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EL TIEMPO DORMIDO

Viajaba y las imágenes que daban vueltas en su cabeza lo devolvían a su pasado. Veía a su barrio de verde y cemento, compadrito y de casas bajas; a su gente que por mucho tiempo habían estado ausentes del todo, a sus primeros pasos dados como obsequiador de pequeñas ilusiones cuando intentó en vano ser un poeta. Pensaba anhelante que se encontraría con fantasmas mayores de edad, que, aburridos y conservadores, malcriaban su corazón de niño travieso y callejero, como doña Berta, la madre de Hugo, que siempre se había negado a alcanzarle su felicidad redondeada en una número cinco de cuero, única en la cuadra, con los colores de los santos. Era el largo viaje de vuelta del exilio. Vuelta obligada por las voces que lo reclamaban día y noche. Y ahora, dentro de un par de horas que parecían eternas, se produciría el reencuentro con sus antiguos compañeros, tanto de la calle como de militancia. ¿Estarán todavía, che? ¿Estarán en el local esperándome? Quién sabe. Sería lindo volver a ver al Gordo Juan, a Santiago, a David, al Ratón, al Gordo Armando, al viejo Fuentes…en fin… ¡a doña Pochita!...la pucha que sería lindo. Rigurosos del recuerdo que tenían la esperanza pintada en azul y blanco, mientras que un risueño señor con su radiante esposa los animaban desde las humedecidas paredes del viejo local de la Unidad Básica del barrio, a continuar su camino de lucha.
Me contaba que el local había sido el refugio de nuestros sentimientos, que para algunos no pasaban de ser inmaduros, idealistas y pasionales, y de eso yo me acuerdo bien. A lo que se agregaba, dándole color a los pensamientos que regresaban nostálgicos, los asados, vinos, guitarreadas, trucos y falta envidos prohibidos por la ley que amablemente se la invitaba a que tome asiento en alguno de los tachos de pintura vacío que andaba por ahí, así no se cansara de esperar, y también, ya que está, tome apunte de cómo se estaba planeando la próxima volanteada en la entrada de las fábricas y en los ingenios. Así éramos de ingenuos; teníamos filtros hasta en los huevos; aunque, para serte sincero, me siento obligado a confesar que yo no tuve nada que ver ni con las volanteadas en las calles o en las fábricas, ni en hacer contacto con los compañeros de los ingenios.
Por qué será que tu confesión no me extraña para nada; si a vos te gustaba ir más al Mangrullo a dibujar, hasta la humillación y hasta el amanecer, en las mesas del billar. Che, pero decime, ¿está el Mangrullo todavía? ¿Sí? Pensar que era lo único que le daba vida a la noche del barrio. Ahí nos juntábamos todos, a tomar cervezas y jugar a la billa.
Si, tenés razón, ahí, en esa esquina de billar brillaste por única vez en tu vida. Sigue en la misma esquina de siempre…ahí, donde a pocos metros se paraban unas putas, ¿te acordás? No, las chicas ya no están, les dieron el olivo casi por la misma época en que vos te fuiste. Algunos, mal pensados que siempre hay, desparramaron la bola de que vos te las habías llevado, para hacerlas laburar en otro lado. Y ya que estamos en el tema, de mujeres digo, ¿fue en esa esquina en donde vos le hiciste un tiro a Graciela?
Graciela, qué cacho de mina. Qué gomas. Pobrecita. Sabés que yo no sólo le escribí algunos versos, sino que también le recitaba poemas, no míos, sino un par que sabía de memoria y que no me acuerdo de quien eran, creo que de Benedetti. Y ella no entendía un carajo, no entendía nada la pobre, una porque no entendía o no le interesaba el sentido de los versos que le recitaba, y otra porque pensaba que a esos poemas los había escrito yo para ella; en fin, la poesía no le importaba una mierda, para decirlo mal y pronto. ¿Querés que te diga una cosa? Y no es para alabarme ni nada por el estilo, pero creo que esa mina sufría por mí, es decir, estaba enamorada de mí, y yo, yo no, yo era un pendejo que andaba arrecho y tenía ganas de ponerla en cualquier lado, y Graciela…estaba buena la morocha.
