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Cuanta pena puede albergar uno? Ayer en un programa televisivo escuchaba que las historias de amor de la tele, del cine o bien del teatro llevaban todas consigo la consigna del sufrimiento como premisa.

Es posible que nosotros, los espectadores encontramos goce únicamente en el sufrimiento ajeno y propio en el marco de la fantasía?

Ya no soy una cría. Claramente podríamos contar las arrugas de mi rostro y rápidamente calcular las décadas de mi paso en esta tierra. Los años no solo acumulan las líneas en el rostro sino que gustan armarse de paciencia, quietud, reparo y conocimiento de lo vivido. El mejor de los conocimientos, a mi parecer, ha sido siempre el que se gesta errando.

Y aquí estoy cayendo en lo mismo. La compulsión a la repetición. Alguna vez estudie que cuando lográsemos apalabrar, es decir, darle significado o expresión por medio del lenguaje simbólico, encontraríamos la vía de escape a la tortura de repetir y repetir. De lo que nunca se habló, era porque alguien querría quitarse de encima aquel círculo que se envicia en recrear lo mismo, lo similar, lo que se parece. A fin de cuentas, aunque no pudiésemos nominar la copia, podemos seguir adquiriendo cuotas inmensurables de goce, placer por o en el dolor.

Si pudiésemos dar forma o estructurar el dolor. Por ejemplo, algunos categóricamente lo definirían como físico o espiritual. Pero esas serian convenciones para poder hacer ágil el entendimiento. Y yo me quería acercar a una definición funcional del dolor. Supongo que es menester su aparición. Me doy cuenta que me encontraba bien cuando he perdido ese estado, porque algo me causa dolor. Me doy cuenta que existen formas de reducirlo como una aspirina para el dolor de cabeza, una caricia para el dolor que me produce esta angustia.
Pero además de la acción de reducir el dolor que me producen ciertas cosas, he supuesto que también en ocasiones, sino en todas, tenemos placer en el dolor.

Ya madura, como les mencionara, me dispuse a escuchar y realizar lo que se me pedía. Mi objeto era la de aprendiz. Primer crítica dura. Y después se siguieron otras por aquella hora. Me retire apenada y molesta. Pensaba hay formas y formas de corregir. Esas no me agradaban. Regrese a pesar de mi reparo. Orgullo aparte y comencé nuevamente. Pensaba, esta vez sería diferente. Cuanto más mal podría hacer los ejercicios? Error, había mas mucho más. Esta vez, me incomode más, ya se me habían despertado malos pensamientos.

La tercera podría ser la vencida? La mitad no. La otra mitad mi rostro estaba desfigurado de molestia. Mi dolor se transformaba en arma blanca. Entonces, ya no estaba tan mal. Según murmuraba físicamente tenía algo bien. El dolor se disfumo en ese momento. Su dolor era mayor, al parecer la desaprobación molestaba? Primer punto que tenía a mi favor, pero al costo de mi orgullo apretujado por las críticas. La relación estaba teñida de dolor y asperezas. Para que servía esto, nuevamente cuál era la función de ese dolor?

Revancha sin haberla programado. Dos conceptos: la jerarquía y perjuicio. Pueden acompañarse, pero cómo lo hacen sin dañarse y provocar dolor? Cuál es mi profesión pregunto. Baje mi cabeza y me provoco dolor lo que generaría mi respuesta a su semblante. Pasaría de estar debajo en el escalón último a estar próxima a la cima y su prejuicio quedaría ultrajado, pero principalmente sumiso. En las tiendas agonísticas las salidas oportunas son la agresión con ataque, agresión con retirada o, estas que les mencionaba, agresión con sumisión. Personalmente me genera angustia estar por encima de alguien. Así que de nuevo éramos dos sufriendo dolor con etiologías diferentes. Dolor por el prejuicio y dolor por la jerarquía.

Ya tenía nombre. Tenía reconocimiento. Para que, me volvía a preguntar? A diferencia de otras veces, esperaba calmada que se expresara la compulsión a la repetición. “Los hombres de mi vida no me elijen”. Alguna vez, habrán escuchado la expresión “los hombres la prefieren rubias pero se casan con las morochas”.

Esto es lo que siguió. Aquí va mi dolor. Te estimo por encima del resto, te elevo en mis fantasías, te pienso, busco en tus ojos aprobación, te observo sin que veas que lo hago, hago referencias de ti en sujeto tácito, te expongo como un trofeo porque no quiero que te quiera más nadie. Mi culpa, mi repetición es mantenerme como ajena, como ignorante quizá hasta apática, poco agradecida. No quiero que me duela, no obstante dolor es lo que siento.

...pero se casan con las morochas.

Texto agregado el 05-02-2014, y leído por 132 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-02-2014 Interesante reflexión, y con buen lenguaje... margrave
 
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