Febrero 2014. Noches en silencio.
Quien mira al exterior, sueña, quien mira al interior, vive.
Era este, un caminante de los rumbos del mar, anciano como perro viejo.
Era un caminante que recorría el puerto mirando al suelo, que durante el día, caminaba sin rumbo entre recuerdos.
Nunca se detenía con nadie, salvo alguna ocasión, con el viento.
Todos los mediodías, se sentaba en una banca de la plaza a tallar figuras de madera con una navaja vieja.
Siempre empezaba una figura, luego, desaparecía hasta la hora de cenar y, cuando pocos podían verle, partía en su vieja barca.
Siempre volvía una hora antes de que saliera el sol.
Una tarde un joven se le acercó amable: ¿Puedo hacer algo por usted? preguntó.
No, no gracias, estoy bien, contesto el viejo caminante de las mareas.
Tal vez, guiado por su buen corazón, el muchacho, cada día, hacia la misma pregunta al encontrarlo, aunque, siempre obtenía la misma respuesta.
En un día, especialmente frio como hoy, el joven llegó junto al viejo y se detuvo.
No dijo nada, ¿para qué?
Esperó y, al ver que el viejo no se movía, se dio la vuelta.
Oye, espera, hoy si puedes hacer algo por mí, por favor, toma estas monedas y anda a comprar un café.
Al principio dudó, luego se volvió hacia el viejo, con una sonrisa en la boca, fue a conseguirle una bebida caliente.
Aquel día no hablaron mucho aunque, con cada sorbo de café, la lengua del mayor se fue soltando y el oído del joven abriendo.
De ahí que conociera la historia del anciano marino, y que se enterara de que, poco a poco, estaba perdiendo la vista.
Empezó pocos años antes y, de un tiempo a esta parte, el pobre hombre ya sólo distinguía luces y bultos.
¿Y por qué sale a navegar? preguntó.
Mira, por la noche, en tierra, todos los gatos son pardos y en la mar, todas las luces son sueños.
Busco un lugar donde llorar y reír... en que mi cuerpo y alma suden felicidad; en ocasiones, le encuentro, aunque otras, otras la brújula se desorienta
¿Son los faros o los sueños lo que hay que perseguir?, en cualquier caso, lo que hay que hacer es navegar, al final no importa ni la vela, ni el viento.
Lo único es sujetar el timón con fuerza para llegar a un puerto seguro, tenga o no tenga faro.
Desde Tijuana BC, lugar donde escribo, haya o no haya sueños, pues mi alma, viaja por un camino por el que ya ha perdido la esperanza de pasar noches en silencio.
Andrea Guadalupe.
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