LA ALAMBRADA
Allá por la guerra cívico-militar del sesenta y cinco, época difícil, cuando exacerbados los ánimos, las ideas entre hermanos no encontraban un punto de convergencia, propiciando la desavenencia y, finalmente el derramamiento de la sangre hermana por las pasiones políticas, dando más tarde al traste con la nefasta segunda invasión norte-americana en el país.
Unas noches después de su inicio, en un bar muy concurrido, unos amigos departían tragos. Compartían animados, hacían anécdotas, declamaban y de vez en cuando hacían un chiste alegrando el momento.
Entre tragos y tragos bailaban con la pareja de sus gustos. Juntaban sus labios, besándose al compás de la música. Satisfechos reían, parafraseaban las letras de un bolero de su agrado.
Las horas avanzaban muy lentas aquella noche, algunos se retiraban dando traspiés, otros llegaban al bar muy serenos, integrándose a la tertulia.
Entrada bien la noche se fue la luz (Nada extraño en un país tercermundista) De repente se escuchó muy cerca del lugar ráfagas de tiros. «Ra,ta, ta, ta, ta, ta, ra, ta, ta, ta, ta,ta…..» luego otra y otras. El tableteo de las ametralladoras y algunos tiros aislados se pudieron escuchar en todo el pueblo. Tanques de guerras, cañones se desplazaban por las calles aterrorizando a los habitantes con sus disparos. La tierra temblaba al pasar. Se escucharon pasos, carreras y algunas voces tratando de encontrar un lugar seguro donde esconderse.
Los parroquianos en el bar, al escuchar los tiros muy cerca del lugar, como una tromba salieron huyendo como almas que lleva el Diablos, quedando algunos atrapados, al querer salir todos a la vez por la puerta de salida. Muchos rodaron por el suelo, otros saltaban la verja perimétrica, aclamaban a Dios, olvidándose por completo de las delicadas mujeres que enjugaban sus penas tomándose un trago sentadas en sus piernas. Corrían desaforados como bólidos tratando de salvar sus vidas.
Entre ellos, un señor apodado «Manaro el gredista» Hombre muy querido en el pueblo por su arrojo y por llevarse bien con todas la gente de las diferentes capas sociales. En su alocada carrera tratando de salvar la vida, al pasar por un lugar donde había una empalizada de alambre de púas que le impedía el paso. Al intentar pasar entre dos cuerdas de alambre, a obscura, quedó cogido por el cuello de su camisa. Atrapado allí y sin poder mirar para atrás, en su borrachera daba gritos «¡No me maten!» «¡No me maten!» «¡Yo soy un padre de familia!» «¡Soy un hombre del pueblo!» «¡No me maten! ¡No me maten!» «¡Soy Manaro el gredista!» «¡No me……!»
Al notar que nadie le hacia caso, ni ningún tiro se le pegaba y el tableteo de las ametralladoras no cesaba, como pudo volteó la cabeza hacía atrás, descubiendo que estaba sólo, dándose cuenta al instante que, lo que sujetaba el cuello de su camisa eran las púas de la alambrada por donde se había introducido en la carrera. Se soltó como pudo, emprendiendo la marcha velozmente al sentir florear los tiros muy cerca de él como abejones en sus oídos, diciendo malhumorado «¡Maldito alambre del Diablos……!» *
*UNA HISTORIA REAL
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
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