A mí la que siempre me gustó fue Silvia, de esa sí que estaba enamorado, en serio. Lo confesás ahora escudándote en el paso del tiempo, pero bien que te costó asumirlo y decirlo en su momento. Con Graciela no había problemas en decirle que la querías, porque no era cierto; pero con Silvia, ahí te cagaste en las patas, porque sufrías por ella. Ante su presencia te costaba articular palabras, te ponías nervioso y medio tonto, delatando tu estado. A diferencia de Graciela, buena mina después de todo, Silvia no te daba ni la hora. Y vos le escribiste tus mejores páginas a ésta y no a aquella, con tinta sangre de joven impaciente que planeaba un viaje por los suburbios del mundo subdesarrollado, rompiendo y quemando a su paso voraz banderas imperialistas, pegando cachetada de pueblo a los cuatro vientos, que no iban a ser del pueblo sino de unos cuantos muchachos valientes y soñadores.
Ahhh, tomá vos. ¿En serio pensás eso? No puedo creer lo que acabás de decir. Seamos sinceros, compañero, aunque sea con uno mismo; a vos nunca te importó un pito lo que estaba pasando, no sólo en Latinoamérica como vos decís, sino a la vuelta de tu casa, así que qué me querés venir a empavurar ahora. ¡Después de veinte años! ¿Vos qué pensás, que uno se come los mocos? Mirá, mejor sigamos recordando cosas que uno por el momento las sigue teniendo claras.
El barrio. Recordaba lo más transitado, sus calles, sus noches, sus amaneceres. Las más presentables de las calles eran Las Piedras, la General Paz y la Crisóstomo, eran las pavimentadas de siempre, las demás eran polvo y barro cuando llovía; se sentía al recorrer sus veredas, y más aún cuando anochecía con un olor a mal tiempo y a retumbos de pisadas por las corridas y persecuciones a las tres de la madrugada, con bares y billares abiertos, y también prohibidos, hasta que el último borrachín del mundo rompiera la postrera copa de su vida, que en realidad no iba a ser la última ni la primera, sino el melancólico recitar de un tango por algún rechazo de mujer.
Che, no es muy linda la imagen que tenés del barrio, aunque eso que dijiste del tango estuvo bueno, me gustó, porque si con algo habría que identificar al pasado de este barrio es justamente…no, no justamente, quiero decir, el barrio era por aquellos tiempos sinónimo de tres cosas que van juntas, creo, son inseparables como se dice; te digo: el tango, las minas y el fútbol.
Qué habrá sido de la vida de aquel equipo que la rompía en los torneos barriales y que tantas alegrías había regalado, a base de goles y gambetas, a esa barriada que gritaba hasta el cansancio sobre los tablones siempre húmedos del estadio municipal, mientras que por la misma época y en otros escenarios no tan deportivos se daba la vuelta olímpica de la vida a la muerte, con una entrega de trofeos al que mejor y con más puntería disparaba los penales que iban directo al ángulo del “por algo será” o el “algo habrá hecho”, completando al final un ficture programado de siete años de dictadura militar que a nadie parecía importar.
