Tarde de edificios altos y calles solitarias.
La imagen de tu rostro.
Tu mano sujetando la mía.
Y nos abrazamos.

¿Cuántas veces debe nuestro corazón explotar
antes de que nazca otra galaxia?
A nada sabe el silencio sin tus sonidos.

Siempre me dejas en el sillón,
con nada más que libros que ya no puedo leer,
con cuadernos sobre los que no puedo escribir;
y en todo el cuerpo tus abrazos que me niego a soltar.

Tarde de edificios altos,
de aviones, de la misma pieza de piano tocada una y otra vez.
No es música. No es alguien que aprieta las teclas.
Son gotas de lluvia que resbalan por la pared.
Agua que no llega a las hojas. Meteoros que caen sobre un colchón.

Me rompes cada vez que desapareces.
Multitud estúpida que te come y te aleja cada fin de semana.

Pero hoy fuimos agua un millón de veces.
Sonrío. Me bebiste. Te bebí.

Quiero recordarte recostada un poco sobre la almohada.
Quiero volver a escuchar de esas calles solitarias
hechas sólo para alguien específico.
Dime qué clase de personas pueden transitar por ellas.

Y deja que te piense sentada al otro lado de la mesa,
mirando el plato que no sabes cómo tienes que comer
-En ese instante ya no hubo para mí más que tu sonrisa-.
Deja que respire profundo y que cuente todos los besos que me diste.

Dime la historia que hay detrás de cada una de las ventanas de aquellos edificios.