MI PRIMERA VEZ
Confieso que estaba “más nervioso que el loro en el alambre” como dicen. Desde que contaba con las condiciones para mi debut la ansiedad me embargaba. Y llegó el día tan esperado.
Sus manos me acariciaron suavemente, con especial delicadeza. Mi “corazón” latía como nunca, no quería esperar ni un minuto más, tan sólo cumplir y darle la satisfacción que merecía. Sentí la tensión que nos comunicaba y comencé a subir y subir, dando locas volteretas. La visión que tuve entonces fue mágica, esplendorosa, difícil de explicar en su totalidad. La pradera, bañada de sol, era el escenario para mi danza triunfal junto a mis hermanos vestidos de mil colores y bellas figuras. A lo lejos, la montaña con su vestido blanco invitaba a la aventura. El viento, nuestra sangre, se sumaba contento a nuestro baile, dibujando fantasías increíbles. Cual más, cual menos, todos jugábamos a realizar las más extrañas piruetas ante las miradas burlonas de algunos pájaros que solían pasar por el lugar. A veces, como niños juguetones, nos escondíamos brevemente tras una nube pasajera y reaparecíamos radiantes, como riendo en tonalidades de arco iris.
No todo era felicidad. No faltaban los grandullones del barrio, prepotentes y atrevidos que rompían el hechizo e intentaban derribarte, dañarte o herirte de muerte.
Tras una danza que no agota, he logrado esquivar a los malditos y continuar mi vuelo preñado de contorsiones circenses.
Recibo un telegrama desde la base, indicando el pronto aterrizaje, con el orgullo de ser un auténtico volantín chileno.
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