Vuelvo a esta casa cada vez que puedo. A veces, pasan largas temporadas sin que pueda regresar; pero finalmente lo hago. En ella me siento protegido, tranquilo, casi feliz. Nada ni nadie puede lastimarme mientras permanezco en ella. Se encuentra ubicada en lo más alto de una colina y desde los amplios ventanales del piso superior, puedo contemplar el campo, los sembradíos nacientes, el ganado que sestea, los hombres trabajando, el sol que brilla en todo su esplendor. Existe tal armonía en todo ello, que me entra la certeza de que lo que miro, podría ser el Paraíso. Observando, me quedo extasiado mucho tiempo, minutos, tal vez horas, hasta que recuerdo la verdadera razón de mis continuos retornos; entonces me retiro de las ventanas y con paso lento, mesurado, camino por las habitaciones solitarias, polvosas, de techos altos, de gruesos muros, hasta la enorme biblioteca de esta casa, donde se encuentran los libros que mi empecinada pasión, busca en cada ocasión en que retorno.
Por fin aparece la verdadera razón de mis regresos. La biblioteca es enorme y se halla ubicada en el ala este de la vieja casona, así que es casi la primera en recibir la luz y el tibio calor del sol. Cuando entro en ella, es como si penetrara en un recinto sagrado, el silencio reinante en su interior es tal, que casi semeja un bloque sólido que pudiera tocarse. Largos y altos anaqueles cubren las paredes y en ellos se apilan perfectamente alineados, hileras interminables de libros. Libros, libros y libros de múltiples grosores, colores y tamaños. Libros de ciencia, arte, música, pintura, literatura, de mil temas diversos. Anaqueles y anaqueles con libros repletos de infinita sabiduría. Y se encuentran a mi alcance. Aquí puedo permanecer una indeterminada cantidad de horas, hojeando, tocando, leyendo, sin que a nadie le parezca mal que lo haga, sin que nadie me perturbe.
Mi sillón favorito es uno muy grande y negro, de respaldo alto que está cercano al ventanal. Me gusta regodearme con su contacto sobre mi espalda y nuca, así que me siento en él, mientras entre las manos tengo ya aferrado tenazmente mi libro por leer. No puedo determinar cuántos libros y durante cuántos años, he leído en este cotidiano recinto, pero son muchísimos. El libro elegido es uno de Julio Cortázar, el segundo volumen de sus Cuentos Completos, una relectura largamente añorada donde me aguardan sus Historias de Cronopios y de Famas y su Manual de Instrucciones, esa serie de textos breves, extraños y sorprendentes que te dicen cómo cantar, llorar o subir una escalera. Cortázar no está, pero sí está. Yo, muchas veces no estoy, no logro recordar dónde permanezco mientras tanto, pero alguien me permite regresar a ratos; por eso estoy aquí; entonces aprovecho para leer.
Leer a Cortázar me da miedo, porque me hace pensar, me da ideas, me sugiere cosas inverosímiles, raras, imposibles, como mis continuos retornos. En sus letras sugiere, descubre o revela monstruosidades que me ponen a temblar nomás con imaginar que pudieran ser reales. ¿O lo son y él lo sabía?...Ni siquiera las sombras que por momentos pululan misteriosamente a mi alrededor, me asustan tanto como sus historias. Sin más, sus instrucciones-ejemplos sobre la forma de tener miedo, me erizan la piel. Es tan simple y como al azar lo que dice, que precisamente en esa simpleza se encierra todo el horror de lo más cotidiano y conocido.
Cortázar, escribe: “En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere”. ¿No es realmente terrible que pueda suceder algo así? “En Amalfi al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar un perro más allá de la última farola”. Los perros nunca me han gustado mucho, menos si pudieran ser perros fantasmas. “Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos”. Imaginar a los seres que pueden infligir mordeduras tales bajo los relojes, me pone casi paranoico. Aun así leo a Cortázar. Me faltan por leer de esta biblioteca muchos libros, pero tiempo es lo que me sobra; leer y releer es una actividad asombrosa y también llena de azar, porque puedo elegir entre miles cuál será el libro siguiente.
Me preocupa más la cuestión de los retornos. No sé si alguna vez terminarán o serán para siempre. Suceden al inicio del Día de todos los Santos y duran poco menos de dos días. No estoy en ninguna parte y de repente ya estoy, dirigiéndome a la vieja casa desolada, que parece estar esperando para darme cobijo entre sus paredes. ¿Quién ha decidido darme este tiempo?...porque muerto estoy, de eso no tengo duda, casi puedo recordar a la gente bondadosa que me dio cristiana sepultura en el cementerio cercano.
Mientras los retornos duren, seguiré viniendo a la biblioteca de mi vieja casa, para perderme entre sus viejos volúmenes, entre el polvo largamente acumulado sobre sus hojas, entre la soledad de estos vetustos muros que ya no habita nadie. Quizás haya sido mi rabiosa pasión por la lectura la que me permite estos breves regresos. Quizás, sólo soy una aturdida alma, que se ha perdido en el camino.
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