Montonero, sos un montonero. ¿Cómo cantaban? “Montoneros, Patria o Muerte, los soldados de Perón…”. En fin. A veces da gusto escucharte, en serio. Pero de pronto, no sé, es como que todo lo que vas diciendo se viene abajo y empezás a hablar de cosas que uno ya olvidó o las tiene bien guardadas en el pasado y no las quiere ni siquiera recordar. Mirá, te doy un consejo. ¿Me permitís? ¿Siempre vas a estar así? La gente de ahora ya no es la misma de hace veinte años, todo ha cambiado, querido. Los jóvenes de hoy tienen otras preocupaciones, más materiales tal vez que las de los jóvenes de nuestra época, hoy son más consumistas, más…cómo es la palabra…narcisistas, y les importa un pito lo que pasa a su lado, siquiera. Ya no se discuten los temas que nosotros sí lo hacíamos en la calle, en la facultad, en el laburo, en todos lados, ya no. Es más, ya a nadie parece importarle nada de lo que pasó; nadie se acuerda o nadie quiere acordarse. No hay nada, hermano. Todo quedó blanqueado, ahora es todo bonito y la vida nos sonríe a través de una estúpida propaganda de televisión, a todos, sin diferencias de clases, como buscaba vos y tus compañeros. Y en ese revoltijo de sinsentidos, es lógico que los malos de ayer sean los angelitos de hoy, no para todos, por supuesto, pero para la gran mayoría sí lo es, y el pasado pisado. La hicieron bien los hijos de puta. Ganaron. ¿Sabés lo que dijo y no deja de repetirlo uno de los peores asesinos de la dictadura el otro día? Con cara de bien hijo de puta, por la tele, dijo: “…primero los vencí con las armas y ahora con los votos del pueblo.”
Empezó a sentir miedo; miedo de encontrarse con la nada, con el rechazo y el desengaño; sin embargo, sentía que tenía que estar allí, para verlo con sus propios ojos, para palparlo y no dejarse llevar por los dictados de su conciencia, que cada tanto le martillaba la cabeza. Esa voz, maldita esa voz que no lo dejaba tranquilo desde que se había subido al ómnibus que lo traía de regreso. Tuvo un pensamiento insólito, ahora tenía miedo de quedarse dormido y pasar de largo. No, esas cosas no pasan, no, esta vez no podía dejar pasar las oportunidades que se le pudieran presentar, no esta vez. Quería ver a sus padres, tuvo necesidad de ellos; fue su padre, viejo militante peronista, y de tanto leer sus libros y escuchar sus palabras llenas de amor, pasión y agradecimiento hacia Perón y Evita, lo que hizo que él un día jurara “dar la vida por Perón”. Y casi resultó así. El exilio lo salvó. Y su madre, que fue la que más sufrió y la que más le recriminó en los años en que su hijo se lanzaba a la aventura, porque para la madre era una aventura descabellada, ahora la vieja loca andaba ocupada dando vuelta a la plaza con un pañuelo blanco en la cabeza, junto a otras madres que reclamaban por sus hijos desaparecidos. Pero él volvía, luego de muchas dudas que tuvo que discutir y salvar con su esposa y un hijito de seis años que quedaban esperándolo en Barcelona.
Su madre hubiera preferido, en sus años de adolescente recién terminada la secundaria, que continuara una carrera universitaria, que se reciba, que forme una familia y que tenga una vida normal. Pero él, por aquellos tiempos de la “edad del pavo” continua, aunque ya manifestaba algunas inquietudes políticas, se las pasaba la mayor parte del tiempo, perdiéndolo, tirado en la esquina bajo un gomero junto con sus amigos del barrio, y así hasta ya grandecito. Eran tiempos quietos, de horas infinitas de macaneo, minitas y jugar a la pelota casi todos los santos días. Cuando ya a la tarde volvía a su casa, su madre le reprochaba su falta de consideración con la alicaída finanza hogareña. “Mirá a la Olga, trabaja todo el día la pobre…”. Y Olga era su hermana mayor, maestra de escuela primaria. Pero la lengua vivaz de su madre se hacía trizas frente a los oídos sordos y sin trabajo. De su lado, influenciando y marcando la distancia, estaba su padre.
