya no emitía alaridos, pero aún vivía, pasando el hombre de ciencia a entregarnos el can con mucha tristeza en su rostro «¡Es imposible contar con su vida!» No abrigaba esperanza. Finalmente nos dijo «¡Solamente lo salva un milagro!»
A las nueve de la mañana se escuchó un débil alarido de su garganta como señal de que se había ido, quizás a un lugar mejor que éste para su descanso.
Todos llorábamos por su partida. Este animal era algo especial para nosotros. Desde pequeñín lo acostumbramos a convivir, a veces dormía en nuestra cama o en las camas con los muchachos. Se bañaba con los niños, jugaban a la pelota, Al salir de paseo y escuchar el sonido de las llaves del carro, era el primero que salía de la casa para subir de primero al carro. No se podía dejar sólo, porque con los dientes y las uñas rompía los muebles enfurecido porque lo habíamos dejado. Cuando regresábamos casi no nos miraba, echaba fuego por los ojos y no comía hasta que se mimaba. Era un hijo más, siendo tratado como tal.
Acompañado de mi hijo menor le di cristiana sepultura en un lugar especial para visitarlo y nunca olvidarnos de él. Siete días duró mi esposa sin probar bocado, pensábamos que iba a morir junto con él. Con el tiempo fuimos sacándola de su marramos hasta traerla nuevamente a la realidad. Todos morimos, todos pasa, algún día los sentimientos y el amor que sentimos por los seres que queremos en la vida colmaran nuestras existencia viviendo felices como anhelamos.
Han pasado diez años de aquel triste acontecimiento y parece como si hubiera sido hoy, afligiéndonos grandemente su muerte. Juramos que nunca en la vida tendríamos otra mascota.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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