¿Así que fue tu viejo el que te metió todo eso en la cabeza? ¡Qué hijo de puta!, con respeto lo digo, eh; yo lo conozco a tu viejo; buen jugador, la rompía en el equipo de veteranos hasta hace algunos años, no más. Grandoto, pechador en el área, “Tanque” le decían. Con razón, che; ahora me doy cuenta de varias cosas; te digo más, me acuerdo que un día llega a la esquina y nos quería hacer firmar unas planillas a mí y a los demás vagos, planillas de afiliación al Partido Justicialista, y algunos firmaron otros se hicieron los boludos, como yo, yo andaba en otra cosa, por dentro lo mandé a la mierda; además, qué querés que te diga, ya desde esa época la política me parece una cagada, la de ahora te hablo, es una cosa que ni me va ni me viene. Mirá, no pongás esa cara de otario y entendéme; yo tengo que levantarme a laburar seis veces a la semana a las siete de la mañana, y arrancar en la camioneta esa hasta cerca de las cuatro de la tarde que dejo mi turno. Y de eso vivo. Esa es mi vida. Y por más que mañana gobierne Juan Pindonga y gobierne bien y quiera cambiar algunas cosas, yo lo mismo deberé levantarme a las siete de la mañana a sentar el culo en esa ambulancia de mierda. Es así, loco, por más que me pongás esa cara. Che, paremos la mano; aquí el que vuelve sos vos, así que dale, seguí y contáme cómo es eso de que finalmente te quedaste dormido.
Y fue así. En el instante menos oportuno de su destino se quedó dormido para siempre; contar lo que pasó deja pasmado a más de uno hasta el día de hoy; incluso, hasta hubo algunos testigos ocasionales de lo ocurrido, pocos discretos, que les causó gracia el asunto. Se reían, esos boludos. Te lo juro; Negro, yo lo vi, no me la contaron. Yo que lo conocía desde que éramos pendejos nunca lo había visto con esa cara de espanto. No sé qué cosas decía mientras se desangraba, se moría, Negro. La nombró a Graciela, una mina que conocía parece, que el barrio, que el bar, no sé, incluso, y no te rías porque es cierto, se tarareó un tango, ¡sí, así como estaba, muriéndose este hijo de puta cantaba! No te miento. Pobrecito, che, pensar que volvía después de tantos años. Los viejos cómo deben estar.
De lo que verdaderamente pasó aquella mañana nadie supo decirlo. Ni la policía, ni los pasajeros que sobrevivieron milagrosamente al choque, nadie supo decir nada serio. Todo eran rumores. Lo único claro era que el colectivo chocó de frente con una combi, eso era lo único que se sabía. Algunos imprudentes comentarios, provenientes de unos cuantos muchachos curiosos que estaban por ahí vos podés creer que decían cada ganzada, y lo peor del caso es que había periodistas que le daba tela a esos pelotudos. Por ejemplo, uno estaba diciendo, lo juraba por Dios y todo, que uno de los accidentados, que estaba muerto, de repente se despertó y que habló y que hasta se cantó un tango, mirá vos la cosas que decían. Estos changos ya no respetan ni a los muertos, hermano.
Cuando por fin pudo despertarse se vió a él mismo tendido boca arriba sobre un cajón fúnebre, rodeado de cirios artificiales y de coronas de flores. A su alrededor había gente que lloraba, gente conocida por él y otras no tan conocidas pero que se solidarizaban con los deudos del fallecido. Ahí estaban mamá, papá y Olga. A la par de la sala velatoria había otra sala en donde la gente podía tomar café y charlar. Se decía que, y siempre teniendo en cuenta los testimonios de los pasajeros sobrevivientes, Víctor se durmió unos minutos antes de que ocurra el choque, “yo ya lo veía cabecear…”, y que si no hubiera sido porque esa mañana hacía un tiempo agradable, fresquita y que convocaba al sueño, “es que no descansan lo suficiente…”, tranquilamente el ómnibus que lo traía de regreso hubiera podido llegar a su destino, “la culpa la tiene la empresa, que los explota y les exige demasiado…” sin haber tocado la fatalidad del chofér, que justo en ese momento, también se durmió.

Texto agregado el 04-02-2014, y leído por 205 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-02-2014 Interesante! Arenyndriel
 
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